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Edipo en la ‘extrême droite’

lepen

Le Pen, un apellido de origen bretón que significa la península, pero también la cabeza. La que ahora mismo está a punto de perder, a pesar de su rango jerárquico, el patriarca aquejado de una acusada manía persecutoria contra los judíos en lugar de dedicarse a jugar a la petanca o, si prefieren, de leer a Heidegger en un camping de Almería con una hebra de paja entre los dientes y unas bermudas. Ambos significados sintonizan a la perfección con la guerra de familia que se está desarrollando en Francia entre el presidente de honor y la presidenta de facto del Frente Nacional -sólo con teclear el nombre del partido asoman los terrores nocturnos-.

No habrá sido fácil ser la hija de Jean Marie Le Pen, paracaidista legionario que un día decidió colgar uniforme y condecoraciones -combatió en Indochina, Suez y Argelia- para pasar al cuerpo a cuerpo político y fundar, en 1972, el ultraderechista partido cuyo nombre me produce pesadumbre. Más de un hijo de filonazi, asesino o gángster se ha enfrentado a la dolorosa obligación moral de cambiarse el apellido -aunque en verdad desearían cambiarse la sangre- a fin de redimirse y, metafóricamente, matar al padre. Pero también están aquellas niñas de papá que se sentaban en sus rodillas riéndole los chistes de moros y maricas, y que, sin apenas pensárselo dos veces, hincharon su Edipo ignorando que un día podrían llegar a cortarle la cabeza. Porque a Marine, claramente desmejorada -ha ganado kilos y calamidades con las salidas de tono del octogenario Le Pen- no le ha temblado el pulso a la hora de proponer al partido la suspensión del jefe. Sabe bien que, si quiere dejar de ser la amenaza electoral de cada cuatro años para convertirse en realidad (como recientes resultados y encuestas anuncian), tiene que soltar el lastre extremista, que no radical.

A él, que afirma entre ufano y desafiante: “yo no he cambiado”, y que califica a su hija de “concubina” de los vicepresidentes del partido, repudiándola públicamente, la expulsión le ha parecido “una felonía”. Pero, en política, de Maquiavelo a Podemos, las felonías están a la orden del día, y si algo no son los Le Pen es ingenuos, tal y como atestiguan los mediáticos golpes bajos de padre e hija. Por mucho que ella quisiera emularlo y seguir sus pasos, perfumando el discurso radical de la extrema derecha, las salidas de tiesto del padre -“las cámaras de gas fueron un detalle de la historia”, escupió hace poco- son abrumadoras. Astuta y populista, la niña que entró en política a los ocho años porque una bomba voló su casa, se refiere a la UE como la nueva “Unión Soviética” lo que le ha valido el sobrenombre de la asesina de Europa.

De la antigua casa de Tebas y la venganza de Edipo contra su padre Layo, a las penalidades procesales de personajes como Misha Barton, Leighton Meester o Arantxa Sanchez Vicario -que acusaron a sus próceres de desvalijarlas-, la historia está llena de pulsos entre Saturnos y Júpiters. Marine, que antaño honró al padre: Él puso las ideas, despertó la conciencia de la población. Yo las ejecutaré”, parece haber decidido al fin, con casi cincuenta tacos, independizarse.

Pedida tuitera / Cristina Pedroche

El amor no soporta la incontinencia. Toleramos que las parejas de moda se besen frente a las cámaras y cobren un dinerito, pero les mal acostumbran a la sorpresa hasta el extremo de que terminan por confundir la espontaneidad con el exhibicionismo, y muestran sin pudor sus arrumacos en las redes. Es el caso de la televisiva Cristina Pedroche, encumbrada por méritos tanto profesionales como de vestuario, que le ha pedido matrimonio a su novio, el cocinero cool David Muñoz: “Oye @Dabizdiverxo que ya no sé vivir sin ti…te casas conmigo porfa?? Porfa porfa porfa…” El chef no respondió, pero se fueron de viaje a París, y desde allí han seguido colgando su felicidad en lo alto de la Torre Eiffel. Está visto que la brecha generacional ha superado la noción de bochorno. ¡Ay, la intimidad!

Hipertransparente / Beyoncé

La palabra gala tiene los días contados como sinónimo de exclusividad, igual que alfombra roja. La supuestamente glamurosa gala del Met, que se ha celebrado esta semana, no hace sino reafirmar esta idea. Este año, la tendencia entre las divas del pop, Beyoncé y Jennifer López, ha sido la hipertransparencia, tanto que sus trajes parecen prestos a desfilar en los carnavales de Río o Tenerife. El filósofo italiano Giorgio Agamben, que hace unos años escribió un magnífico ensayo sobre la desnudez, denomina a la exhibición de la apariencia pura “nihilismo de la belleza”. Sólo que para las (semi) desnudas bellezas del Met ésta sí que tiene sentido, propósito o valor: reafirmar que el mundo se mueve al ritmo de sus caderas.

Editor couture/ Joan Tarrida

Empezó trabajando, de joven, en una imprenta, hasta que un día le tocó maquetar “Estimada Marta” de Martí i Pol, y alineando versos se le abrió el hambre. En París, tradujo a Diderot y Baudelaire, y después de años en Círculo de Lectores, decidió comprar Galaxia Gutemberg. Hoy, Tarrida es una especie de editor couture, independiente y atrevido, que ha lanzado la mítica revista Granta en español –dirigida con agudeza por Aurelio Major y Valerie Miles, y que en su segundo número contiene inéditos de Cabrera Infante–. También edita La maleta de Portbou, y desde los más de 200.000 ejemplares de “Vida y destino” Vasili Grossman ha navegado entre la literatura, el pensamiento y las delicatessen. “La música de la memoria”, del Xavier Güell, ha sido su último y feliz descubrimiento.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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