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Dentro del armario

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A medida que cumplimos años, identificamos con mayor rapidez a quienes tienden a replegarse hacia dentro en lugar de mostrar sus plumas de colores. No son fóbicos sociales, aunque compartan características con ellos. Lo que les inhibe nada tiene que ver con el miedo irracional a mostrarse, a que sus tripas hagan ruido, a ser humillados públicamente. Aunque prefieran resguardarse en sus espacios seguros, tampoco encajan con los llamados hogareños, ya que una de las razones más apreciadas de su aislamiento es la soledad que habitan, celosos de su silencio. Vestir la soledad es acaso una de las asignaturas principales de los humanos. Porque el sentido de la independencia consiste también en saberse ocupar de uno mismo “en la salud y en la enfermedad”.

Pero en el gesto de refugiarse en un pequeño mundo domado por una colección de rutinas, o dimitir de la agenda social y dejarse ver poco, la parálisis se confunde con rebeldía y la pereza con misantropía. A veces boicoteamos nuestra propia agenda. Incluso con el ojo pintado, la llave del gas cerrada y el bolso a punto, y decidimos quedarnos en casa. No puede esperarnos nada mejor que nuestros pies descalzos en posición horizontal, nos decimos, en lugar de un jolgorio ajeno y ensordecedor. En los actos sociales siempre hay alguna silla vacía. Alguien que, en el último momento, decide evadirse del compromiso. A veces me pregunto por ese breve instante, el fogonazo neuronal por el cual abortan sus pasos, y en lugar de dirigirse hacia el evento, se van a la cama sin remordimientos.

En su última novela, Desde la sombra (Seix Barral), Juan José Millás instala a su protagonista dentro de un gran armario. Vive allí, asomado a la vida de una familia. Y a pesar de las incomodidades que supone esa morada, el hecho de abandonar el armario le produce angustia y claustrofobia, de tan despedazado que se siente del mundo real. Millás es un portentoso iluminador de sombras, las mismas que conducen a crearnos nuevas identidades. De entrada parece un asunto de enajenados o esquizofrénicos, pero en verdad afecta a los vértices de la pirámide, es decir, a los poderosos. Millás toca un asunto muy actual: estamos rodeados de personajes inventados que no son los que dicen ser. Desde los capitostes de Manos Limpias hasta la colección de hombres ejemplarmente encorbatados –y alguna mujer con bolsos de Vuitton–, que nunca dejaban su silla vacía en una cena. Pero en realidad no eran ellos, sino su sombra la que se movía en los salones, la misma que hubieran tenido que encerrar en un armario; replegarse en lugar de quererse comer el mundo con sus plumas de colores ,hasta convertirse en un peligro público. Esos sí son locos peligrosos.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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