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Hacer sábado

KOOJ07-2

España fue siempre país de chanchullos, también llamados cabildadas o alcaldadas, pues demasiado prolija es la tradición del provecho ilícito a través del poder. La vara de mando llegó a parecerse al maletín de Mary Poppins: metías la mano dentro y sacabas un piso en Marbella, un bolso de Vuitton, una tarjeta black, o un banquete de bodorrio salvaje. Pero, con la llegada de la crisis –que coincidió con los primeros furores de las redes sociales–, se empezaron a buscar otros horizontes, y se forjó un nuevo estilo: influencia en lugar de dinero negro, primero porque escapa a las pesquisas auditoras, y, segundo, porque, igual que todo lo valioso, produce beneficio a medio y largo plazo. Del saco salieron hasta títulos académicos, como el máster de Cristina Cifuentes –según ella misma reconoce, sin ir a clase ni hacer exámenes– o el posgrado en Harvard de Pablo Casado –en realidad cuatro días de cursillos en Aravaca– para adornar los currículums de quienes se sienten en falta.

Recuerdo una vez que, a fin de documentar una entrevista, le pedimos a Elena Ochoa, ahora lady Foster, su currículum. Contaba casi con 50 páginas bien detalladas y documentadas, y en la redacción nos quedamos asombrados. Aún y así, nunca tuvimos la tentación de mentir ni en esa atragantada línea donde podías dudar entre el inglés básico o el medio porque la sola idea de que nos entrevistaran en ese idioma nos paralizaba. La vergüenza propia –y la ajena– siempre marcó un límite: ¿alguien puede dormir tranquilo asegurando que es matemático, pedagogo o ingeniero industrial sin haberse licenciado? No fue el caso de Ada Colau, a quien le quedan tan sólo un par de asignaturas para terminar Filosofía, y nunca lo ha escondido. Al contrario, colgó en su web sus buenísimas notas de la carrera, excepto las dos materias no presentadas. Y dudo de que nadie dejara de creer en ella por no tener el título enmarcado.

Vivimos tiempos de desenmascaramiento. Caen las torres más altas, los guardianes de los guardianes muestran sus manos manchadas. Ni la judicatura, ni la universidad, ni las oenegés ni la mismísima Academia Sueca del Nobel –asaltada por escándalos sexuales y filtraciones– son fiables. Un sistema amoral construido con atajos y puentes, con ascensores de alta velocidad y puertas giratorias, emerge, incapaz ya de contener su podredumbre.

Pero ¿qué estábamos haciendo, generación tras generación, mientras sanguijuelas de todo tipo saqueaban arcas y sacaban pecho con méritos falsamente vanidosos? Trabajar, tener hijos, sobrevivir, hacernos mayores, sobrevivir, enfermar y sanar, sobrevivir. Por no ceder la silla, ni regenerarse, ni hacer sábado, se han acumulado to­neladas de basura bajo la alfombra. Y ahora que la mugre se desborda igual que un río, aún se espera que la sociedad sacrificada, e incluso puteada, recoja los excrementos de los incontinentes chanchulleros.

Publicado en La Vanguardia

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