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María Teresa Fernández de la Vega: La vida después

Por Joana Bonet

Lo repite varias veces a lo largo del encuentro: “He estado más de siete años hablando de política a diario y ahora le corresponde hacerlo a otros. No debo hablar de la actualidad política por respeto al Gobierno y a mí misma.” Habrá por tanto preguntas sin respuesta. Una idea de la fidelidad que no admite ranuras por donde filtrar titulares. Lo intentamos con metáforas: “¿A Zapatero y a usted les ha pasado algo parecido a lo que les ocurrió a Almodóvar y Carmen Maura?”. Se ríe. “Nada de eso. Tenemos muy buena relación, estamos en contacto y nos tenemos mucho afecto. Siento una gran admiración por el presidente y le estoy muy agradecida. He comprobado cómo ha tenido que hacer un esfuerzo de madurez política. Nadie conoce este país mejor que él.” Minutos antes hemos paseado ante las estanterías de su nuevo despacho en el edificio del Consejo de Estado, y ha comentado las fotos enmarcadas. Con el Rey, sonrientes y al viento; con su amigo Moratinos, ex ministro de Asuntos Exteriores; con el escritor Ernesto Sábato, cariñosa; y con “el jefe”. Así continúa llamando a Zapatero.

Si hay algo que ha cambiado en su mudanza son los metros cuadrados. Hoy, la mujer que ha detentado más poder político en la historia de la democracia ocupa una tercera parte de lo que fue su morada en Moncloa. “Eso sí, me han traído una mesa más grande para trabajar, la que había era muy pequeñita.” Fernández de la Vega (Valencia, 1949) es la primera consejera permanente y uno de sus miembros más jóvenes. Y el aire de renovación tenía que entrar con ella. Su paso vigoroso. Sus pendientes. Su carmín. Su fibrosa delgadez. Y sobre todo una visión del mundo políticamente femenina.

Por la ventana entra la luz del Madrid de los Austrias, más blanca que en el resto de la ciudad. El eco de los turistas de la calle Mayor reverbera en el silencio de los salones del Palacio de Consejos, la sede del Consejo, que fue morada de Mariana de Austria. En su toma de posesión, el presidente Rubio Llorente rebuscó nomenclaturas, ya que era la primera vez que se refería a una “mujer de estado”, y sólo halló un par de referentes: la princesa de Éboli y una locución en alemán, “varona de estado”. “Hoy es un día histórico, la primera vez que una mujer ingresa en el Consejo de Estado en condición de consejera permanente. Está aquí no por su condición de mujer, pero tampoco a pesar de ella”, dijo.

Es 7 de marzo [de 2011], víspera del Día de la Mujer Trabajadora, y Fernández de la Vega ya ha recibido dos premios por su compromiso con las mujeres, ha dado siete conferencias y esta tarde inaugura la Escuela de Políticas y Nuevos Liderazgos en Santander. Hace tres días llegó de Nueva York, donde asistió a la primera cumbre del organismo ONU Mujeres, presidido por su amiga Michelle Bachelet. En su ponencia articuló una reflexión sobre el papel femenino en el nuevo pacto social y los riesgos de la crisis financiera y económica para las mujeres. En especial, el retroceso de los esfuerzos en favor de la educación de niñas y mujeres, para ella “una meta estratégica, especialmente en África”, donde quiere invertir su tan celebrada capacidad de trabajo.

¿Cómo ha logrado “desprogramarse” de la primera línea del poder?

Con serenidad. Vas recuperando tu propio espacio. Lo pequeñito vuelve a tener cabida. Tu familia, amigos, la lectura placentera… de nuevo recuperas la música, desde Los 40 Principales hasta Camarón o María Callas. Y, sobre todo, dormir. El despertador suena diferente. Porque antes no había despertador, dormía en estado de permanente alerta. Tres o cuatro horas. Ahora duermo seis o siete.

¿Sonaba el teléfono de madrugada?

Sí, claro. Lo considero normal. Lo que no es normal es ser vicepresidenta, se trata de algo transitorio. El tiempo en un puesto de responsabilidad es limitado en democracia y tienes que aprovecharlo para hacer el máximo número de cosas que permitan mejoras para la ciudadanía.

¿Qué recuerdo tiene de sus últimos días en Moncloa?

No recuerdo mis últimos días.

¿No tenía la sensación de que había llegado el final?

No, porque todo fue muy rápido. No tengo la sensación de haber estado allí un tiempo diciendo que me voy. En estos puestos debes estar preparado para seguir o para irte mañana, hay que tener siempre la maleta hecha.

¿Ya lo había hablado con el presidente?

Sí. Mi relación con él es de continuidad, sin interrupción. Llegó el momento y ya está. Yo le decía siempre lo que a mi juicio creía que debía hacer, con lealtad. Lo que me parecía más conveniente para el Gobierno, para el proyecto y para él, que es el líder. Lo decidimos y acordamos el momento. Después, todo se pone en marcha muy rápido.

¿Y qué se siente cuando uno se va, empaquetando más de siete años de poder?

Un sentimiento contradictorio. Por un lado dices… uf, y por otro piensas: “Esto me ha quedado por hacer, esto hay que acabarlo”. Los proyectos sin terminar te dan pena, pero de alguna manera también sientes liberación y descanso. El relevo es necesario en términos democráticos.

Sigue llamando “jefe” a Zapatero.

Por supuesto. Es el mejor.

¿A pesar de que su índice de popularidad es de los más bajos del mundo?

Ha sido el presidente más valorado de la democracia española y el que ha tenido que afrontar la crisis más importante sin la ayuda, como han tenido otros países, de la oposición. Y lo ha hecho bien, va a sacar adelante al país. Nadie ha tenido que enfrentarse a los déficits y las necesidades de España como Zapatero; por tanto, es la persona que tiene que seguir liderando el presente y el futuro inmediato. La historia le colocará donde le corresponde.

Parece que usted es la única persona que apuesta por que Zapatero vuelva a ser candidato.

¿Quién conoce mejor lo que pasa en España que Zapatero? Nadie. ¿Quién tiene ahora más capacidad para hablar con los líderes europeos y convencerles de una u otra cosa? Nadie conoce mejor a los líderes del mundo, de EE UU, Iberoamérica, África, Asia… ¿Quién tiene más capacidad para sacar adelante el país, sin renunciar a seguir impulsando el progreso social? Nadie.

Hace pocos días se señalaba a Carme Chacón como posible sucesora. Usted no tendrá dudas de que España está preparada para tener a una mujer presidenta…

Por supuesto que no, ¡claro que no! Lo que yo creo es que ahora la persona más preparada para afrontar los problemas que tiene España es Zapatero.

En su reciente intervención en Naciones Unidas dijo: “Se oye poco hablar de igualdad entre tanta macroeconomía, y estad seguras de que nadie va a hacer ese trabajo por nosotras”. Pero el objetivo número uno, atajar la crisis, ha dejado en un segundo lugar el compromiso del Gobierno con las mujeres y las políticas sociales.

La crisis lo toca y lo trastoca todo. El objetivo es crecer y crear empleo. Pero no hay que dejar que trastoque las políticas de igualdad. El coste de la crisis no lo pueden pagar ni las mujeres ni los sectores sociales más vulnerables. Se da por supuesto que hemos avanzado mucho, y que ahora la prioridad es otra. De acuerdo, pero eso no está reñido con la igualdad. Hay que estar muy atento y denunciar cualquier paso atrás. Tenemos que salir de la crisis y salir bien. Sin renunciar a las políticas sociales y a la igualdad. Es más, estas actuaciones de impulso social son más necesarias que nunca para evitar que en esta transición se produzca ningún otro tipo de retroceso.

Algunas ensayistas y asociaciones de mujeres afirman que ya habido un retroceso en la conciencia ciudadana sobre el papel de la mujer.

Yo creo que no. En todo proceso de igualdad cada generación tiene que enfrentarse con ese problema. Es verdad que es muy costoso avanzar, y por eso hay que estar siempre en estado de alerta. Incluso en las sociedades occidentales, donde hemos llegado más lejos en el reconocimiento de derechos, sabemos que no los tenemos totalmente consolidados y seguimos teniendo todavía un sector vulnerable. Pero las mujeres hemos llegado a la vida pública, a la economía, a las instituciones… para quedarnos, pero nos tenemos que quedar todas. Que la igualdad no sea una igualdad a medias: todavía hay mujeres que cobran un 26% menos que los hombres, todavía sufren cada día el acoso, la violencia…

¿De qué se siente más orgullosa en su trabajo por la igualdad?

Creo que hemos tomado medidas legislativas muy importantes. Hay tres leyes que son clave: la de Igualdad, la de Lucha contra la Violencia y la de Dependencia. Son tres leyes verdaderamente básicas y pioneras a nivel internacional. Además, las ha acompañado el impulso de políticas activas muy importantes, decisiones del Gobierno con presencia de mujeres en puestos clave.

¿No ha faltado un plan para promocionar la natalidad, sobre todo tras la retirada finalmente del cheque bebé?

En ese ámbito hay mucho por hacer. Se han puesto en marcha medidas importantes, como el permiso de paternidad, al que muchos hombres ya se acogen. Aunque hay que ampliarlo, es verdad. Se ha impulsado la conciliación, y habrá que seguir haciéndolo. Pero es un hecho que, desde el punto de vista de la participación, hoy hay más mujeres en la investigación, en la educación, en la justicia… Hay asignaturas, como Educación para la Ciudadanía, en las que se aborda la perspectiva de género… ¿Son suficientes? No, pero están ahí.

¿Qué piensa acerca de la penalización de la maternidad y el consiguiente descenso de natalidad en España?

Eso es una manifestación de una estructura social que es todavía patriarcal, y en la que surgen, o más bien resurgen, nuevas formas de discriminación que, a veces son las más antiguas. Por ejemplo, algo que parecía superado es que se pueda discriminar a una mujer por estar embarazada, o se le pueda preguntar si tiene hijos, si piensa tenerlos… Con la precarización que hay en estos momentos en el mercado laboral, son nuevas formas de fomentar la desigualdad. Ante este panorama no hay que bajar nunca la guardia, y hay que estar, más que nunca, alerta. Porque no es un problema de justicia, que también, sino de eficiencia: no hay un solo país que haya avanzado sin contar con las mujeres. El siglo XXI debe ser el siglo de la igualdad.

El papel de las mujeres en el nuevo pacto social fue el tema de su discurso en la Cumbre de Mujeres de Naciones Unidas.

Tiene que haber un acuerdo en el nuevo modelo que se está construyendo. En todas las instituciones y organismos internacionales, como en el G20 —donde se toman las decisiones—, tenemos que exigir que sea así. Hay que cambiar las reglas, y en eso las mujeres tenemos que opinar, participar, decidir. No queremos que se construya un nuevo mundo sin nosotras. En estos momentos lo que crea más expectativas de mejora es la ilusión de la democratización y la participación del feminismo.

¿Y lo tienen que hacer juntas las mujeres de derechas y de izquierdas?

Lo tenemos que hacer todas. La igualdad y la libertad no deberían conocer ideologías. También el patriarcado está en todas las ideologías. Aunque es evidente que la izquierda es más sensible ante la igualdad.

En este sentido, imagino que está mucho más cerca de Esperanza Aguirre que León de la Riva, el alcalde de Valladolid.

Yo creo que hay algo que está por encima —en lo que todas estamos de acuerdo— y es que no hay una sola mujer en el mundo que no ansíe más libertad y más dignidad. Otra cosa es que las ideologías modulen las prioridades.

¿Usted apoyó a Michelle Bachelet, ex presidenta de Chile, para que se hiciera cargo del nuevo organismo ONU Mujeres?

Por supuesto. La animé. Ella no necesita apoyos porque tiene una enorme capacidad de liderazgo, que ha demostrado a lo largo de su trayectoria en Chile. Pero en la fase en la que se encuentra el organismo, de constitución, hay que apoyar. Costará, porque hay que vencer los problemas de la burocracia en la gestión. Pero creo que es un momento importante para que se aborde la reforma pendiente de Naciones Unidas. Ha tenido un papel importante desde su constitución tras la segunda guerra mundial. Ahora, tras esta crisis, debe actualizarse, como tiene que hacerlo el resto de organismos internacionales, por supuesto. Lo que está pasando en los países árabes es algo extraordinariamente importante porque pone de manifiesto que, desde hace tiempo, se vienen produciendo cambios en sus estructuras sociales, en las que hay un mayor peso de jóvenes y de mujeres. Se está expresando el descontento y eso hay que canalizarlo ahora desde un punto de vista democrático. Nos da muchísima esperanza. Vivimos ya en una sociedad donde la palabra clave va a ser la cooperación: entre nosotros, con los otros… Si no cooperamos, no avanzamos.

¿Ha pagado algún precio por ser vicepresidenta y mujer?

Como todas las mujeres. Un precio que desgraciadamente todavía pagamos: se te cuestiona por tu condición de mujer, por cómo vistes, cómo hablas, por tu estado civil… y no por tu trabajo y tus decisiones.

Le acusaban de vestir muy caro…

En una ocasión tuve que demostrar, en un viaje al Vaticano, que el traje que llevaba era el mismo que me había puesto, diez años antes, en la toma de posesión del Consejo General del Poder Judicial.

Entonces, ¿utiliza su fondo de armario?

Bueno, tengo la misma talla que hace 30 años. Soy cuidadosa y me gusta combinar.

¿Siempre compra moda española?

Sí, marcas españolas con precios asequibles y un estilo juvenil.

Por un lado fue la moda. Por otro, no sé si es que se vio obligada o se acogió a la libertad de responder, pero tuvo que desmentir que era homosexual.

Es una cosa completamente disparatada, una mentira con un fondo de homofobia… Si lo hubiese sido, lo hubiera dicho. Pero todo está basado en una mentira. A partir de ella se crea una leyenda, y con la leyenda se elabora una historia… Además, me atribuyen relaciones con personas que no he visto en mi vida, que no conozco. Es deplorable.

¿Cómo vive la soledad?

La verdad es que tengo una buena relación con la soledad, entre otras cosas, porque tengo el privilegio de no estar sola. Estar solo en el mundo es no tener a quien llamar cuando lo necesitas. Lo demás son soledades buscadas, espacios de encuentro con uno mismo, que son buenos y necesarios… Eso sí, sabiendo que hay mucha gente que te quiere.

¿Un aroma de su infancia?

El azahar me embriagaba. Cuando éramos pequeños, en Semana Santa, y estábamos en el huerto que tenemos en Valencia, los naranjos estaban en flor. El olor era tan intenso que casi te mareabas. Ese olor lo tengo muy identificado y todos los perfumes que llevan azahar o jazmín me gustan porque me traen ese recuerdo.

Maquiavelo decía que hay que buscar la verdad en tus enemigos, ¿lo cree así?

Sí. Yo creo que hay que analizar todo lo que te viene del enemigo, del adversario, para ver qué hay de verdad y qué no.

¿Se puede vivir sin reconocimiento público?

Claramente, sí: la mayoría de la gente vive sin reconocimiento público.

La suya, en primera línea y desde los tres poderes —como juez, diputada, vicepresidenta y ahora como Consejera de Estado—, ha sido una actividad muy intensa. ¿Qué cosas le quedan por hacer?

Muchísimas por hacer y tantas o más por aprender. En la vida todo son etapas. En la actual puedo impulsar, desde una mirada más reflexiva, diferentes acciones para el bienestar de los ciudadanos. Hay que saber colocarse en cada sitio. A veces no es fácil. Es necesario hacer un proceso de reflexión personal… Son casi siete años en primera línea que todavía estoy recolocando. De repente me vienen recuerdos, imágenes, cosas… Pasará el tiempo hasta que asimile el poso de esa memoria. Ahora estoy en ese proceso. Pero eso sí, con proyectos. Quiero seguir con el trabajo que inicié desde el Gobierno con la Red de Mujeres Africanas y Españolas. Haber desempeñado tanta responsabilidad te hace ver el déficit que sigue habiendo en el mundo y que afecta a dos tercios de la ciudadanía. Desde nuestro pequeño rincón tenemos que contribuir a que el mundo sea de otra manera. Es un compromiso ético.

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