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Las viejas maneras de ser nuevo

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“El estilo es el hombre. Mejor dicho, el estilo es la manera como un hombre se toma a sí mismo; y, para ser mínimamente encantador, o incluso soportable, la manera está rígidamente prescrita. Si es con seriedad exterior, tiene que ser con humor interior, si es con humor exterior tiene que ser seriedad interior. Ninguna de las dos servirá si la otra la subyace”. Qué sabias palabras las del poeta Robert Frost en su definición de estilo, que más allá de la impronta personal, pueden aplicarse a la moda y a la política, aunque la primera se tome mucho menos en serio que la segunda. No a sí misma, ya que se glorifica continuamente y genera riqueza y espectáculo. Es su cíclica temporalidad, su rotación permanente, lo que la hace deseable y a la vez voluble: lo que se pone de moda, pasa de moda.

En las semanas de la moda de Milán y París, los creadores han buscado tanto la ocurrencia como la supervivencia. Su misión consiste en huir de la seriedad absoluta, no caer en la frivolidad insípida, contar algo en la carpeta de prensa intelectualizando el mensaje sin hacer el ridículo y vender no solo unas cuantas prendas sino una lección de estilo. Porque del éxito de su colección depende que crezcan los réditos de sus franquiciados, desde perfumes a gafas o edredones. “Dolce&Gabana locos por los millennials” titulaba Suzy Menkes, cronista de moda de Vogue internacional. Esa es la nueva leyenda: se dice que ahora a la pareja, y en especial a Stefano, solo le hacen gracia los influencers, y que invierten más en ellos que en la prensa de moda tradicional. Menkes citó en más de una ocasión Alicia en el País de las maravillas a modo de referente de este y otros shows, y es que la infantilización del mundo es otro de los escapismos que subyacen en el subconsciente de los creadores. O tal vez se deba a que quieren vender bien en Asia. “Como arqueólogas que rebuscan en un arcón objetos que traen historias”, así definió Menkes a las mujeres de Francesco Risso para Marni. Chanel llamaba poesía costurera a este tipo de relatos y se los encargaba a Jean Cocteau, a quien le costeaba las rehabilitaciones narcóticas.

En la tercera jornada de la pasarela milanesa, se vivió “el” momento. Empezó a sonar “Freedom” de George Michael y se abrió una cortina: Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Carla Bruni, Helena Christensen y Cindy Crawford posaban desafiantes, como estatuas, vestidas de Versace. No estamos en 1991, sino en 2017, así que en el desfile también participó Kaia Gerber, hija de Crawford. El público se levantó y algunos se acercaban a la pasarela para tocarlas y enloquecer pues ellas que tanto se han dejado fotografiar y, en cambio, tan poco han hablado, siguen siendo las diosas de este Olimpo. Los guardias de seguridad irrumpieron y se las llevaron de vuelta al backstage. Se trataba de un homenaje al creador fallecido hace veinte años, y ello justificaba la revisión que la firma italiana ha hecho de sus grandes hitos. En eso consiste en lujo hoy: apostar por los best sellers –o iconos, como prefieren denominarlos las marcas en cuanto cumplen una década– resulta la forma más segura de mantener el negocio a flote mientras se repiensa la estrategia a medio plazo. Gianni fue el primer creador de lujo que renunció a que la moda fuera un microclima elitista. Abrió las puertas a millonarias rusas y árabes a quien nadie quería vestir, y las cubrió de ánforas grecorromanas. Y coronó a las top models, esas mujeres que ya han cumplido los cincuenta y siguen conservando el misterio de la belleza. Que se lo pregunten sino al “feminista” Briatore, que bien las conoce, y que ha declaró a Vanity Fair que “una mujer que no trabaja está dando por saco día y noche”

“La vieja manera de ser nuevo ya no servía”, también escribió Frost, y se interrogaba acerca de las nuevas formas de ser nuevo. Un desfile internacional es hoy una demostración de poder y novedad. Chanel customizará una vez más el Grand Palais, Louis Vuitton tomará de nuevo el Louvre el próximo miércoles. Y la firma Yves Saint Laurent –coincidiendo con la apertura de su primer Museo en el número 5 de la Avenue Marceau, donde Saint Laurent y Bergé fundaron la firma– eligió una explanada frente a la Torre Eiffel, que se iluminaba marcando el ritmo de la colección. En verdad la ropa, toda pensada para mujeres que viven la noche, importaba menos que el monumental escenario, el corazón del París del primer ministro mejor maquillado de la historia. Después de Napoleón.

Publicado en La Vanguardia

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