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Los maldurmientes

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Nuestra alarma interior se dispara casi siempre a la misma hora, antes de que cante el gallo. Al principio crees que te enredarás de nuevo en el vapor caliente del sueño. Sientes que el cuerpo revive bajo las sábanas y, aunque quieres desentenderte del día que nace, no dejas de oír los sonidos del alba: un motor solitario, el hipo del viento, la madera. Que ruge. No es hora de enlazar los cabos sueltos de tu vida, sino de volver a cerrar los ojos y llenar el pensamiento de agua y más agua. Te levantas para ir al baño sin encender las luces; el olor del dormitorio te atrae hacia su útero. Pero la cama se convierte en un auténtico potro de tortura. Piensas en lo que te impresionaron las minúsculas camas armario de Rembrandt, en su museo de Ams­terdam. ¿Cómo podía dormir a pierna encogida aquel artista endeudado que llegó a pujar por sus cuadros, y, al día siguiente, inventar un nuevo tono de azul verdoso? En el siglo XVIII se consideraba que dormir sentado era mucho más saludable, porque desde la antigüedad el ser humano se ha enfrentado a una de sus más acuciantes angustias: dormir mal.

Hoy, más de la mitad de los españoles padecen algún trastorno relacionado con el sueño. Lo intentan paliar asistidos por una industria prolija en remedios esquivos. Los estudiosos del asunto aseguran que las condiciones para descansar bien nunca habían sido tan propicias como ahora. Nuestros antiguos ya bregaban contra las insidiosas horas en vela, aunque no le llamaran insomnio. Según el doctor Ekirch –en un artículo publicado en The Atlantic–, se quedaban contemplando la luna, fornicaban o rezaban, y luego regresaban a los brazos de Morfeo. Desde el medievo existe literatura sobre el primer y el segundo sueño, lo que hoy se denomina sueño bifásico: una jornada onírica con break , o un sueño en dos mitades. Y según parece, el mero hecho de reconocerlo ya repara el remordimiento.

David Jiménez Torres ha sido galardonado con el I premio de no ficción Libros del Asteroide por El mal dormir, un interesante ensayo con el que pretende ofrecer alivio a los insomnes que participan de lo que Bryce Echenique llamó “el inmenso desconsuelo de que a nadie le importe el insomnio extraoficial”. El suyo es un relato universal que recoge citas ilustres y también su propia experiencia, la que le procura estímulo y desasosiego, una suerte de inmadurez –señala–, como si la adolescencia aún no hubiera sido superada. Por una vez, saber que es mal de muchos ayuda a dormir mejor. Eso, y dos ajos bajo la almohada.

Artículo publicado en La Vanguardia el 3 de febrero de 2021.

Publicado en La Vanguardia

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