Saltar al contenido →

Manuel Vilas: “El amor sin placer es mentira”

Tras la conmoción literaria que supuso ‘Ordesa’, dejó de ser un escritor pobre y se disparó su fama en varios idiomas. Ahora acaba de publicar ‘Nosotros’, Premio Nadal 2022, una ficción sobre el amor eterno

En las fiestas de Barbastro, cuando los padres de Manuel Vilas salían a bailar boleros, a él le producía un vértigo feliz, entre la complacencia y el pudor, ver cómo se querían. Su duelo, que narró en Ordesa como el orfebre que dialoga con sus joyas, le valió un inmenso éxito: más de cien mil ejemplares vendidos en todo el mundo. Aumentaron su caché y las estrellas de los hoteles donde se alojaba, una obsesión también literaria. Atrás quedaba el aire de poeta maldito, aunque siempre bien perfumado. El desasosiego de aquel profesor de secundaria que madrugaba para hacer carretera hasta instituto con una petaca de whisky en la guantera. Después vino Alegría, finalista del Planeta, Visor reeditó su Poesía, publicó Los besos y, a finales del pasado diciembre, recibió el Premio Nadal por su nueva novela, Nosotros. Vilas, un autor que ha hecho poesía de los supermercados y de su viejo Seat 850, convierte la experiencia cotidiana en acontecimiento.

Nosotros es la ‘road movie’ de una mujer que perpetúa el mito del amor eterno tras perder su marido, Marcelo. Juntos, tuvieron una tienda de muebles con la querían contribuir a alargar el amor de las parejas que les compraban cama y sofá; “Los muebles de Ikea matan el amor” se lee en ella. El libro también funciona como un ingenioso comentario de texto sobre uno de los sonetos más famosos de la literatura española: Amor constante más allá de la muerte, de Francisco de Quevedo. Y, sin hacer spoiler, su protagonista alcanza el amor eterno a través del orgasmo (“polvo serán, más polvo enamorado”).

Nosotros es la ‘road movie’ de una mujer que perpetúa el mito del amor eterno tras perder su marido, Marcelo. Juntos, tuvieron una tienda de muebles con la querían contribuir a alargar el amor de las parejas que les compraban cama y sofá; “Los muebles de Ikea matan el amor” se lee en ella. El libro también funciona como un ingenioso comentario de texto sobre uno de los sonetos más famosos de la literatura española: Amor constante más allá de la muerte, de Francisco de Quevedo. Y, sin hacer spoiler, su protagonista alcanza el amor eterno a través del orgasmo (“polvo serán, más polvo enamorado”).

“Cuando eres joven, puedes vivir tras una utopía; ya en la madurez, lo importante es el placer”

Nosotros trata del duelo y del amor, pero también de la brecha entre lo real y lo imaginado…

Sí. Y de la libertad de ejercer el sexo también. Pero la novela tiene un fondo nietzscheano: ¿puede un ser humano ser libre bajo los condicionantes de la época histórica que le toca vivir? La de hace cincuenta años era diferente a la nuestra, y dentro de cincuenta más será otra. Ahora, tú ves una foto de una pareja de hace 50 años y dices: ‘uf, qué mal estaban’. Reflejan la determinación histórica que tenían encima por haber nacido en 1930. Lo que podían hacer y lo que no.

Su protagonista encuentra la libertad en un placer para el cual está legitimada.

Sí. El placer es su forma de liberarse de todo y alcanzar la plenitud.

Pero usted incide en lo mal visto que todavía está el placer en nuestra sociedad…

Ahora la religión no tiene mucho peso y, sin embargo, el placer sigue perteneciendo a la esfera del ocio no productivo.

Y todo lo que no es productivo está mal visto.

Claro. La paradoja del capitalismo es que todo mundo está intentado ganar mucho dinero para dedicarse al placer. Las sociedades del norte están todo el día haciendo dinero, y cuando ya lo tienen, ¿qué hacen? Bajar al Mediterráneo.

¿Ha elegido el Mediterráneo por ser cuna de la civilización?

El Mediterráneo tiene a Homero, a Virgilio y a Safo. El Pacífico, en cambio, sólo tiene oro.

En una ocasión me dijo que el lujo era como ver a Dios.

El lujo es el sentido de la belleza que no tiene carácter político. Tiene que ver con la exaltación de lo material. Yo soy muy material.

Y sucede que un chico de Barbastro, después profesor y escritor, exalta el lujo…

A mi madre le gustaba el lujo. Y a mi padre también. No se lo podían permitir, pero lo admiraban. Lo que pasa es que el lujo está mal visto, igual que el placer.

¿Por qué?

Pues porque es elitista. No forma parte de la solidaridad, de los valores ejemplarizantes.

Pero hoy defendemos el ‘lujo de la experiencia’, inmaterial, con valores…

Sí, por ahí puede defenderse el lujo… Y también desde el lado artístico de los objetos lujosos. Yo lo defiendo desde donde puedo. Mira, un Rolex es un lujo ostentoso, yo prefiero un Cartier.

Usted se adelantó a Shakira, en su novela dice “no es lo mismo el paso del tiempo en un Cartier que en un Casio”.

Llevar un Rolex para que los demás vean que llevas un Rolex es hortera. Ahora, llevar un Rolex sabiendo que lo hizo un ingeniero suizo y ver el paso del tiempo en un templo, tiene sentido.

Ese es el lado espiritual del lujo.

Sí, sí. Eso es lo que la novela reivindica. Mucha gente piensa que ese lujo no existe. ¿Qué tiene que ver un reloj de pilas con uno que ha sido pensado con una mecánica? Me gusta contemplar un reloj y ver que el tiempo está metido en iglesias Y el tiempo dentro de un Casio, pues, se banaliza. Y lo mismo pasa con los muebles.

¿Cómo desarrolló la voz de la protagonista femenina?

Tengo una parte femenina importante. Todos los hombres sensibles somos capaces de mirar el mundo de manera femenina.

¿Puede definir ‘manera femenina’?

Pues… de manera delicada, serena, y apreciando sin urgencias. El sexo masculino es urgente, el femenino no. La mujer tiene un grado de nobleza y de sentimentalidad que el hombre no tiene. El hombre es más cazador… ¡Bueno, la protagonista de Nosotros también! El desafío que yo tenía al empezar esta novela fue la verosimilitud de esa mujer.

Usted reivindica la distinción también para la clase media, no sólo para las élites.

Claro. Proceder de la clase media-baja española no quita que nos guste la belleza. A mis padres les gustaba, pero no podían permitírselo. Nosotros hemos vivido en otras circunstancias

En el libro se afirma que el amor perfecto existe. Y que sexo y cuidados no son entidades opuestas.

Esa es la fe de ella. Ella piensa que hay un 0,01% de las relaciones románticas en las que el amor es perfecto.

¿Cree usted que existe?

No. Por eso he escrito la novela.

¿El amor es fe?

Sí. El problema del amor es el tiempo.

Las rutinas, el paso del tiempo, se lo cargan. ¿Pero cómo se alimenta?

Con pasión. El amor sin sexo… no lo es. En la novela, ellos dos no necesitan a nadie más, y hacen el amor todos los días. Y se aíslan, porque ese es un espectáculo que nadie puede tolerar. Ya sabes, para muchos la exhibición de cariño todo el tiempo puede resultar insoportable. Ellos piensan que forman parte de ese 0,01% de las parejas que llevan juntos veinte años y con el erotismo encendido.

Bueno, en veinte años el amor se transforma…

Eso está vinculado al capitalismo. El capitalismo necesita crear empresas estables con relaciones de pareja de larga duración. Llega el momento en que ya sólo haces el amor una vez a la semana o una vez al mes, pero eres amigo de tu pareja, cómplice… Lo que en la práctica significa “compartimos gastos” (risas). En mis novelas siempre hay un viaje a la esencia del ser humano. Porque la literatura sirve quitar todas las hipocresías de la vida. En la literatura nos atrevemos a decir todo y a realizar nuestras fantasías. Aquí la fantasía es la existencia de un gran amor. Aunque, al final, esa ilusión se desvanece por completo. Tampoco quiero hacer de spoiler.

¿Las utopías son un delirio?

En la novela se llega a la conclusión de que el placer sí vale la pena. En la juventud se puede vivir tras una utopía; ya en la madurez, lo importante es el placer. Así descubre ella que lo que realmente le ha dado sentido a su vida es la búsqueda del placer.

¿Para usted también forma parte del sentido de la vida?

Sí. Yo con cada novela descubro algo, y en esta he descubierto que el amor sin placer es mentira. Lo que hago como escritor es representar lo importante en la vida: el amor y la muerte. Hablo de erotismo porque es amor. Hablo del tiempo porque es la muerte. En realidad yo no elijo los temas, los temas los pone la vida.

¿Qué aprendió de Ordesa?

El misterio y el abismo de las relaciones entre padres e hijos. Una cosa tan maravillosa como terrible. Ordesa es un libro autobiográfico y por eso la implicación ahí es total. Esta novela, en cambio, es una fantasía y la implicación es menor.

¿Y de Alegría?

La idea de que un padre tiene que decirles sus cosas a los hijos, y que está a mitad del camino entre los abuelos y los hijos.

¿Los besos?

Es que esa es una novela contra la pandemia. Aprendí la necesidad de mantener una ilusión en mitad de las desgracias colectivas. La ilusión frente a cualquier tipo de mal. Porque a mí me agobió mucho la pandemia. Me deprimió muchísimo.

¿Escribe para huir de la depresión?

Un poco sí. Para mí escribir es vivir. Es lo único que me demuestra a mí mismo que estoy vivo. Pero de esa necesidad vital sale un trabajo y una manera de vivir, de estar en el mundo. Un pintor también pinta un cuadro con la ilusión de que se lo compren, ¿no?

Antes de Ordesa eras un escritor pobre.

Pobre total. A mí me ha llegado tarde el éxito… bueno, de todas formas pienso que un día todo puede irse a tomar por culo y que me va a ir fatal. Sigo teniendo miedo al fracaso. Porque incluso cuando te va bien recuerdas tus tiempos de miseria. Por muy bien que me vaya, yo me sigo viendo como un hijo de la clase media-baja. O sea, que no soy consciente de haber ascendido de clase.

Entrevista publicada en Magazine La Vanguardia el 11 de febrero de 2023

Publicado en Culturas (La Vanguardia) La Vanguardia Magazine La Vanguardia

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *