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Una carta a Suárez

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La carta empezaba así: “Es improbable que esta carta llegue a sus manos, aun así tengo fe y creo que alguna puerta se tiene que abrir”. Y continuaba: “Soy una madre de familia numerosa, mis hijos aún son pequeños, mi marido pasa por un bache de salud y el negocio no marcha muy bien; con trabajo podemos llegar a final de mes pero llevamos seis meses de retraso para pagar los intereses de la hipoteca. A pesar de varios intentos, el banco no atiende a razones y se niega a prorrogarnos el plazo para abonar la deuda. Es más, nos han amenazado con que si en tres semanas no cumplimos, debemos abandonar la casa. Sólo necesitamos un poco de tiempo”. Con letra inclinada, de mujer leída, no era difícil apreciar que se trataba de una confesión sincera, ahogada de angustia pero a la vez con un destello de rara esperanza. La mujer cerró el sobre y escribió: “Excmo. Sr. Don Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno. Palacio de la Moncloa. Madrid”. Pagó doble franqueo, y la echó al buzón. Nadie, ni su marido, debía saberlo.

Corría el año 1976. Suárez había desplegado sus hechuras de actor y una sonrisa encantadora. En la televisión emitían Hombre rico, hombre pobre, y Adolfo, falangista hijo de republicano que había jugado con mucha mano izquierda el traspaso del franquismo, tenía físicamente un aire a Peter Strauss -el hombre rico- pero, en cambio, su talante abierto y luchador recordaba más al pobre Nick Nolte. Un Suárez regio, curtido, simpático, vehemente, humilde. Un estadista, por fin ahora recuperado, que decía estas cosas: “El futuro no está escrito, porque sólo el pueblo puede escribirlo”. O “yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”. No hay más que recordar la anécdota relatada por su hijo cuando el arzobispo Cañizares le preguntó, ya con la memoria extraviada: “Adolfo, ¿quieres que te administre el perdón?”, a lo que él contestó, en un rapto lúcido: “Yo siempre estoy dispuesto a dar y pedir perdón”.

La respuesta llegó en diez días. A la mujer le temblaban las manos. Abrió el sobre rodeada por sus hijos. Leyó en voz alta: “Muy Sra. mía, hemos hablado con el Banco Español de Crédito y nos han comunicado que le prorrogarán el plazo para el pago de sus intereses. Esperamos que de esta manera puedan hacer frente a su situación”. Cuán inimaginable resulta hoy que un gobierno interceda ante los bancos para ayudar a sus ciudadanos. En aquellos tiempos, a pesar del inestable equilibrio del sistema, un hombre llamado Adolfo Suárez intervenía en cosas pequeñas que lo hicieron grande. Nunca he ido a despedir a muertos que no conocí; en esta ocasión lo hice para acompañar a la mujer de la carta.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. Regina Regina

    Quin tros d’història… Se m’ha posat la pell de gallina.

  2. Jose Ramon Jose Ramon

    Quiero agradecerle profundamente que haya divulgado esta “cosa pequeña” que no conocía, pero que refleja tan bien la personalidad de Adolfo Suárez.

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