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De terapia con Taylor Swift

El revival nos engancha porque la emoción del recuerdo nos hace sentir bien retribuidos. Y tan calados nos tiene el algoritmo que recibimos buenas dosis de nostalgia a cada tanto. Estos días he visto el documental sobre los Bee Gees, y me he reencontrado con aquella adolescente que bailaba More than a woman en el cuarto, cerrado con pestillo, sintiendo que faltaba poco para entrar en el paraíso de luces violeta. “Más que una chica (ooh, mi nena)”, una y otra vez repetían los hermanos Gibb. ¡Qué aparentemente inocuas eran aquellas letras, la banda sonora de nuestra niñez adulta!

Romanticismo a raudales, azucarado, tontuno, el mismo que originó tantas averías al proyectar aquella falsa idea del amor. Claro que después llegarían los Ramones y los Jesus and Mary Chain con sus letras oscuras y herméticas, la chica de ayer buscando las flores de Nacha Pop, las perlas ensangrentadas de Alaska, la cocaína de Lou Reed ,aunque los Pecos insistían en morir “por estar ausente de ti”.

Los destrozos de una vida cuantificada, frenética y competitiva están en las canciones de los jóvenes

El amor fue el gran tema de siglo XX mientras que la locura se consideraba una escalera hacia el infierno, y un muro separaba a cuerdos de enajenados. “Va al loquero”, se decía, señalando un territorio para chiflados e inestables. Y pocos comprendían que se podía estar deprimido, ansioso o neurótico. A nuestros padres, nacidos en el franquismo y criados en la dificultad, ni de lejos se les ocurría llevarnos a terapia, más bien creían que dar ese paso entrañaba meterse en un problema.

Hoy, los destrozos de una vida cuantificada, frenética y competitiva se detallan en las canciones que escuchan nuestros jóvenes, y acaso en ellas encuentren refugio. Poco platonismo y grandes dosis de realidad las que parafrasea el rap con su catarsis verbal. “Soy yo, hola, soy el problema, soy yo/En la hora del té, todos están de acuerdo/ No deberían dejarme sola/ Eso trae su precio y sus vicios./Termino en crisis/ (Es un cuento tan viejo como el tiempo)”, canta Taylor Swift. Al igual que Drake (“Demonios, por qué hay hombres que pueden fingir que les gusta el sexo” ) o Logic con su Self medication, los nuevos ídolos han normalizado la diferencia, la diversidad mental y han introducido en su vocabulario términos de la psiquiatría. Sus ataques de pánico allá del clásico sentimiento de incomprensión que azota a la juventud. Son pura clínica.

Hace unos meses, la Escuela de Salud Pública TH Chan de Harvard invitó a un grupo de influencers especializados en salud mental, consciente de su papel prescriptor en Tik Tok. No son psicólogos ni médicos, su único aval consiste en haber recibido tratamiento durante años, y se enorgullecen de resumir ideas médicas en videos resultones. Por ello, los profesores quisieron empatizar a la vez que ofrecerles guía.

La raíz del malestar juvenil tiene que ver con el choque de una educación de cristal y el arrojo al mundo adulto desprovistos de la idea del esfuerzo, que parece cosa de bobos. “No estaba hecha para una panadería o call center una diva como yo”, decía Bad Gyal en televisión. “El retorno al capitalismo de rentistas, como el que existía antes de la Primera Guerra Mundial, no es compatible con el respeto al mérito, que exige que el ascensor social funcione”, afirma Sophie Coignard en La tiranía de la mediocridad (Deusto).

Desmotivados ante el conocimiento, cortos de ambición y largos de placer, los jóvenes pasan muchas horas hablando consigo mismos, como canta Miley Cyrus en Flowers. Sin las palabras para expresar qué sienten, prefieren poner una canción que no habla de amor sino de medicación.

Artículo publicado en La Vanguardia el 9 de febrero de 2024

Publicado en Artículos La Vanguardia

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