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Progreso, prohibido el paso

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El despegue de la clase media en España se inició el día en que un grupo de vecinos se quedaron de pie frente a un televisor viendo cómo matrimoniaban Fabiola y Balduino de Bélgica. «Vamos a empezar a vivir bien», se dijeron los abuelos ante aquel moño enmarcado por una diadema de visón de Paola de Lieja y admirados por los prodigios tecnológicos como el seiscientos o la llegada del paracetamol. Las playas en verano y el boom del turismo, los yogures para criar hijos más sanos, los electrodomésticos —y las enciclopedias— a plazos, la promesa de un salario decente, de una vivienda digna, de una educación garantizada. A la conjunción de la conquista del espacio público y el sueño de un espacio propio se le llamó progreso. Y en el vocabulario de las llamadas clases populares se introdujo una palabra que antes sólo era privilegio de los pudientes: ocio.

Por aquel entonces, Pertegaz cambió el color de los uniformes de las azafatas de Iberia del azul falangista a un afrancesado burdeos. Ya no era imprescindible escuchar Radio Montecarlo para saber qué ocurría en el mundo. Y una primera euforia tradujo el afán en consumo, mientras que el sentido de retribución perdía su inmovilismo, tan antiguo como el libro del Eclesiastés y la «vana recompensa del esfuerzo». No tardó en expandirse la creencia de que la justicia social no tenía marcha atrás.

Hoy suenan las trompetas que auguran la ralentización de una sociedad en bancarrota, al tiempo que se constata que el progreso cae de nuevo del lado de los poderosos. Nunca habíamos vivido tan bien, pero la convulsión financiera sólo entiende de endeudamiento insostenible y desuniversalización de derechos básicos. Simon Kuper razonaba hace unos días en un lúcido artículo en Financial Times que «mientras los pioneros socialistas soñaron con conquistar el ocio para los trabajadores, la nueva concepción del progreso está acabando con él: hoy las fiestas son para cerrar negocios, no se pueden entender los cafés sin un portátil y el sexo es una oportunidad de quemar calorías».

El pragmatismo atenta contra la esperanza de que la generación de nuestros hijos viva mejor que nosotros. Y las nuevas medidas del Gobierno amenazan el mantenimiento de la clase media, la principal beneficiaria de la construcción del Estado de bienestar —que impulsó el desarrollo de nuestras sociedades de primera— y que ahora se tambalea. En cambio, emergen en India, Brasil, China o Angola importadores de la occidentalización del término, aunque aún esté por ver la forma que tomará en contacto con su afán de prosperidad y sus características político-económicas. Y lo que es más significativo: de su desarrollo dependerá el nuestro. Para unos, vivimos el «adelgazamiento» de la clase media; para otros, su ocaso. El progreso no se detiene, no, pero a partir de ahora será coto privado.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Un comentario

  1. caleya caleya

    Joana, sigo desde hace tiempo a varios de los escritores de Boomerang y no sé por qué razón no me había “tropezado” con usted. El día que lo hice fue plenamente satisfactorio para mí, pues me encontré con una escritora cuyos artículos son ligeros aunque lleven una carga intrínseca profunda, variados y, según mi modesta opinión, muy buenos.
    Llevo tiempo retrocediendo hasta los orígenes de sus primeros escritos que se guardan en este Blog y quisiera, por todos ellos, darle mi enhorabuena.
    Ha sido todo un placer descubirla.
    Un saludo

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