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De vicios y libertinos

Dominique Strauss-Kahn ha querido excusar su imputación el caso Carlton por proxenetismo aduciendo a su construcción cultural. Y se ha reconocido como libertino: «Un hombre que malgasta su fortuna, generalmente heredada, en vino, mujeres y diversión ideológicamente es descreído o nihilista», la definición de Wikipedia no puede ser en este caso más afín. Porque el libertino contemporáneo que representa Strauss-Kahn ha sabido combinar el cinismo y los restaurantes caros con el ejercicio del poder, un elemento clave en la destrucción del personaje, ya que a día de hoy un libertino sin poder es una rémora, una pesada excrecencia que a la sociedad le cuesta soportar.

Hubo un tiempo, coincidiendo con el crecimiento de la burbuja inmobiliaria, en que el libertino alcanzó el epicentro del establishment. Los había amateurs y cutres, como aquel Roldán en un jacuzzi de aguas inciertas, o los que mostraban sus cadenas de oro en aquellos desmanes marbellíes. Fueron denominados incluso beautiful people, una etiqueta demasiado complaciente para quienes hicieron del exceso una religión. Hoy, se ven abocados al bajo perfil y, si quieren ser respetados, deben cultivar sus vicios en privado. Aunque nuestra sociedad haya alcanzado un elevado nivel de tolerancia, y casi todo el mundo haya encontrado la vía de escape para sus demonios, prevalece un juicio sesgado hacia ellos: son inmorales o amorales. Michel Onfray, en el tercer tomo de su extraordinaria Contrahistoria de la filosofía, asegura que ante todo el libertino es utilitarista: «Trata el cuerpo como cómplice, mientras que la civilización surgida de la cultura judeocristiana practica el odio paulino a los cuerpos, detesta los deseos y los placeres». Al fin y al cabo, quiere darle lo mejor a su cuerpo sin hipocresías. El cuerpo es un pozo sin fondo. No ha habido nunca otro cómplice del alma más venerado en la historia, por los narcisos griegos, los libertinos barrocos o la generación YouTube. No en vano, desde el jardín del Edén, el cuerpo ha tenido que soportar una penosa extradición moral. Aún hoy nos escandalizamos de él y de sus declinaciones viciosas, que -mientras no causen daños ajenos- deberían ser al menos tan tolerables como la autorepresión.

Las imágenes de Strauss-Kahn con los calzoncillos bajados relatadas en el proceso son humillantes. Aunque mucho más lo era la forma en que él se refería a las mujeres —tengo «material», decía de las prostitutas—. Lejos de juzgar sus costumbres libertinas, según el juez que instruye el caso, las orgías organizadas en nombre de Strauss-Kahn vulneran la ley. Su abogado orientó la defensa con una frase que muestra, con una persistencia propia del Marqués de Sade, la altura del personaje: «Le reto a usted a distinguir a una prostituta desnuda de cualquier otra mujer desnuda». Pero es que hubo un día en que todos pensábamos que el exdirector del FMI era un hombre sagaz.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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