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La virtud del error

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Un profesor de Psicología de la Universidad norteamericana de Princeton, Johannes Haushofer, se ha convertido en fenómeno viral gracias a un nuevo formato de currículum vitae. En lugar del resumen “de vida” que solemos ventilar con una enumeración de estudios, trabajos e idiomas, Haushofer ha optado por recopilar la lista de sus fracasos profesionales. “La mayoría de lo que intento fracasa, pero esos fracasos son a menudo invisibles, mientras que el éxito resulta siempre visible. Me he dado cuenta de que esto provoca en otros la impresión de que la mayoría de las cosas me van bien”. Y de seguido enumera esos tropiezos a los que hace referencia: los cursos a los que se le ha negado el acceso, las plazas de profesor que no alcanzó, las solicitudes de fondos para investigación que le fueron denegados y las publicaciones académicas que nunca llegaron a ver la imprenta. No hay duda de que se trata de un grado de transparencia ejemplar que pocos pueden permitirse, precisamente sólo aquellos que han alcanzado un objetivo, después de andar desenfocados o de caerse varias veces y volverse a levantar.

El triunfo parece ser el único lado de la vida del que se puede estar. El fracaso es opaco. Se arrastran excusas y disfraces, pero a menudo resultan vanos intentos de amortiguar el dislate. Qué diáfano espectáculo de derrumbe se escenifica hoy en la escena política. Vuelven las promesas y suenan deslavadas. Rajoy se presenta como símbolo de “la concordia y la España moderada”, mientras que Sánchez quiere garantizar “un cambio seguro que una lo que la derecha ha separado”. Por su parte, Rivera alerta de la necesaria regeneración que “no será posible si no hay cambios en los gobiernos de España”. E Iglesias se siente llamado a “tratar de juntar y unir todas las piezas del cambio”. Si no supiéramos que detrás de sus palabras hay una colección de frustraciones y desidias, de incapacidad de alcanzar un acuerdo que pedían a gritos tanto la sociedad civil como el Ibex 35, les votaríamos a todos. La campaña puede llegar a ser muy cansina y empachosa, igual que cuando alguien insiste en darte de comer y ya habías almorzado. De nuevo carteles, mítines sudorosos, banderines ondeantes, debates para elegir al más listo y una glorificación de sus virtudes, minimizando –cómo no– sus errores. En estos tiempos distópicos, habría que empezar a probar nuevas fórmulas para colocar un mensaje, por lo que sería encantador que se sustituyera la vieja palabrería del “yo acuso” por la del “yo confieso”, al estilo del profesor Haushofer. La historia ha dado suficientes pruebas de que sólo desde la aceptación del error pueden regenerarse las pieles muertas.

(La Vanguardia)

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