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Juan José Millás: El bolígrafo destornillador

Esta entrevista no es el original sino una copia. El original fue engullido por la pista C de una grabadora digital Olympus VN-3100PC, cumpliéndose una de las peores pesadillas para cualquier periodista. Extraviar una hora y media de declaraciones del entrevistado viene a ser como una pequeña muerte, una pérdida que te separa por unos días la cabeza del cuerpo y que te invade de un malestar parecido a si hubieran robado tu cartera con todas las tarjetas. Era el broche final de una serie de fenómenos extraños que han acompañado la realización de este texto desde su inicio. La sucesión de señales, incidencias y avatares empezó la vigilia de la cita con el escritor, Premio Nacional de Narrativa por «El mundo», novela autobiográfica que ganó el Planeta en 2007 y de la cual se han vendido más de 380.000 ejemplares. Cuando revisaba la documentación, me quedé pasmada ante su biografía en Wikipedia, decía: «Divorciado de su primera mujer, Carmen Laforet (de la cual se divorció debido a que le confesó su homosexualidad en su noche de bodas)». Pensé que en esta vida todo es posible… incluso los 25 años que separarían a Millás de la autora de «Nada», fallecida en 2004. Pero aquello no acababa ahí: «Se casó con Sándor Márai en una boda sin muchos lujos en una playa en las Islas Canarias». Isabel Menéndez, psicoanalista y autora entre otros de «El equilibrio emocional», esposa de Juanjo Millás, no se parece en nada a Márai. La ficción irrumpía en medio de un texto real, al igual que la fantasía aparece en los gestos cotidianos y aparentemente anodinos en la literatura de Millás, convirtiendo lo insignificante en asombroso.

Cuando me dirigía a su casa, el coche se adentró en la Terminal de carga aérea de la aviación general y empezó a dar vueltas alrededor del mismo punto. Pensé que se trataba de un paisaje muy millasiano y que era lógico que el escritor viviera ahí, cerca de unas pistas secretas donde los aviones pacen como vacas, lejos del trajín de maletas y pasajeros. El taxista se había perdido. La verdadera casa de Millás es un chalé de tres plantas en la Alameda de Osuna con más aire rústico que urbano. Su perro, Jack, es un animal fiel y miedoso que no se atreve a subir el tramo de escalera sin barandilla para acceder a su escritorio con techos de madera abuhardillados. Una biblioteca ordenada alfabéticamente, un pequeño tresillo tapizado de flores y una especie de cabina con la mesa del escritor y su butaca de lectura, conforman el espacio donde se escribió «El mundo» o su último libro, «Los objetos nos llaman», una recopilación de pequeños relatos sobre cómo lo misterioso habita a nuestro lado. La habitación desprende un aire de sencillez tan sólo alterado por el repicar de la lluvia sobre la ventana del techo, por la que asoma un trozo de cielo. No es el único detalle romántico. En el suelo descansa un cochecito verde de pedales, y no tiene pinta de juguete antiguo. Cuando Millás me cuenta que de niño siempre soñó con un coche de pedales que pedía año tras año a los Reyes, sé que me encuentro ante un importante símbolo biográfico. Hace unos meses su hermano le mandó un paquete: «Llega un poco tarde, pero aquí está ». Se cerraba el círculo que el escritor inició cuando el escritor se sintió poseído por una historia, su propia infancia, El Mundo.

Millás viste tejanos, camisa blanca y jersey negro. Mueve las manos y las entrelaza como si los dedos pensaran. Es reflexivo y directo pero tiene entrenado el don de dejar sorprenderse y tejer teorías que transforman lo lineal en cóncavo. No tiene amigos escritores y vive ajeno a los mundillos literarios. Su primera jornada laboral empieza cuando la mayoría de los mortales duerme, la segunda, a las 9, se inicia con la lectura de los periódicos, “un momento muy placentero del día” No canta en la ducha ni bebe café. Da paseos diarios con su perro Jack ,disfruta con la comida oriental y celebra la soledad como conquista, como fundamento de la identidad y su escritura paradójica busca la complejidad sencilla. Asegura que ha aprendido mucho de sus hijos (un músico y un fotógrafo), ésta es la pregunta que más le abruma, hablar de él como padre. En cuanto a su relación con las mujeres, dice que es normal. “Nunca fui muy mujeriego ni lo contrario”.

En la entrevista que desapareció, me contaba que cuando conoció a Isabel, su esposa, supo que era la mujer de su vida. ¿ Que sea psicoanalista es una pieza fundamental en su puzzle biográfico?

Pero no se puede llevar a la vida cotidiana, especialmente si los cónyuges son uno escritor y otra psicoanalista. Sería un espanto porque implicaría estar pendiente permanentemente de la interpretación de cada acto tuyo. Cada cosa tiene su espacio.

Fue usted un mal estudiante. ¿No pasar por la universidad le supuso algún complejo?

La verdad es que no, fue una decisión bien tomada. Era un gesto de rebeldía en una época en que la universidad franquista no te daba mucho, sobre todo en la especialidad que había escogido, Filosofía pura, donde todos los profesores eran unos carcas. Por otro lado, la decisión tenía un aspecto práctico: me sacaba la carrera con gran esfuerzo, y el esfuerzo no compensaba lo que la universidad me daba y entonces decidí abandonarla. Empecé a estudiar por mi cuenta a parte de escribir.

¿Cómo supo que quería ser escritor?

Nunca había ambicionado vivir de escribir, dedicarme a ello de forma exclusiva; mi modelo era muy de España, alguien que tenía un trabajo por las mañanas y que por las tardes se dedicara a escribir. Nunca hice nada por llegar a esta situación, llegué de forma involuntaria,  pero hubo un momento en que tuve que elegir entre mi trabajo en Iberia o la escritura

Cuando terminó «El mundo», ¿se sentía muy seguro de aquella pieza?

Con esta novela tuve esa experiencia que de vez en cuando tenemos los escritores y que agradecemos mucho: la sensación de que estaba escrita casi al dictado. Materiales fluían de mi memoria en tromba como por la grieta de un dique roto surge agua, y yo iba escribiendo casi en estado de trance hasta el punto que no me recuerdo escribiendo esa novela.

En el epílogo dice que, después de lanzar las cenizas de sus padres al mar, empieza a dejar de ser Millás, incluso Juanjo. ¿Quién es hoy?

Es algo difícil de transmitir, pero la idea es que del mismo modo que uno se va construyendo a lo largo de la vida y llega a un punto en el que dice: «Yo soy esto». En un momento determinado, uno se empieza a deshacer o a desconstruir. A lo largo del proceso de escritura de «El mundo» y sobre todo con todo lo que ocurrió después de que la terminara, he tenido la impresión que empecé a dejar de ser Juan José Millás.

Hay un valor terapéutico en la escritura en cuanto ésta examina y realiza una autopsia, a través  las palabra, de todo lo que nos afecta.

Claro, porque la literatura es un modo de conocimiento de la realidad ni mejor ni peor que cualquier otro. Normalmente se atribuye el conocimiento al discurso científico, pero cuando uno lee «Madame Bovary» es más sabio que antes de haberlo leído aunque no sepa por qué. El conocimiento que te da la literatura no es cuantificable en un mundo en lo que todo lo que no se puede cuantificar no existe. Ese conocimiento abre heridas, aunque son heridas que cauterizan en el mismo momento de abrirlas.

Usted se apoya a menudo en dicotomías, en la unión de los contrarios como conquista transcendental.

Hemos recibido una educación dual, delante-detrás, derecha-izquierda, hasta el punto de que esos conceptos son importantes para nosotros y todos  tienen connotaciones morales. Hay otras culturas donde el forro y la funda son lo mismo…

—“La vida nos causa la muerte, los hijos nos hacen felices pero te quitan el sueño…”

Y desde Tiresias, todos los videntes importantes han sido ciegos. El pensamiento paradójico me interesa muchísimo y por eso soy un gran admirador de Chesterton, al que tanto provecho sacó Borges. ¿Por qué? Porque, en primer lugar, como efecto secundario produce conocimiento, revela las cartas de la realidad, pero también ofrece humor e ironía.

A menudo tumba a la realidad sobre un diván. ¿Cómo ha influido el psicoanálisis en su obra?

El psicoanálisis no es que me haya influenciado a mi si no que h contaminado todas las artes del siglo XX, lo puso todo patas arriba. A mi siempre me interesó Freud porque es un buen escritor y me resultaba muy sugestivo lo que decía. Pero el método psicoanalítico consiste en la asociación libre y justamente el escritor es aquel que consigue asociar dos cosas que están muy alejadas entre sí. Cuando dos ideas aparecen juntas aunque no tengan nada que ver, por algo han aparecido, por eso uno debe investigar

¿Sueña?

Me gusta mucho soñar, los sueños que tengo los atesoro…y el estar navegando un rato entre dos territorios, la ensoñación, es una zona que me parece muy atractiva.

¿Qué papel tuvo el hachís en su vida? ¿Cuándo y por qué lo dejó?

Teníamos la idea de que contribuía a alcanzar nuevas percepciones, pero la verdad es que cuando escribías algo fumando al día siguiente tenías que tirarlo a la papelera. A mí me empezó a sentar mal y aún y así fumaba, hasta que dejó de ser una droga recreativa, que se compartía, y la dejé. Trasladé este conflicto a la protagonista de «La soledad era esto», Elena Rincón. Creo que, de todas formas, el hachís representa la búsqueda de algo, evoca otras dependencias

¿De la madre?

Puede ser…yo no lo he sustituido por nada. La mejor droga es el cuerpo.

En más de una ocasión ha dicho que la escritura de periódicos es literatura.

Esa frontera tan sólida que se intenta poner entre periodismo y literatura está llena de fragilidades. Me sorprendo mucho cuando un periodista se refiere a mí como escritor, excluyéndose de esa función. Suelo decirle: «Oye, ¿y tú qué haces? ¿Tú no utilizas la misma herramienta que yo, que es la escritura?» Hay textos que leerías como reportajes periodísticos si arriba pusiera «reportaje», y otros que leerías como un cuento si arriba pusiera «cuento». Las  generaciones futuras seguirán leyendo el “Relato de un náufrago” de García Márquez sin necesidad de saber si aquello ocurrió realmente porque es una obra maestra. La frontera está borrada.

Una de sus habilidades más prodigiosas es la de personificar el lenguaje y las palabras. Encontrarles textura, olor, forma…

He tenido desde pequeño una relación muy sinestésica con las palabras, para mí las palabras no eran meros sonidos como para la mayoría sino que tenían y tienen textura, sabor, olor, de manera que algunas me pueden hacer mucho daño o todo lo contrario, pero porque para mí tienen algo de objeto. Esto es seguramente una cosa patológica. Ha tenido mucho que ver con el hecho de que haya sido escritor. Las palabras son las intermediarias entre la realidad y nosotros. Con la contradicción de que, por un lado, nos acercan a ella al nombrarla y por otro nos alejan al estar allí como intermediarias. Esa extrañeza que sentí por ellas me marcó, porque necesitaba conquistar algo que me era extraño, -quien no sienta extrañeza podrá ser muchas cosas  es lo que me llevó a ser escritor porque si no hay conflicto no hay literatura

¿A qué sabe y huele «estetoscopio»?

A cera.

¿Y «miedo»? 

A trufa.

¿Y «amor»?

A vainilla.

¿Qué papel adjudica a la memoria? 

Creemos que la memoria tiene el papel de descubrir pero en la mayoría de los casos para lo único que sirve es para encubrir, es decir, para evitar que nada turbador surja en nuestras vidas. La relación que tenemos con la memoria es tranquilizadora, “no me recuerdes nada desagradable».

¿Se parece realmente a quien es?

El problema es quién soy realmente. No tengo ni idea. Si tengo una intuición es la de que, con mucho esfuerzo, he conseguido llegar a acuerdos fundamentales conmigo mismo.

Se dice que la vida se mueve en un péndulo entre el deseo y el tedio, sobre todo en el segundo cuando un deseo ha sido conquistado ya. ¿Lo comparte?

Eso que llama tedio y que a veces es decepción aparece cuando se conquista algo porque uno se da cuenta de que no era lo que deseaba. Si alcanzáramos el objeto de nuestro deseo, que es un misterio, nos moriríamos al alcanzarlo como la polilla se abrasa en el momento de alcanzar su deseo, que es la llama de la vela. Se muere justamente cuando alcanza el deseo, se achicharra en el deseo.

(Marie Claire, diciembre de 2008)

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Un comentario

  1. Andrés Andrés

    Admiro ahora mas que antes a la ex-ministra…

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