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Entrevista a Sébastien Jondeau, el ángel de Karl Lagerfeld: “Carolina de Mónaco es una persona muy amable. Venía mucho de vacaciones con nosotros”

Conoció a Karl Lagerfeld con 15 años, cuando era un pequeño “ladronzuelo” de un suburbio de París. Estuvo con él en su lecho de muerte y recuerda los 20 años que pasó a su lado, plasmados en su libro Ça va, cher Karl.

Sébastien Jondeau, fotografiado en su apartamento de París, lleva camisa de Karl Lagerfeld. Ayudante de fotografía: Edouard Obeniche. Peluquería y maquillaje: Leger Loriane. Producción: Airin Milá de la Roca.©STÉPHANE GALLOIS

Durante los últimos cuatro días de vida de Karl LagerfeldSébastien Jondeau (París, 45 años) —su sombra, su hombre de confianza, el hijo que nunca tuvo— se instaló en una habitación contigua a su suite medicalizada del Hospital Americano de París. Habían transcurrido dos años desde aquella noche de junio, recién llegados del Festival de Cannes a La Resèrve, la mansión que tenía el diseñador en Ramatuelle, en la que un Karl angustiado le confesó que no podía orinar. Sébastien llevaba dos décadas junto al creador. Primero como chófer, luego como guardaespaldas y recadero, finalmente como el pilar sobre el que se apoyaba el diseñador. Séb se puso al mando.

Aquel joven criado en la banlieue, mal estudiante y ladronzuelo de motos —para ahogarse en adrenalina— que apenas conoció a su padre biológico, se había convertido en uno de los hombres más deseados del mundo. Un óvalo perfecto, las pupilas eléctricas, una frente surcada por finas arrugas, una piel cuya original corteza intuyó Karl, su Pigmalión. Pero sobre todo aportaba un tono de franqueza y realidad en aquella burbuja de riqueza y locura creativa.

“Séb es un hombre inteligente —dice Eric Pfrunder, quien trabajó durante 36 años junto al Káiser como director de fotografía—. Enseguida se integró en el equipo sin dejar de ser él mismo. Decía todo lo que pensaba, una persona normal y a la vez extraordinaria. Karl le descubrió el mundo, los paraísos, los aviones privados, le presentó al rey de España, a los Macron… Porque Karl fue un hombre de mundo, como Cristóbal Colón. Pero Séb también le abrió el suyo. Piensa que Karl cruzaba la calle sin ver los coches. Y Séb iba continuamente por delante y detrás de Karl. Me hablaba de él como de su hijo”.

El jueves 14 de febrero de 2017 ingresaron de urgencia al diseñador: los pulmones llenos de agua y el cuerpo devastado por la radioterapia tras cuatro años de tratamiento para frenar un agresivo cáncer de próstata. Después de varias pruebas, Karl aún tiene fuerzas para coger los lápices y corregir la secuencia del desfile de Fendi, Séb anota sus directrices y le pasa a Silvia Fendi al teléfono, la última persona fuera del hospital que habló con él. No podrá acudir al show, como tampoco en enero pudo estar presente en la alta costura de Chanel.

Es una noticia a voces: Karl está enfermo, aunque no se filtra la evidencia ni se confirma. Jondeau, los médicos y el equipo de Chanel (Bruno Pavloswki, Virginie Viard y Eric Pfrunder) son los únicos que conocen su extrema gravedad. Karl tiene las manos frías. Una enfermera le quita un anillo, los dedos están hinchados. “Es estúpido tener tres Rolls y acabar en una habitación podrida como esta”, comenta el diseñador. Son sus últimas palabras, no hay más, fiel al estilo tan propio de quien fuera considerado “uno de los mejores conversadores de París”. La enfermera avisa a Sébastien: “Cójale la mano”. Nunca había visto morir. “Y allí, delante de mí, terminó Karl”.

—¿Karl sabía que estaba tan grave?

—No, yo creo que no se daba cuenta de la gravedad… Tampoco yo.

—¿Hablaron de la muerte?

—Más o menos. En sus últimos momentos siempre veíamos una esperanza. Pero tampoco hablábamos del futuro. Cada vez que lo intentaba me decía: “¿Por qué hablas así? ¿Quieres trabajar con otro?”. Solo hablábamos de la vida. Buscábamos soluciones. Y él mantuvo su sentido del humor hasta el final, estando realmente mal.

Sébastien posa descalzo en un pasillo de su vivienda parisina con traje, chaleco y camisa de Karl Lagerfeld.© STÉPHANE GALLOIS

—¿Lo echa de menos?

—Claro que sí. No lo voy a olvidar nunca. He escrito un libro sobre mi vida con él. Para mí es como mi madre (fallecida en 2003 a los 50 años), con eso te digo todo.

Jondeau me saluda por Zoom, desde un apartamento blanco en Ramatuelle, a pocos metros de La Resèrve. Aparece con su gorro icónico —aprendió de su jefe—, pero a los cinco minutos se lo quita y se revuelve descuidadamente el pelo.

La pandemia me ha impedido viajar a la Costa Azul para entrevistarlo en directo: “París todavía es complicado, todo me recuerda a Karl”, señala. También me ha privado de observar de cerca ese tipo de belleza que tortura a las mujeres. Séb emite destellos de desafío. Su sonrisa —diastémica— perpetúa la dulzura aniñada del boxeador, deportista, modelo, embajador de la firma Karl Lagerfeld, colaborador de Fendi y autor del libro: Ça va, cher Karl (Flammarion) —escrito en colaboración con Virginie Mouzat, periodista de Vanity Fair Francia, y publicado en enero—. Ya ha recibido dos ofertas para llevarlo al cine.

Sébastien recuerda dos escenas de su primera infancia, un sexto sin ascensor entre Porte de Bagnolet y la Porte de Pantin. La primera: “Mi madre me lavaba en el fregadero de la cocina porque no teníamos baño”. La apodaban Muguette: “Era muy guapa, parecía latina, tenía algo de Jennifer Lopez”, pero la vida se le torció.

La segunda: el día en que dijo basta después de una paliza. Su padre la maltrataba. “Siempre me repitió: ‘Si pegas a una mujer, dejarás de ser mi hijo’. Nunca bromeaba con este tema. Era firme: ‘Puedes hacer lo que quieras con tu vida, pero si le haces daño a una mujer, no te lo perdonaré nunca”.

Cuando recibió la primera noticia de su enfermedad (un cáncer con el que vivió 13 años), Sébastien enloqueció. Vivían en Gonesse, al noreste de París, con su padrastro. Tuvo una crisis de nervios, se rebeló, dormía en casas de chicas o de colegas, fumaba porros, se cruzaba con skin heads. “Hacía el tonto. Me encantaba hacer el gilipollas. Estaba todo el rato pensando en escalar, en hacer expediciones en la banlieue. Descubríamos la vida como podíamos”.

—¿Cuál fue la tontería más grande que hizo?

—Un día me compré una pistola y la utilicé para darle un susto a alguien. Es la tontería más grande que he hecho.

—¿Le atraía el lado salvaje?

—Sí, claro, me lo pasaba bien. Yo era más especialista en robar motos, a otros amigos se les daban mejor los coches. Todos mis colegas eran negros y árabes. Lo hacíamos para regresar a casa, aunque a veces disfrutábamos haciendo carreras con la policía.

Jondeau conoció a Lagerfeld con 15 años. Era verano, empezaba a trabajar como mozo en la empresa de transportes CST. No sabía quién era, tan solo que vivía en un extraordinario palacete con muebles del siglo XVIII. Después del trabajo, Karl les dio una propina de 500 euros a cada uno. Sébastien no se lo podía creer. “Lo hizo sin arrogancia”.

A los 16 años abandonó los estudios y se convirtió en empleado a tiempo completo de la CST Transports. Doblaba el salario con horas suplementarias. Conoció la soledad en la carretera. Con su primer sueldo se compró unos vaqueros Weston. Con el segundo, a crédito, una motocross. Se metió en una pelea de bandas, le tiraron gases lacrimógenos, temió por su vida. Perdió la ropa, y también el miedo. Llegaron las primeras novias formales, el deporte, el “poder vivir correctamente para ganar libertad”, los sueños en corto, tal vez algún día navegar…

Acudía regularmente al “castillo de monsieur Chanel” cuando solicitaba servicios de su empresa. Hacía traslados a Biarritz. Aprendió. Preguntó. La generosidad de Karl es codiciada por todos los empleados. Hasta que un día se atrevió: “Ya llevábamos un tiempo colaborando y me pareció el momento adecuado para pedirle que me contratara. Sí, fue un poco loco. Se lo estuvo pensando dos meses. Entonces me entregó una carta: “Ahí está la respuesta a tu propuesta”. Llamé a mi madre ardiendo. Me ofreció el trabajo que iba a revolucionar mi existencia.

—¿Y, poco a poco, pasó de chófer y guardaespaldas a confidente?

—Sí, fue poco a poco. El primer año me puso a prueba. Me encargaba de la casa, del coche y, de vez en cuando, lo acompañaba a un evento para protegerlo. No tuve festivos durante muchos años. Le compraba hasta los calzoncillos y los calcetines en (los grandes almacenes) Le Bon Marché.

—¿A su lado, se desarrolló cultural y socialmente?

—Sabía que era una gran oportunidad para conocer otro tipo de vida. Karl era una persona erudita. Llevaba una vida de otro mundo. Tenía dinero y lo empleaba de manera generosa. Todos los hombres con influencia y dinero deberían hacer lo mismo. Conocía bien los códigos. Fue el elemento sólido de mi vida, dilató mis horizontes, me abrió la puerta del tout París.

Séb se convierte en una esponja. Lee a Gogol, Hemingway, Oscar Wilde: “Wilde me encantó, pero no soy un intelectual, no voy a pasar por lo que no soy. No llegué a Catherine Pozzi (la poeta preferida de Karl)”.

Empieza a viajar con él. Conoce Nueva York. En una gala de la CFDA neoyorquina en la que le entregan a Karl un premio, sufren un altercado. “Había policías cada cuatro metros, pero una mujer de PETA nos atacó con violencia. A Calvin Klein le estamparon una tarta en la cara e intentaron también lanzar algo a Karl. Cuando la mujer saltó la valla y se abalanzó sobre él, yo la tiré al suelo y la inmovilicé”.

Al día siguiente la mirada de águila de Séb aparecía en todos los periódicos. Karl se los mostró, orgulloso de su chico, en la habitación 209 del hotel Mercer. Durante 18 años Séb se alojó en esa habitación cada vez que viajó a Nueva York.

—¿Vivió situaciones peligrosas con Karl?

—Sí, sí, claro, muchas, y no las quiero contar. Él era una rock star, pero le daba mucho miedo ese tipo de atención. John Lennon, Gianni Versace, que era amigo suyo… Hay muchas historias sobre personas famosas como él que representaban diversas cosas y terminaron mal. Karl representaba la moda, la riqueza, el universo gay, el capitalismo, aunque dijese que él era un “obrero asentado”.

—¿Qué reglas regían su relación?

—Lo que existía entre nosotros era un contrato moral. No se trataba de dinero. Si estás con una persona las 24 horas del día, se crea mucha confianza. Lo consideraba un amigo, una persona de mi familia. Lo cuidaba. Lo quería.

—Se decía que era amante de Karl.

—Sí. No me gustaba. No quería que me comparasen con (los modelos) Brad (Kroenig) o Baptiste (Giabiconi). La gente que me conoce sabe que eso no es verdad. Soy una persona dura y honesta. Y si Karl hubiese intentado algo por el estilo, habría sido un drama.

Recostado en su sofá de plumas, Sébastien viste camisa con estampado en blanco y negro de Karl Lagerfeld.© STÉPHANE GALLOIS

A partir de 2000 Lagerlfeld transformó su imagen. Adelgazó más de 40 kilos inspirado por la nueva silueta que creó su amigo Hedi Slimane al frente de Dior Homme. Sébastien asistió a la transformación “Me dijo: ‘Voy a crear mi propia marioneta’. Tenía ganas de cambiar su vida. Con la campaña de publicidad de H&M se convirtió en una rock star y empezó a salir menos, a esconderse tras el personaje”.

—¿Su rol profesional se alteró cuando se sentó por primera vez a la mesa con Karl y sus amigos?

—Fue poco a poco. Noté un cambio muy grande cuando me invitó a sentarme a comer con él y sus invitados en Biarritz. Y creo que fue gracias a los invitados. Pasábamos el día juntos, jugaba con sus hijos… No eran personas que les importase la diferencia social entre ellos y yo. Eran exitosos, pero tenían los pies en el suelo.

—¿Con qué amigos coincidía?

—Las mejores amigas de Karl eran Ingrid Sischy —periodista y editora de Vanity Fair USA— y Carolina de Mónaco. Ingrid, desafortunadamente, ya no está con nosotros (falleció en 2015). La quería mucho, solía llamarla maman. Ella me entregó las “llaves de Nueva York”: me presentó a todo el mundo del arte, de la moda, del cine… Carolina, por su parte, es una persona muy abierta y amable. Venía mucho de vacaciones con nosotros. También sus hijos. Al final, son personas bastante normales. También tenía otros amigos, el dueño de LVMH, Bernard Arnault, y su esposa, Hélène, encantadores, con quienes Karl salía a cenar. Y sentía devoción por las editoras de moda. A mí, Anna Wintour siempre me dio los buenos días y me miró a los ojos.

En su libro se muestra crítico con la presencia de amigos íntimos de Karl, como el modelo Baptiste Giabiconi, a quien se refiere como “un aprovechado; siempre pidiendo el plato más caro”.

—¿Ha leído el libro que ha escrito, Karl et moi?

—No entero. No me interesa lo que tiene que decir. No me apetece. Hay muchas cosas que a uno no le gusta ver. Pero no podía hacer nada si él quería estar con otras personas de una forma más íntima. Noté un cambio cuando llego Baptiste a su vida. Y sí, ¡me molestaba a veces! Pero no tenía elección.

Sébastien vivió su propio cuento de hadas. Y la carroza no se convirtió nunca en calabaza. Conoció a las musas de Karl: Vanessa Paradis, Stella Tennant, Gidi y Bella Hadid, Angela Lindvall, a quienes adora, o a Penélope Cruz. “Para mí, después de mi madre, es una de las mujeres más bellas que he conocido”. Jondeau es consciente de que al lado de Karl multiplica su atractivo. “Nunca me fue mal con las mujeres, pero de ser reconocido regionalmente pasé a serlo nacional e internacionalmente”, ríe.

En el entorno de Karl se le considera un hombre justo. Recibe continuas sobredosis de belleza. Se enamora del arte contemporáneo. Un día visita Versalles con un grupo reducido, donde Karl es el verdadero guía e historiador: “Me lo pasé muy bien. Me senté en el retrete de Luis XIV, como si fuera un niño de cinco años”.

Sale con modelos, pero no funciona. Se busca a sí mismo. Barcelona y su amigo Khemis —que también murió de cáncer— se convierten en su refugio. Hasta que Karl le descubre Saint Barth: “Es un sitio precioso, allí no hay violencia ni animosidad y no tenía que estar tan pendiente de Karl porque había menos peligros. Es agradable psicológicamente”. Jondeau es el hombre que comprueba todos los detalles: las Coca-Colas Zero frías, los caprichos de la gata Chouppette —hoy la visita en casa de François, la cuidadora—.

—¿Qué era lo que más detestaba?

—Muchas cosas. Ver a personas de su edad poco cuidadas. Decía que cuando uno llega a cierta edad, tiene que mantener su imagen y dignidad, por respeto propio.

—¿Lo ve como el padre que no tuvo?

—Puede ser. Lo he pensado, y él también se lo decía a otros cuando yo no estaba. Pero nunca me dejaba llevar por ese tipo de sentimientos. Al fin y al cabo, yo era su empleado. Pasábamos mucho tiempo juntos, no siempre estábamos de acuerdo (Jondeau es uno de los herederos del diseñador, según nos confirman desde la Maison Karl Lagerfled, de la que es embajador).

—¿Desea crear una familia? ¿Qué planes tiene?

—De momento, quiero reflexionar sobre mi futuro y arreglar varios asuntos. Estoy trabajando con una psicóloga que

me ayuda a expresarme y a entenderme. Mi vida amorosa siempre ha sido un problema. No tengo novia, antes necesito estar bien psicológicamente. Me tengo que querer a mí mismo para amar a otra persona. Y en cuanto a mi futuro profesional, Karl querría que siga participando en nuevos proyectos con la Maison Lagerfeld, así nuestro nombre sigue vinculado. Por otra parte, siempre me ha gustado el cine y el estilo de vida de los actores. No sé si seré buen actor, pero Karl siempre me decía que me lanzara.

Terminamos la entrevista. Séb se quita la sudadera frente a la pantalla y se queda en camiseta blanca: no sé dónde mirar. Caroline Lebar, directora de Comunicación de Lagerfeld y miembro de la “familia”, me escribe: “Karl confiaba plenamente en Sébastien, y este hubiera hecho cualquier cosa por él. Veló por su salud y lo hizo con dignidad, discreción y fuerza hasta el final. Fue su secreto, nadie lo supo”.

Vanity Fair, Marzo 2021

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. Miriam Miriam

    Una entrevista preciosa, muy íntima.

    Gracias Joana

    Miriam

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