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Tres profesiones imposibles

Cuando empieza a caernos un torrente de reproches por el tipo de madre o padre que somos, la bilis nos recuerda que la impotencia tiene sabor amargo. Un chaparrón de verano que nos derraman encima aquellos que un día fueron kilos de ternura que trajinábamos con amor y malabarismos. “Lo he hecho lo mejor que he sabido”, aconsejan decir los psicólogos cuando los adolescentes cortan el segundo cordón umbilical para despegar del nido con mirada torva. Les urge matar al padre y a la madre que idealizaron, edipos que no podían concebir la vida sin sus papis hasta que un día despertaron y los dinosaurios sí estaban ahí, con ridículos trajes de padres.

Durante setenta días, las familias han tenido la posibilidad de ejercer más que nunca lo que Sigmund Freud denominó una “profesión imposible”, la de educador, pues se puede dar anticipadamente por cierta la insuficiencia del resultado, y, por tanto, la consecución de un fracaso. Puede que dentro de unos años guardemos recuerdo de este confinamiento como una prueba de fuego para la convivencia familiar: el balance ha sido arduo para quienes han teletrabajado con los hijos en casa. Control, conocimiento, creatividad y confianza, se han dicho los más responsables, cuatro ces que no siempre son practicables.

Y ahí está la segunda profesión imposible para Freud, la de gobernar. El Gobierno ha repetido una y mil veces que obedece a la ideología de salvar vidas, y cada fallo –y no digamos muerte– desgasta. Dilaciones, contradicciones, retrasos… y a cambio infinitas protestas con sartenes y cucharones. Todo individuo ansía tener unos padres ejemplares y unos gobernantes capaces, superiores a la media. Ahí está la frase que me dio Zapatero en una entrevista para Marie Claire : “Yo, cada noche, le digo a mi mujer: ‘Sonsoles, no te puedes imaginar la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían gobernar’”. Las élites lo despellejaron. Pero ¿cómo que cualquiera? Maldito buenismo neorrepublicano.

Hoy la ministra portavoz Montero acusa la áspera soledad de la gobernanza como justificación a pactar con Bildu. Hay ojeras, rastros de diazepán entre los máximos responsables de todos los colores juzgados sin filtros. La historia siempre ha recolocado las percepciones del presente. Otra alternativa para no esperar tanto es el diván, la tercera profesión imposible según Freud: el lector de traumas que insiste en hurgar en las desconexiones del consciente para comprender mejor la realidad. Nunca será suficiente, porque la vida es también una profesión imposible, y aquí estamos.

Publicado en La Vanguardia

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