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Juego de nombres

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La palabra marca ha irrumpido en el ámbito individual y ha instaurado su lógica comercial en la identidad del ser humano. Por ello florecen los expertos en crear marca personal que platican sobre la importancia de tener audiencia. El aplauso que nos persigue -como si necesitáramos detrás de cada acto una corte de palmeros- da muestra de los miles de cristales pequeños que conforman la condición humana. La marca se ha comido a la romántica firma, con su ansia de monetizar -palabro terrible que hoy se utiliza para todo- y contabilizar los clics para reeditar el cuento de la lechera.

John Galliano perdió su nombre hace un par de años. Nacido Juan Carlos Antonio Galliano-Guillén, cuando era un llanito que recortaba vestidos de papel poco podía imaginarse que un día formaría parte del olimpo de la costura, que cambiaría los patrones de una grande maison, un estilo años cincuenta desfasado, propio de un tiempo de mujeres-flor. Ni que multiplicaría los dividendos de la firma parisina adquirida por Bernard Arnault para coronarse como el más transgresor, genial, audaz y creativo de los diseñadores. Se conocía su pasado de adicciones y su tendencia al exceso. Diseñaba 25 colecciones anuales, y siempre se disfrazaba en la salida final de sus desfiles: de torero, o Napoleón, riéndose de sí mismo con sus cejas dalinianas. Hasta aquel exabrupto de “amo a Hitler”, completamente borracho.

La condena fue unánime. No era un intelectual, como Heidegger, Hamsum, Pound o Grass; ni gozaba de la libertad desarrapada de Ian Curtis o David Bowie, que en su día declaró “creo que podría haber sido un Hitler cojonudo” sin temor a represalias. Él estaba a sueldo porque, a pesar de sus envoltorios, el negocio de la moda está sujeto a altas tiranías financieras. No sólo perdió trabajo: la marca John Galliano, del mismo propietario que Dior, sigue sin él. Se rehabilitó, duró poco en sus nuevos trabajos, y anunció que habría una segunda parte. Ha sido un italiano, Renzo Rosso -propietario de Diesel-, quien le ha brindado un nuevo nombre, el de otro diseñador que vendió el suyo: Martin Margiela. La foto que acompaña al comunicado, atildado y con mirada entre vidriosa y desafiante, resucita el fantasma de Dorian Grey. Así, Galliano firmará sus colecciones como Maison Margiela a fin de rehabilitar su nuevo yo. Un nudo borgiano con trasplante de nombres en toda regla.

Como el que pide a gritos Isabel Pantoja, que difícilmente podrá arrebatarse el suyo. La orden del juzgado que la conmina a ingresar en prisión si no paga más de un millón de euros no hace sino reavivar su marca personal. Tragicomedia alrededor de los tribunales; la mancha del amor y sus blanqueos. Como si la Pantoja tuviera que interpretar en la vida todo lo que ha cantado. Nunca he entendido por qué le llaman canción ligera, cuando en sus letras se abren carnes y vísceras en canal: “Me duelen los centros”, dicen los manchegos. Igual que a los personajes que quedan atrapados en la rueda de la fama, esa gran trituradora de la dignidad.

El ocaso

Descendiente de una prolija casta de industriales y políticos, e incluso con un primo oficiando de obispo de los pobres y mutilados en Camboya, Rodrigo Rato fue un chico bien (en Madrid se empeñan en llamar chicos a los de sesenta y más) aunque lo expulsaran de Icade; contribuyese a hinchar la burbuja inmobiliaria desde el Gobierno; saliese por la puerta de atrás del FMI; y como guinda colaborase en el escandaloso hundimiento de Bankia utilizando su tarjeta fantasma a diestro y siniestro entre 1999 y 2012. Representó la esperanza blanca del aznarismo, la derecha moderna que se dice; ahora, imputado por el juez Andreu, deberá explicar sus caprichos pagados con tarjetas opacas. El siglo XXI será el de la transparencia, o no será.

Ligues en Palacio

“¿En tu casa o en palacio?”. El asunto es completamente real, nunca mejor dicho: los responsables de la seguridad de Buckingham están hartos de que el personal que atiende a la realeza británica (más de 800 entre mayordomos, limpiadores, camareros, vigilantes…) utilice Grindr, Bender y demás apps para ligar. Según han revelado, en los últimos meses se ha disparado el número de visitas -fugaces y ardientes- a las dependencias accesibles del regio complejo, que no son otras que sus habitaciones. La tecnología que las promueve también las delata. Quien le hubiera dicho a Isabel II que las trifulcas telefónicas serían, desde aquel tampax de Camila en el que quería convertirse su hijo, un continuo sobresalto.

Memoria y pedigrí

Patrick Modiano, flamante Nobel de Literatura, ha rechazado una y otra vez la fácil etiqueta de nostálgico que la crítica le ha colocado, aunque sea cierto que la literatura y el cine le funcionen para dialogar con el pasado. Como cierto es también que su retrato -en singular, pues su obra no puede entenderse sino como una suerte de Comedia Humana del siglo XX- de los terrores y miserias de la ocupación, valorada por la Academia Sueca, es tan evocador como valiente. Pero, ¿acaso no tratamos todos desesperadamente de no olvidar lo que hemos sido o a quienes hemos amado? La hierba de las noches, su última novela, estrena la autoficción poético-policial. Un noire seductor de quien escribió una pequeña obra monumental: Pedigrí.

(La Vanguardia)

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