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Libro de familia

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Hay un momento en que los hijos ya no te piden cuentos sino historias reales. “De cuando eras pequeña”, precisan, además de preguntarte si alguien te chinchaba en clase, o cómo eran los abuelos a los que nunca conocieron. También quieren saber cuál fue la primera palabra que pronunciaron. O su mayor travesura. Reclaman una memoria que sienten que les pertenece, y en su acto inconsciente pero determinado, entiendes que el pasado ha entrado ya en sus vidas. De ese modo van colocando las primeras piedras para construir su propia historia, hurgando qué hay detrás de sus apellidos o dentro de los cajones de una cómoda antigua.

Hace unos meses, Rebecca Hardy publicaba en The Guardian un artículo acerca de la importancia de la memoria familiar para los niños. Nacida en Manchester pero trasplantada a Londres por trabajo, utilizaba la anécdota de que su hija más pequeña se declaraba supporter del Chelsea –para desgracia del padre, también mancuniano y seguidor del Manchester United–, aunque su reflexión iba mucho más allá del fútbol. “¿Se beneficiarían nuestros hijos de estar más en contacto con sus raíces?”, se preguntaba. Hardy cita en su texto una investigación científica que apunta a que los niños que atesoran una fuerte “narrativa familiar” disfrutan de mayor salud emocional, más fuerte es el sentido de control sobre sus propias vidas además de su autoestima. Cierto es que flota un aire subversivo cuando tu hija te dice que es la única culé en su aula madrileña. Ese rasgo, que no lleva en sus genes pero late en su entorno, le confiere un dulce desafío y contribuye a levantar su yo intergeneracional. Aprender palabras antiguas catalanas, comer pan tostado con aceite y azúcar, como hemos hecho durante generaciones, o ver la foto de su bisabuelo, prisionero en una checa durante la guerra, son pequeños actos que favorecen la conexión y el sentido de pertenencia.

A principios del siglo pasado, Maurice Halbwachs, pionero de la sociología y autor del lúcido La memoria colectiva, defendía que la memoria es efectivamente común, ya que se construye socialmente, aglutinando un conjunto de recuerdos que, entrelazados, contri­buyen a formar nuestra identidad. Convive el sentido de pertenencia de grupo con la individualidad, el deseo de ser únicos pero a la vez integrados en una red. Flaubert hablaba de la vida entendida como “el tejido fino e imperceptible de mil circunstancias banales”. Esta se compone de un par de grandes cosas y una colección de sucesos microscópicos, repetitivos, aparentemente intranscendentes. Es cierto que en todas las familias se ocultan secretos, cuyo descubrimiento puede hacer pedazos tu libro de familia, pero con la perspectiva del tiempo, incluso estos ayudarán a entender la pasta que te conforma. Negar o descuidar las raíces te desdibuja mientras que recordar en común es un placer parecido al de taparse con una manta suave cuando hace frío.

Publicado en La Vanguardia

Un comentario

  1. Martin Martin

    Precioso como de costumbre. Es una pregunta recurrente, pero estoy comprobando que para mis dos hijos de diferentes edades, el recibir reminiscencias de sus antepasados a través de la narración hablada tuvo resultados positivos, claro cada uno cuenta la escena desde el ángulo que la vio…
    Me encanta lo de tu hija culé en un aula de Madrid porque mi hijo fue el primer culé (al menos el primero declarado) de su aula en León y ya ha sumado a unos cuantos!

    Un beso

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