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Historias de Mirabaud

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Un periódico lucha a diario por ser real. Resulta mucho más caro que escribir una novela, sobre todo cuando la realidad tiene tantas patas que logra hacerte una envolvente. Entonces no hay otra forma de descifrarla que precisando verbos y matando adjetivos. El periodista es un yonqui de los hechos que debe contrastar al menos hasta tres veces para validar la secuencia que dará forma a la noticia.

Ocurre a menudo que al otro lado del diario se encuentra alguien que reúne las cualidades del buen lector enumeradas por Nabokov: imaginación, buena memoria, cierto sentido artístico y un diccionario. Ante un libro risueño suele disipar su melancolía, pero ojo con la modesta imaginación del lector que se identifica con el personaje. No, la imaginación debe ser impersonal porque el escritor es un embaucador, un encantador, afirmaba. El periodista, en cambio, es un asesino de fantasías, aunque a veces una historia semioculta emerge ante él con unos tintes que rezuman drama y literatura.

Sucede en el caso del rey emérito y sus cuentas en paraísos fiscales: argumento, paisajes y apellidos conforman un relato que parece una ficción sobre los pecados de familia. Ni el mejor guionista habría conseguido reunir nombres como los de Arturo Fasana –de origen siciliano y cuya etimología procede de faisán – y Dante Canonica –que viene a reunir los tormentos de los nueve círculos infernales con el incienso del Vaticano–. El banco en el que operaban se llama Mirabaud, que fonéticamente suena igual que las preciadas viñas de las costas de la Provenza, proporcionando un efecto sinestésico que vira hacia el azul y escapa del negro.

El fiscal que ha archivado el caso no podía llamarse de otra manera que Yves Bertossa, un apellido sonoro y eficaz, digno de Simenon. Mientras que el nombre de Corinna Larsen, emparentada muy de lejos con el filósofo más traumatizado de la historia, Wittgenstein, trae un auténtico aroma a noir. Bertossa ha analizado los mo­vimientos de dinero de La Meca a la Ceca –una palabra de origen árabe que significa “casa donde se labra moneda”– y ha concluido que todo es tan limpio como el queso suizo. Los lugares exóticos desfilan por el periódico: Bahamas, Bahréin, la isla de Jersey, Montecarlo o Abu Dabi, y parecen perlas de un folletín que engarza movimientos de dinero y de amor hasta estrangularse unos a otros. “Para vivir fuera de la ley has de ser o parecer muy honrado”, me dice un experto en inteligencia. Pero ¿y lo que cuesta regresar a la realidad?

Artículo publicado en La Vanguardia el 16 de diciembre de 2021.

Publicado en La Vanguardia

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