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Palabras acolchadas

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Hace varios años, cuando murió mi abuelo y me hallaba lejos de casa, llamé a mi hija mayor, que tendría ocho años, y le dije: “Cariño, tengo que contarte algo muy triste: el abuelo ha muerto” . El brotar de su llanto me sacudió como una bofetada de viento caliente arrastrando arena, y sin dejar de llorar, me reprochó: “Mamá, al menos podrías haber dicho ‘ha fallecido’”. Su reacción me pareció propia del espanto lúcido que habita en los niños, y además de abrazar su ternura, medí la importancia de rebajar las palabras tanto para comunicar las buenas como las malas noticias. Le llaman tacto, pero es sobre todo oído.

Hoy vivimos instalados en la era del eufemismo, timoratos y extraviados frente al mapa de la nueva sensibilidad. Hoy los travestis son trans; los discapacitados –tullidos o lisiados, e incluso deficientes no hace tanto– se han liberado de tan nefastas etiquetas y son personas con otras capacidades; a los negros en EE.UU. se les llama afroamericanos y a los que proceden de África subsaharianos, porque la expresión “de color” ha acabado sonrojándose a sí misma.

Cuenta John McWhorter, profesor de Lingüística en la Universidad de Columbia, que durante la Administración de George W. Bush el sociólogo George Lakoff animó a los demócratas a difuminar la negatividad asociada a sus políticas cambiando términos vilipendiados como impuestos, que podrían pasar a ser cuotas de afiliación, o abogados de oficio, en adelante abogados de protección pública. En la terminología oficial, no importa la latitud, han surgido nuevos vocablos que pretenden amortiguar algún tipo de incomodidad, incluso estético: a los paraísos fiscales la Unión Europea los denomina ahora jurisdicciones no cooperadoras. En su reciente libro – España amenazada–, el ministro Guindos recupera toda la dureza de su sentido rescate, que en su día camufló bajo la perífrasis “préstamo en condiciones muy favorables”. Hace mucho que los pordioseros, después vagabundos, se convirtieron en sintecho, y el ruido infernal dio lugar a la contaminación acústica, todo sea para embellecer la realidad y amortiguar su impacto. Pero los eufemismos siempre van acompañados de un peaje cínico y paternalista, y así hablar de familias desestructuradas oculta el abismo de la marginalidad, o denominar a una mujer curvy trata de difuminar sus curvas sin necesidad de dietas ni liposucciones. Es cierto que tienden un puente necesario –e incluso saludable– entre lenguaje y opinión, mostrando cuán civilizadas son nuestras sociedades. Pero estos días he leído que Merkel y Hollande creen que “Europa atraviesa una crisis existencial”, una fórmula mucho más literaria que la de admitir la palabra fracaso.

Publicado en Artículos

3 comentarios

  1. Martín Martín

    Que par de párrafos iniciales, Joana tira todo y honra a la literatura!!!

  2. Quise decir en argentino : “largá todo escribí literatura intimista, ¡como ganaríamos! ( aunque, como decía Keith Richards en la película Hail Hail Rock’n’roll una joya con Chuck Berry, cuando tras tocar una pieza de jazz en un descanso de los ensayos, Chuck, el menos zalamero del rock, lo mira extasiado y le dice a Keith: ¡Wow, tú eres un jazz man, por que´no te dedicas al jazz? y Keith le responde: ¡No money in it my, no money it!)

  3. Anónimo Anónimo

    Gracias querido Martín por tu generoso comentario; escribir en los periódicos también es escribir! Y el jazz que no falte…

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