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Donde nace el amor

La ciencia derriba mitos. El pensamiento mágico los alienta. De manera muy distinta, ambos bracean por hallar un sentido a todo aquello que transforma, engrandece o anula nuestra existencia. La una palpa la materia, pródiga en diseccionar los mecanismos vitales y atribuirles un origen y una localización. El otro recorre un viaje inmaterial para desasirse del pragmatismo y encontrar respuestas personalizadas y a menudo complacientes, pero casi siempre misteriosas. La ciencia nos dice ahora: señores y señoras, ya sabemos dónde se origina el amor, y sintiéndolo mucho vamos a derribar su mito romántico. Porque el amor nace allí mismo donde estalla el deseo sexual o donde se cocina la adicción, según sostiene una investigación publicada en The Journal of Sexual Medicine. Después de analizar las respuestas bioquímicas y neuroendocrinas que generamos en determinadas zonas del cerebro tanto con el amor como con el deseo, un grupo de científicos ha concluido que el sentimiento amoroso se retroalimenta a través de la recompensa, como lo hacen las drogas en los adictos.

El pensamiento mágico exalta los cielos derretidos en rosa y las fuentes cristalinas que acompañan el dulce extravío de los amantes. Todo parece orquestado por una fuerza superior, que la ciencia identifica y ubica en nuestro cerebro. Y asegura que ante el amor su comportamiento es menos dependiente de la presencia física de otra persona que en la atracción sexual. Cierto es que el amor es un sentimiento totalizador que a menudo nos exilia de la realidad, pues en ella no encuentra morada ni reposo. Su manera de declinarlo carece método porque su objetivo es abstracto, flexible y complejo. Claro que los hay redondos y espaciosos, pero también atormentados y oscuros, frustrantes, invasivos. A menudo la gente afirma: «Pero eso no es amor aunque lo llamen así». «Amores tóxicos», dicen, a modo de titular resultón, como si la humanidad en cuestiones de amoríos pudiera repartirse entre sanos y enfermos, satisfechos, insatisfechos, hipócritas o ingenuos.

Los científicos confiesan que ha sido muy difícil ubicar el lugar exacto donde surge el amor, porque, a diferencia de la ira o el placer, se trata de un asunto que involucra muchas áreas del cerebro. Y de ello podríamos extrapolar que no es tu corazón sino tu sistema límbico el que acabará decidiendo el origen de tal sentimiento.

Hemos pasado del amor espiritual entendido como un sentimiento elevado, a la prosa de la química, que incluso ha llegado a considerar la pasión como un mal constipado. Ahora, atentos al laboratorio, quedamos expuestos ante el patrón biológico que disecciona el ideal amoroso cultivado por nuestro imaginario. Y quién sabe ya si la pasión y la razón pueden ser una pareja bien avenida, la primera entendida como el motor capaz de hacerlo despegar, la segunda como el controlador que determina la travesía.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

4 comentarios

  1. anita noire anita noire

    Cargarse los mitos sobre los que descansan las ilusiones de muchos es una putada auqnue conertirlo todo en cientìfico alivie cuando uno, por mor de ese amor ilusionante, se sienta como un perro.

  2. a mi esto me la pela, sólo me importa que funcione y que valga la pena , en definitica que sea para bien, para vivir mejor , no para sufrir , que putadas ya tenemos bastantes problemas.

  3. El Fari El Fari

    Ocurre a veces que la confusión entre los hombres proviene del distinto modo de designar con diferentes palabras lo mismo.
    Encuentro que Freud con su líbido, los neurólogos con sus reacciones químicas y los místicos del incipiente renacimiento con sus tratados sobre el amor nos hablan de él concibiéndolo del mismo modo. Lo único que les distingue es la atribución de la fuente de donde surge esa poderosa fuerza que transforma y mueve la voluntad de los hombres. Pero a quien se ve por ella irremisiblemente movido, inspirado o zarandeado, según su suerte, para quien siente sus efectos ¿realmente importa mucho la causa de los mismos? Sin duda que la creencia en una causa u otra determinará el distinto modo de tratar los efectos, pero estos no dejarán por ello de sentirse con toda su potencia.
    Desconozco exactamente de donde proviene la idea, hoy generalizada y popular, de considerar el amor como una pasión o afecto benéfico por definición. Sin embargo, en lo que fundamentalmente coinciden místicos, freudianos y ahora neurocientíficos es en concebir el amor como una fuerza ciega y tremendamente poderosa, tan capaz de liberarnos como de esclavizarnos, de hacernos sumamente dichosos o terriblemente desgraciados. La causa de ello, nos advierten los sabios, es que el amor se adueña de la voluntad, lo único que realmente tiene como propio toda persona, aquello que nada, salvo el amor, nos puede arrebatar. Apuntaban también los místicos a otra cualidad esencial del amor: que cambia, convierte y transforma al amante a la naturaleza del ser amado, de donde se sigue, según las enseñanzas místicas, que según sea la naturaleza del amado así será la del amante. Si se ama lo vil uno será vil, pero si se ama lo excelente, lo que es superior a uno mismo, uno podrá transformar su naturaleza ascendiendo sobre su originaria condición. De todo ello, los místicos concluían que puesto que los hombres, en cuanto tales, son iguales, no superando nadie a nadie en dignidad como ser, sólo el amor a Dios elevaría al hombre por encima de su condición natural.
    Por último, y ya acabo con estas creencias y enseñanzas hoy olvidadas, insistían mucho estos estudiosos del amor en que sólo un amor puede arraigar como principal en el corazón humano y que de este amor principal se derivan, como las ramas del tronco de un árbol, todos los demás amores y odios que el hombre tiene en su vida. Amará todo aquello que ensalce y beneficie su amor principal y odiará todo aquello que se le oponga. Decían, como triste conclusión de esta creencia, que la mayoría de los hombres tienen como amor principal, de que se derivan todos los demás amores y odios, el amor a sí mismo. Como frutos de este amor principal tendríamos normalmente más odios que amores, surgirían todas las desgracias y penalidades que afligen al corazón humano, pues dicho amor está constantemente amenazado por su limitación, su fragilidad y su impotencia, pues el mundo, los demás raramente se pliega a amarnos a nosotros mismos con la intensidad y lealtad que quisiéramos. Queremos sólo a quien nos quiere, pues este alimenta y ensalza nuestro principal amor por nosotros mismos. Este carácter egoísta del amor, frecuentemente encubierto por mitologías románticas y exaltadas, lo ponen de manifiesto tanto místicos como freudianos y, si hemos de creer en los neurocientíficos, convendremos en que tampoco cabe atribuir altruismo alguno a las reacciones químicas neuronales.
    Personalmente he encontrado más sabiduría sobre el amor en el siglo XV que en todas las teorías científicas y mitologías populares de nuestros días.

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