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Topografía íntima

VAN GOGH Vincent - Habitación en Arlés

Recordar los pisos en los que hemos vivido es una buena fórmula para hacer inventario biográfico, decorativo y también existencial. De nuestra habitación propia pasamos a conquistar una isla: así se nos antojaba el primer miniapartamento en aquel sexto sin ascensor. No nos importaba. Celebrábamos la independencia a pesar de las goteras y la cocina de gas butano, de la cisterna de los vecinos rugiendo de madrugada. En cambio, los jóvenes españoles frisan en la actualidad en la treintena cuando abandonan el hogar familiar con el susto metido en el cuerpo.

El de inquilino es un estado provisional, amenazado desde hace años y puede que hasta en vías de extinción. A mi alrededor, cada vez son más los freelance que realquilan una habitación a alguien que tampoco puede hacer frente a la mensualidad y necesita ampararse en esta economía colaborativa. No se trata de aquellas señoras mayores necesitadas de compañía que ofrecen cuartos a estudiantes como en la España de La colmena o Tiempo de silencio. Hoy, el alquiler supone el 37% de los ingresos del español medio, pero hay casos en que se come hasta la mitad del sueldo. El resto, en el caso de la mayoría de las familias, se funde antes de que termine la primera semana de cada mes, prolongando una domesticidad a crédito.

No obstante, existen más de 2,3 millones de viviendas vacías, no disponibles para venta ni alquiler, según datos de un estudio elaborado por la empresa de gestión inmobiliaria Anticipa –la última cifra oficial del INE es ya antigua, del 2011, y aún más elevada: 3,4 millones–. Y es que la burbuja inmobiliaria se hinchó en nuestro país como en pocos del mundo. La política de vivienda apenas tiene latido, y no llega a quienes más lo necesitan. Da igual que la Carta Magna sancione el “derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada”; aquella en la que el multidisciplinar Gaston Bachelard veía “la topografía de nuestro ser íntimo”.

Tener una casa –propia o alquilada– se ha convertido en un lujo, también en una laboriosa gestión de recursos. Este invierno, en las tertulias de la tele me he encontrado con compañeros que no encendían la calefacción a fin de evitar los sablazos de Naturgy. Las tripas de un hogar son intrincadas y caóticas, del cableado eléctrico a las tuberías y bajantes, pasando por calderas y radiadores, falsos techos, zócalos, etcétera. Muchos se rieron del gesto de Pablo Iglesias enarbolando la Constitución –esa palabra que hace virtuosos a unos y malvados a otros–, pero ante los efectos colaterales de la ley de oferta y demanda, el adjetivo digna sobra. Digamos derecho a una vivienda ratonera, a un empleo basura, a una sanidad sin camas.

Publicado en La Vanguardia

Un comentario

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