Saltar al contenido →

Rajoy: el caminante tranquilo

Supuestamente, Mariano Rajoy era un candidato blando empezando por su nombre de pila, tan de otro tiempo, como aquellos personajes de Galdós que enredaban las tardes fumando en un casino de pueblo. Pero cuando la extrema derecha empezó a llamarle maricomplejines, su percepción exterior dio un vuelco. Ya no preocupaba su asertividad o su voz aflautada y siseante sino si sería capaz de poner orden en el corral. De representar autoridad entre las diferentes facciones del PP donde brillaba la influencia de Esperanza Aguirre, una líder con ascendencia y arrojo. Y vaya si lo hizo. Nunca el PP había alcanzado una posición de salida tan aventajada. Fue en aquel balcón de Génova, en marzo del 2008, incapaz de controlar que la bofetada de la derrota le mudara el semblante, junto a su mujer, Elvira Fernández Balboa, transparentemente triste, cuando empezó su remontada. Y emergió un perfil más humano. Aclamado en el congreso de Valencia celebrado bajo el eufemístico lema de «Crecemos juntos», aprovechó la alfombra roja que le tendía José Luis Rodríguez Zapatero con su gestión de la crisis.

En menos de cuatro años, Mariano Rajoy ha restañado la vanidad maltrecha, se ha rodeado de mujeres y ha empezado a manejar el iPad. Acusado de falta de carisma, la gran crisis coloca en primera línea perfiles como el suyo y el de Rubalcaba, experimentados números dos, pactistas, gestores, solventes. «Claramente Rajoy representa el soft power; los modelos carismáticos de liderazgo están agotados porque pueden desembocar en frustraciones colectivas», sentencia José María Lassalle, diputado por Cantabria, quien tiene bien medida la definición de Rajoy: estoico, prudente, contenido, la antítesis de la crispación, la hiperactividad y la ansiedad. Reposado aunque no perezoso. Con una ironía fruto de la interpretación distante respecto a la vida. Incluso los más críticos resaltan su aversión al conflicto y su vocación de consenso. También su campechanía. «¿El estilo Rajoy? Moderación vital y prudencia intelectual. Tiene que ver con los grandes políticos de la Restauración, como Cánovas, que neutralizó los enfrentamientos fratricidas», concluye el ideólogo Lassalle, uno de los jóvenes sobradamente preparados que forman parte de su círculo, relegada ya la vieja guardia integrada por Cascos, que lo crucificó, o Fraga, de quien siempre tomó distancia. Con Aznar, que participa en la campaña de momento sin coincidir con él, su posición es cuidadosamente estratégica y educada.

Vivimos unos tiempos que disuaden cualquier atisbo de metrosexualidad en política y que han eclipsado a aquel líder capaz de arrancar un pellizco con la belleza de sus metáforas. Unos tiempos propicios para quien no tuvo reparos en asumir como declaración de principios aquel: «Mire usted, yo soy un señor de provincias». Un señor reflexivo, de habano y digestiones lentas, con una mirada atlántica pero apartado de los epicentros narcisistas y las vanguardias sociales. Un político que lee en los debates, le comento a Soraya Sáenz de Santamaría. «Porque es la antifrivolidad —replica su número dos, su fiel escudera—. Se toma las cosas muy en serio, va con las ideas argumentadas. En una ocasión Churchill le dijo a un colaborador: ‘Vamos a tenerlo que dejar porque tengo que improvisar lo que mañana diré en el Parlamento’. Porque la espontaneidad puede jugar muy malas pasadas, se pasa de la improvisación a la rectificación». Según Ana Botella, no hay político más preparado en España para desempeñar funciones de estadista, y me enumera uno a uno todos sus cargos. «Es un político de larga travesía», argumenta.

«El del birrete», lo llamaban en Pontevedra, hijo de una familia conservadora de rancio abolengo, nieto de un nacionalista que redactó el Estatuto gallego en el 36, fue un niño grande y solitario, un niño muy de mamá, una mujer de gran personalidad que lo instruyó en «la necesidad del esfuerzo y del sacrificio», como recuerda en su biografía En confianza.

Con los años, no dejó de ser un estudiante brillante ni de acuñar ese proverbial humor chistoso. El registrador de la propiedad más joven de España soñaba con ser algún día ministro de Justicia. Y posponía el matrimonio, por presiones familiares y porque de joven fue bastante juerguista. Hasta que llegó Elvira, «una mujer que ocupa una posición discretamente importante en su vida», comenta su núcleo. ¿Al estilo Botella o Espinosa?, le pregunto a Sáenz de Santamaría: «Son un buen tándem como pareja: si gana las elecciones, Elvira será un gran apoyo», responde ella.

Para un sector, Rajoy es un político de combustión lenta, un legalista que nunca ha pisado a nadie para llegar; para otros, es un hombre cuya prudencia le hace ser excesivamente cauteloso. Es habitual oír que dejó de ser víctima de su peluquero, pero no de sus asesores de comunicación, que no lo han sabido acercar a los medios. Sus críticos acusan su bajo perfil, su paso por cuatro ministerios sin apenas dejar huella, sus silencios y su personalidad alérgica a los conflictos, como ocurrió con el caso Camps. Dentro del partido «se le considera un gran experto en solucionar crisis, desde su etapa en la Xunta gallega hasta el Prestige o las vacas locas», afirma la periodista Magis Iglesias, autora del libro La sucesión: de cómo Aznar eligió a Mariano Rajoy.

Con fama de buen orador, en los últimos años ha modernizado su discurso. «Hay que ponerse las pilas», dice. Pero, fiel a sí mismo, no abandona cultismos y términos en desuso como chisgarabís, petimetre, veleidoso, taimado, chalanear, o una de sus palabras preferidas: colosal. Padre de dos hijos, dejó claro en el debate televisivo su coincidencia con Rubalcaba en tan sólo un asunto: «Las mujeres concilian más».

Su círculo más íntimo insiste tanto en su prudencia como en su empatía. En un Rajoy cercano, divertido e incansable que cuando empieza a andar nadie lo para. Camina a diario más de una hora, a paso ligero, convencido de que él no es un hombre de sprints. El camino como metáfora alcanza aquí su literalidad. Porque si gana las elecciones, además de tener que arbitrar la mayor crisis de la democracia, deberá luchar por esa idea que en su día había forjado John Stuart Mill y que él ha suscrito: la felicidad también es un concepto político.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

3 comentarios

  1. Raquel Q.N. Raquel Q.N.

    Molt bo!! Pareceria que aun no sera tan malo ese personaje a quien nadie soporte ni un segundo en la tele, ni ganas de pararse en un semáforo y tener delante su rostro en una pancarta publicitaria!!

  2. Martin Martin

    Es verdad que yo veo otro rajoy, el ministro del nunca mais, y el escudero de Zaplana y Acebes, del mismo modo que puedo ver a este, por eso no me netero de si hay algún Rajoy público. Lo que si está claro es que puede ser que haya un Mariano peligrosamente amoroso, adorable. Sí que hay un corte de eso, y si que lo temo. Coomo siempre un placer leer tus reflexiones. Libro ya!

  3. Martin Martin

    Bueno, también es verdad que ayer estuvimos en la despedida de Zapatero como presidente, en la plaza de toros de León, en un ambiente amable y cordial, le pude dar al padre la nota que escribí a propósito de una conversación con él y la pre nostalgia de la marcha de un hacedor de pequeñas justicias, su hijo. Saludé a Sonsoles, su esposa, divina, una mujer de clase, y a José Luis, el Papes, como lo conocen en León, con un fuerte apretón de manos, noté que los ojos le brillan quizás atisbando el descanso, de la presión mejor llevada y peor agradecida que conozco. O acaso ví en el brillo intenso de sus pupilas e iris, reflejada mi mirada , cargada de agradecimiento y una nostalgia prematura; como al despedir un gran amigo, cuando me dijo:”_ argentino como Borges, tengo una gran biblioteca de Borges, lo he leído mucho”. Pude darle las gracias por todo lo hacho, por su aporte de pausa en este paraíso para la desmesura, convencido de que si me abandonasen en su biblioteca, me sentiría en ella casi mejor que en la mía propia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *