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Es la sed, Ruiz

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Después de la minuciosa autopsia a la que ya ha sido sometido el debate, regresemos al título de este, en un azaroso intento de decodificar los símbolos presentados en el careo entre Rajoy y Sánchez. Como en la contienda política el lenguaje abstracto –y por tanto el uso de las metáforas– es muy arriesgado, analicemos los significados directos. En el enunciado “Cara a cara” se pliega el primer mensaje: uno frente a otro, sólo dos, mirándose a los ojos o al busto y hablándose frontalmente durante casi dos horas; algo bien diferente a un debate de lado a lado, que se antoja un formato más de concursante. Atendamos a la cara de Sánchez, que no abandona el rictus de preocupación cosido en el entrecejo, y que niega sonriendo, como hacen los acusados en las series. Y a la de Rajoy, que lucha contra su boca escondida entre las mejillas, soplándose los carrillos, sin permitir que emerja su labio superior. Pero el dos es un número redondo y fácil. Se sienten ganador y finalista –sin previo escrutinio–, desafiando la muerte anunciada del bipartidismo. Como si apuraran el último dedo de un Château d’Yquem. El joven con corbata de pala estrecha y escarlata que entorna los ojos, y el maduro de pala ancha y azul, a quien a menudo los ojos se le desorbitan.

Ambos deben saber sonreír con naturalidad, a pesar de hallarse en un ambiente artificial, un plató de cartón piedra que se monta cada cuatro años a la manera de un no lugar para ofrecer las debidas garantías: la ilusión de neutralidad. Cuando uno no se quiere complicar la vida, apela al minimalismo y se queda tan pancho, o mejor dicho, adormilado con los blancos nucleares y los grises del nodo. Más de un espectador llegó a pensar que a continuación saldrían Iñigo desde el Florida Park o José Luis Fradejas en La juventud baila. Y ese trago de nostalgia emborronó el paso del tiempo.

El súmmum del pensamiento abstracto llegó, como acostumbra a ocurrir, en un lapsus: “Es una afirmación, Ruiz”, le espetó el presidente al candidato. Porque, para este señor de Pontevedra, Sánchez es Ruiz o Pérez, da igual, un apellido más, un don nadie, tan diferente de Rubalcaba, con quien se podía medir sin temer que le tocaran la decencia.

Encima de la mesa hallamos un interesante símbolo para interpretar, y no es el papeleo de números y gráficos anacrónicos que se utilizan tanto a favor como en contra. En la mesa estilo Frozen no hay ni un vaso de agua. Ese sí que es un mensaje profundo, porque un debate sin agua es como una fiesta de cumpleaños infantil sin caramelos. ¿O es que se trataba de una prueba de continencia? No la hubo. Pero incluso los insultos fueron de guión. Se trataba de manipular con empatía y deformar ideológicamente la realidad, one more time.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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