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Aprendiendo a aprender

moch

He escuchado con atención las declaraciones en España de la niña Malala, la que sobrevivió a los ataques de los integristas que le negaban su derecho a tener un pupitre. Y cómo, desde su exilio europeo a fin de seguir una escolarización libre de balas, advierte que los niños occidentales no valoran ese derecho. Tanto en su anterior realidad, en Pakistán, donde querer aprender geografía resultaba una pretensión temeraria, como en su nuevo contexto democrático y liberal -en el que se considera que el verbo educar, fiel a su etimología, significa guiar-, advierto un riesgo monumental: la fatiga.

En las puertas de los colegios, a las ocho y media de la mañana, los escolares cargan sus angustias o alborozos en la mochila. En las clases, además de memorizar, buscarán un hueco vital, un destello que les alumbre el laberinto y les regale esa palabra mágica: motivación. Sus notas, a veces resultado del azar y otras del esfuerzo, determinarán la cruz en la casilla del futuro, mientras que las familias, más desencantadas que nunca, reducen su implicación. En el mundo adulto se discute sin cesar sobre sistemas educativos e innovaciones tecnológicas que se venden a bombo y platillo, como si una pantalla fuera capaz de sustituir grandes carencias. “Educar en valores”, se repite sin cesar. Pero ¿cómo se puede educar en valores, con los mismos valores de siempre? O mejor dicho, y como sostenía recientemente Peter Buffett, hijo del multimillonario, en un artículo en que denunciaba el colonialismo filantrópico: “Hay que gastar dinero probando ideas que sacudan los sistemas y estructuras, ya que, como dijo Einstein, ‘no se puede resolver un problema con la misma mentalidad que lo creó'”. El profesor Jordi Sallent citó estas palabras en un debate organizado ayer en Madrid por la Fundación Telefónica y denunció políticas educativas involutivas, algunas paternalistas, otras producto del “complejo caritativo industrial” como la promovida por la Fundación Bill & Melinda Gates, que considera al maestro casi como al responsable de una cuenta de resultados: si el alumno saca buenas notas, el profesor cobrará más partiendo de que no hay malos aprendices, sino maestros incapaces.

Que un país suspenda en educación es una derrota moral. Pero ni la política, ni la filantropía, ni las TIC podrán resolver la fatiga que asuela a quienes cada día se cuestionan la ideologización de las aulas, los tuppers, las becas, la sobrecarga del profesorado, las escuelas segregadas, la disparidad de libros de historia, en lugar de celebrar la reconfortante autonomía mental del aprendizaje, demasiado elevada para ser reducida a términos contables. La crisis del sistema educativo es ante todo una crisis de convicción.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. “considera al maestro casi como al responsable de una cuenta de resultados: si el alumno saca buenas notas, el profesor cobrará más partiendo de que no hay malos aprendices, sino maestros incapaces.”Este mismo pensamiento, es el que dominaba básicamente el sistema educativo en las ex URSS. Se lo puedo asegurar porque alguno de mis hijos estudia bajo la dirección de un Maestro ruso cierta técnica musical. Si algun joven estudiante fracasaba – en la materia que fuese – a quien sancionaban era al Maestro o Profesor.

    Desde mi propia experiencia, puedo afirmar que ha sido la genuina vocación de quienes fueron mis mentores, lo que mas despertó mis ansias de conocimiento. Además del ámbito escolar, LA FAMILIA es a quien mayor responsabilidad le cabe, porque en un hogar donde los niños observan que sus padres leen, ellos procuran hacer otro tanto. Nunca debemos olvidar que uno de nuestros mayores rasgos es nuestro poder de imitación. Cordiales saludos.

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