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Vergüenza

KUITCA Guillermo - Doble eclipse

“La vergüenza se alimenta de vergüenza”. La frase pertenece a la gran escritora Annie Ernaux –premio Formentor de las Letras 2019–, sublime etnóloga en este sentimiento tan inexplorado. “Para mí, la vergüenza se convirtió en una forma de vida. En el peor de los casos era algo que ya ni ­siquiera percibía: la llevaba dentro de mi propio cuerpo” escribió en La vergüenza (Tusquets). Releo estas líneas pensando en Verónica, la mujer que se suicidó a causa de un vídeo sexual que circuló en un chat de trabajadores de su empresa destinado a informar de horarios y dar avisos. Un chat, por tanto, de uso profesional, aunque mientras escribo estas líneas, trans­currida una semana, no ha habido ­todavía declaración oficial por parte de Iveco.

La vergüenza es sucia y paralizadora, produce un escozor anímico que trae galopantes deseos de esconderse, pero no hay cobijo alguno. Íntima y devastadora, se agarra implacablemente al alma y la inhibe. La psicología ha explicado su función de autodefensa para el ser humano: un resorte cohesionador que contribuye a mantener buenas relaciones con el entorno. Un corrector invisible que refrena impulsos. Pero ¿y cuando nos es impuesta con vileza desde fuera y, además, la humillación se amplifica digitalmente? No hay mayor daño que airear escenas sexuales, una persistente desigualdad de género que radica en la difusión de vídeos íntimos –que acostumbran a pertenecer al pasado, otra pareja y otro dormitorio–, como modo de agredir a mujeres simplemente porque ya no son suyas.

He leído que Verónica padeció múltiples acosos y burlas al difundirse sin su consentimiento unas imágenes de otra vida. Porno de venganza, lo denominan, pero ni es porno ni hay venganza, ya que no media ataque ni ofensa. Es maltrato. Y lo peor es que se trata de una violencia ejercida de forma colectiva, viralizada: en este caso, al parecer, el 80% de los compañeros de la víctima ha tenido acceso a las imágenes. Vergonzosa es una sociedad que tolera el juicio público a una mujer por asuntos privados. Que tolera la voracidad sexual de los machos, mientras castiga la libertad sexual de las mujeres.

Es necesario acabar con esa tolerancia. La misma que una compañera comprobó el otro día en el metro: una mujer le pidió a un hombre que por favor se apartarse un poco de ella –estaba literalmente pegado con su traje y corbata a su cuerpo–. Y él le respondió: “Si no te gusta, coge un taxi”. Nadie dijo nada. Apenas dos hombres le miraron severos, y mi compañera y otras dos mujeres rescataron a la chica, que había empezado a llorar. No deberíamos sentir vergüenza ni respeto ante quienes actúan de tal modo. Son delincuentes sexuales que faenan en el transporte público y violan a través del WhatsApp. A Verónica la hubieran podido salvar todos aquellos que jalearon su vídeo en lugar de negarse a verlo y correr a denunciarlo.

Imagen: Guillermo Kuitca, Doble eclipse

Publicado en La Vanguardia

3 comentarios

  1. Andrés Andrés

    Como siempre agradecido a tu inteligencia periodística. Siempre te leo sabiendo que voy a disfrutar. Gracias por escribir

  2. Anónimo Anónimo

    Me sumo a ese agradecimiento. Totalmente.

  3. Maribel Maribel

    Y el que carece de herramientas digitales o imágenes íntimas,pero comenta, sin filtros de ninguna índole, aspectos de una relación acabada?El varón que no se dá permiso para que se le cuestione,critique o juzgue familiar o socialmente,por sus conductas machistas y maltratos.Existe aquél,que alude a la dejé porque:Era una gastadora,era muy mala en la cama o ya no era productiva.Me parece de una cobardía intolerable!El que desea vivir a los 60 ,experiencias de los 21,abandonando a su esposa e hijos .Y el que él solo él se cree capáz y válido para administrar y disponer del patrimonio común.Eso está presente y aquí.

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