Pero esa especie de Starbucks de las relaciones libertinas, una marca que en poco más de una década se ha hecho global y ocupa titulares por ser un negocio tan polémico como lucrativo, no ha sido capaz de mantener su garantía última y ha derrapado –y de qué manera– al vulnerar su propia razón de ser: el secreto. Los piratas que hackearon este verano 10 gigas de información sensible con miles de nombres y datos de sus promiscuos clientes podrían ser tanto guardianes de la moral como aguafiestas dispuestos a demostrar que si se puede llegar al corazón de la mismísima CIA también es posible hurgar bajo sábanas clandestinas.
El mapa de la infidelidad, que sitúa continentes, países, ciudades y pueblos con su aritmética comparada –del fogoso Brasil al sorprendente Vic, donde el 91,5% de los adúlteros son, cumpliendo con el tópico, hombres–, ha producido auténticos daños existenciales. Se investigan dos suicidios en Canadá, y cientos de promiscuos homosexuales tiemblan anticipando las consecuencias en Arabia Saudí o Turquía. Según los datos de la compañía, los españoles somos los más infieles de Europa. No en vano aquí uno de sus eslóganes entró con fuerza: “La vida es corta. Ten una aventura”. No hace falta que hagas parapente ni puenting, basta con ofrecerte en bandeja sexo sin compromiso sin que alteres el guión de una vida familiar encajada con años de sudor y resolución.
Una de las cuestiones de raíz en este asunto sería la de analizar el éxito sin precedentes de una compañía que nace dispuesta a relajar costumbres, endulzar éticas y expropiar culpas. Y que incluso quiere hacer pedagogía para que la pareja no se entienda como posesión sexual exclusiva –eso que siempre hemos entendido como compromiso–. Neil Biderman, ex consejero delegado de la compañía, también se hallaba entre las listas aunque alardeara de ser un marido ejemplar. Acaso quería comprobar lo bien que funcionaba su invento y conocer mejor a su clientela. O puede que tan sólo quisiera buscarse a sí mismo.
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