Saltar al contenido →

Se busca sustituto

BROODTHAERS Marcel - L'Objet écrit (La Bouteille de lait)

Qué sería de nosotros sin los sustitutos; y no me refiero a los empleados temporales sino a todo aquello que reemplaza lo original, bien sea por nocivo, escaso u obsoleto. Nuestra fe en el futuro se alimenta del cambio –de amistades, de trabajo o de colchón, ahora un tema presidencial que no debería tomarse a mofa, pues hasta los colchones tienen fecha de caducidad (aunque duran casi tanto como la vida media de un matrimonio: unos 16 años)–.

Hombres y mujeres siguen repitiéndose con camaradería “un clavo saca otro clavo”. No lo han probado literalmente, pero la experiencia les ha demostrado que para librarse de la ira que acompaña al desamor hay que cubrir afectos y modificar hábitos: el tabaco por las pipas o una relación tóxica por otra deportiva y leal. Nos corroe un ansia de rellenar huecos, acaso para enmascarar la sensación de desnudez que provoca la falta de alguien, o el avenirse al fin de una costumbre. Creemos hallar atajos que encaminamos azorados, aunque acaben resultando itinerarios aún más polvorientos. Parejas rotas que buscan a quien mejore lo anterior, adictos que cambian la muerte en vida por las salas del gimnasio, jefes que despiden a un viejo empleado con ánimo de renovación y a los cuatro días detestan al nuevo.

A veces sustituimos hábitos por cuestión de modas, para no perdernos en una conversación: el cine por las series, la quinoa por el arroz, la infusión de jengibre por el poleo menta. Pero no se trata tanto de suplir como de acertar, demostrándonos que sólo desde el desapego se puede vivir sin placebos. Los sustitutos del azúcar o del plástico ejemplifican a la perfección una época nociva y contaminada. Las exigencias sociales dictan ponerse a dieta permanente a partir de los cuarenta. Hay que conformarse con hamburguesas de tofu o huevos de tres claras, sucedáneos energéticos vacíos de grasa placentera. Lo mismo ocurre con la icónica bolsa de la compra, que pronto pasará a editarse en series limitadas firmadas por artistas y diseñadores que ya promueven gabardinas de metacrilato transparente. La socorrida bolsa de plástico que tantas señoras han utilizado como improvisado paraguas, altamente contaminante, es reemplazada por el papel de estraza, moderno y ecológico pero que se moja enseguida. Hay más: coches sin conductor, bitcoins, ­máquinas cajeras en lugar de dependientes. Y no siempre se trata de ir a mejor. Las fotografías de Jamie Diamond y Elena Dorfman –en la Fondazione Prada de Milán hasta finales de julio– muestran escenas cotidianas con muñecas hinchables acompañando a hombres ­solitarios, en silencio. No hay mayor símbolo de derrota en el sustitutismo que cambiar la piel por el látex.

Imagen: Broodthaers, L’objet écrit

Publicado en La Vanguardia

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *