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La chispa de la vida

La apropiación del lenguaje emocional por parte de esos personajes que ejercen de asertivos y empáticos, sean echadores de cartas o presentadores de televisión, produce una chirriante vergüenza ajena. Me refiero a quienes se despiden con frases del estilo: «Háganme el favor de ser felices». Lo primero que me pregunto es si ellos lo son; si se sienten tan encantados de conocerse y en verdad atesoran los signos de su autorrealización tras el bótox del entrecejo. Cierto es que no existe otro mandato social que goce de tanto prestigio como la felicidad, un asunto mucho menos abstracto de lo que parece aunque no siempre haya habido acuerdo en definirla. Para unos representa la conquista de los placeres, para otros, de los honores; ahí están quienes aseguran que se trata de una actitud mental, una decisión que el ser humano puede asumir conscientemente porque representa la principal finalidad de su existencia. O los que, como Woody Allen, repiten: «Qué feliz sería si fuera feliz». Siempre nos falta algo, desde un caramelo de menta hasta el amor de la vida. Según los más pesimistas, la felicidad es esquiva e irreal, una aspiración tan edulcorada como huidiza, incompatible con la ansiedad vital del individuo. Y si este alguna vez la alcanzó, lo hizo sin saberlo, tocando el timbre de la bicicleta por las calles de la infancia cuando el mundo aún cabía en la palma de la mano.

La felicidad carece de género; la cortejamos por igual hombres y mujeres sin buscarla de frente sino de forma oblicua, conscientes de que hay que empezar por liberarse de los prejuicios además de tener inquietudes en lugar de pensamientos parásitos. En nuestra sociedad inmadura y estólida, las alarmas no protegen ni del autoengaño ni de esa insatisfacción que invalida cualquier logro porque siempre se ambiciona más: sólo hay una coma del éxito al fracaso, del amor al desamor, del éxtasis al vacío. A lo largo de la historia, la felicidad se ha definido por la capacidad en alcanzar metas, sentir bienestar intelectual y físico o disfrutar del reconocimiento y los afectos. Pero hoy variadas investigaciones aseguran que el hecho de aferrarse a su vapor aún produce más frustración.

De eso y más se tratará en el Congreso de la Felicidad que empieza hoy en Madrid, dirigido por Eduard Punset, un demiurgo de nuestros tiempos que ha conseguido hacer de la neurociencia un fast food intelectual para todos los públicos. Y sorprende que algo inmaterial pero tan anhelado se integre en el calendario de ferias y congresos —junto a los de energía geotécnica, ferretería y bricolaje o games & technologies—. Desde la ciencia y la experiencia, y del budismo a la antropología, los congresistas se proponen indagar en ese objetivo común de todos los tiempos en un foro esponsorizado cómo no, por «la chispa de la vida». Y es que hoy, en nombre de la felicidad, filosofía y marketing no sólo matrimonian sino que se entienden a las mil maravillas.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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