Saltar al contenido →

No es culpa mía

15791144

Creía que se trataba de una cuestión generacional de quienes nos educamos en una cultura que empezó a glorificar la juventud, no sólo como una (buena) etapa de la vida sino como ideal de permanencia. Y que pensamos ingenuamente que sentirnos eternos adolescentes era una ventaja en lugar de un molesto inconveniente. Pero según la autora del best seller Adulting, Kelly Williams Brown, después de diversas indagaciones sobre la dificultad de madurar, “nadie se ve a sí mismo como un adulto”. Leo sus bienintencionados consejos para conseguir dar ese paso (desde comprar diez barras de desodorante y repartirlas por el baño, el coche o el despacho -“su importe es irrisorio comparado con lo que logran evitar”-, hasta propuestas más russellianas como, a la conquista de la felicidad, aprender a “ser justo con los demás” y crítico con nosotros mismos), pero hoy el sentido común, más allá de generaciones X o Y, cotiza a la baja.

“Joven de espíritu”, se dice de aquellos que, a pesar del paso de los años, huyen de ánimos, actitudes, apariencias y términos que les avejenten. Algo bien distinto a ser un “inmaduro”, etiqueta que hasta hace poco se utilizaba sobre todo en las relaciones entre hombres y mujeres (mayoritariamente en referencia a los primeros) para referirse a esa invisible losa que paraliza e inhibe conductas. Williams Brown amplía el catálogo: quejarse a menudo, con tintes melancólicos instalados en el ensimismamiento tan propio de la pubertad; creerse siempre la víctima; azuzar la ansiedad por no alcanzar las expectativas de los otros…

Pero hay una fórmula que destaca en el retrato de la inmadurez en sociedad, y que tiene que ver con la dificultad en asumir los errores propios. ¿Cuántos “no es culpa mía” oímos al día? Además de en nuestro entorno cotidiano, desde las tribunas políticas, económicas o policiales se repite sin cesar esa justificación exculpatoria tan infantil y gratuita. La misma que tiene ahora a Madrid convertido en un vertedero. La que decide unilateralmente cerrar Canal 9, donde antaño impuso mazo y bozal, exigiendo que, de Zaplana, se emitieran sólo imágenes de su perfil bueno antes de defenestrarle. O la que mantiene enfrentados a Generalitat y Gobierno central por la morosidad en el pago a las farmacias catalanas.

Puede que no sea culpa tuya, pero sí asunto tuyo, como razona la autora de Adulting. En su crónica aflora el retrato de una sociedad que, desde las cúpulas donde se deberían optimizar políticas y resultados, hasta las tormentas de arena con las que nos hemos acostumbrado a convivir, tiende a desembarazarse de sus competencias. Entre la previsión y el caos, la obsesión de control y la laxitud hedonista, pero, sobre todo, entre la responsabilidad y la dimisión de la misma, oscilamos, hartos de oír que nadie tiene la culpa de nada, cuando lo que de verdad importa ante un problema es la destreza y la voluntad para solucionarlo.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *