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Musas y arañas

Una de mis neurosis cotidianas consiste en no taponar algunos objetos, en especial botellitas de agua, bolígrafos, cremas o estuches de lentes. No se trata de un descuido voluntario, sino de un acto inconsciente, incapaz de activar el botón mental de cierre cuando me hallo ensimismada. Este defecto es causante de dramáticas caseromagnitudes, un eficaz palabro de Millás, además de desastres tecnológicos. ¿Cuántas veces se me han derramado líquidos dentro del bolso, convertido en una laguna donde flotan llaves, kleneex y, por supuesto, el móvil? La pregunta recurrente es “¿en qué estabas pensando?”, y desde que tengo uso de razón sólo puedo responder “en las musarañas”, igual que aquellos agricultores que, al distraerse, le decían al capataz que estaban mirando las musarañas: ni musas ni arañas sino una especie entre ratón y topo.

La resistencia a los tapones, según algunos textos psicoanalíticos, se relaciona con una falta presentada a modo de agujero. En mi caso no veo ni los tapones ni los agujeros cuando me ausento y, en la lectura o en la escritura, aunque también bajo el grifo de la ducha, un hilo de pensamiento fluye y atrapa ideas, más o menos afortunadas, además de visiones tanto reales como imaginadas.

En un librito de Stefan Zweig sobre el misterio de la creación y la posición del artista, “fuera de sí mismo” mientras produce, encuentro dos ejemplos deliciosos. El primero es bien conocido: en la sitiada Siracusa, Arquímedes dibujaba con un bastón figuras geométricas sobre la arena de su jardín; entró su asesino y se abalanzó sobre él, “pero el pensador, ensimismado en sus problemas, sólo murmuraba, sin volver la cabeza: no alteres mis círculos”. El segundo rapto se refiere a Balzac, escribiendo, cuando fue interrumpido por la visita de un amigo. El escritor, cuenta Zweig, lo tomó por el brazo con lágrimas en los ojos y exclamó: “¡Qué horror, la duquesa de Lan­geais ha muerto!”. No existía una duquesa con ese título, Balzac acababa de matar al personaje y aún estaba dentro de la ­novela.

El ensimismamiento continúa siendo una de las escapatorias más baratas para el ser humano; también un estado creativo. Muchos actores recurren a la meditación para vaciarse de los pensamientos tóxicos; dicen que se limpian por dentro y así pueden habitar con más elasticidad la piel de sus personajes. Tras los miles de páginas que estos días se muestran, firman y venden en las múltiples ferias del libro, late la huella invisible de un pensar fuera del tiempo, capaz de hacer brotar un instante o un renglón de magia. Aseguran que nos visitan al día unos 80.000 pensamientos; la mayoría vuelan, pero ay de los afortunados que permanecen abiertos, destaponados.

Imagen: Nocturno (azul y plata), James Abbott Whistler

Publicado en La Vanguardia

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