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Basura invisible

GUSTON Philip - Evidence

La unidad de almacenamiento de mi ordenador me manda alertas. Estoy a punto de agotar un espacio que no puedo ver e ignoro cuánto ocupa en metros cuadrados o cúbicos –que es aún como contabilizo yo el espacio–, por mucho que se me informe de los gigas y los megas. Qué hastío me produce borrar; se me antoja un tiempo de calderilla cuyo efecto es del todo inmaterial, bien diferente a quitar el polvo y quedarte mirando el trapo ceniciento convencida de haber hecho algo útil. Cierto es que al crujir la papelera virtual, sientes la eufórica sensación no ya de la limpieza, sino de una sutil trituradora que te ­libera de lo que tanto pesaba. Tras deshacerte con algunos clics de un centenar de correos basura y cincuenta promociones, y a pesar de maldecir esos­ ­robatiempos, todo parece estar más en su ­sitio.

Cada año aumenta el número de personas que padecen el síndrome de Diógenes –resulta paradójico que el filósofo que predicó la máxima austeridad con el ejemplo nomine al acopio extremo–, que siempre ha amenazado al ser humano desde que empezó a acumular más cosas de las necesarias. Objetos de los cuales resulta un pecado deshacerse, sean cajas perfectas, libros que no te atreves a jubilar o prendas apolilladas que todavía son portadoras de recuerdos vivos. La mayoría somos capaces de deshacernos de lo que ya no nos sirve, pero aun así tendemos a acumular y a llenar cajones. No tiramos, precavidos o morosos, porque nunca se sabe si hará falta aquella factura, y los hay que acaban por ignorar dónde ni cómo viven. Los guardones consumados no reconocen la casa como suya cuando ven fotografías de las neveras, las bañeras o los fregaderos obstruidos por montones de basura.

En la era de la nube, el Diógenes se virtualiza, y un 60% de los usuarios de tecnología –todo aquel que tiene un smartphone y una tableta, no se imaginen a un ingeniero informático– padece la rémora de esos cientos de correos sin abrir, las fotos del chat de padres que uno no encuentra tiempo para borrar y hasta absurdos gifs que no ha llegado a ver en acción. Basura digital la denominan, y su acumulación en nuestros dispositivos electrónicos, según nos advierten los expertos, acaba provocando una ansiedad de campeonato. Antes de hacerle frente, optamos por comprar más espacio de almacenamiento, y nos preguntamos si no se trata de una metáfora vital: preferimos no ver lo que nos rodea, fingir que somos capaces de pasar página sin mirar atrás, de ventilar el pasado, cuando en realidad no hemos limpiado nuestros archivos de borrones ni enderezado sus renglones torcidos. Sólo los hemos subido a la nube.

Imagen: Philip Guston, Evidence

Publicado en La Vanguardia

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