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El curioso caso de Àngel Ros

Los andenes de la estación de Lleida siempre han sido largos. A veces, cuando el AVE se duplica, el viajero debe situarse en la entrada del túnel donde se mezclan los jóvenes militares de Talarn con los hombres de maletín negro. Es curioso que, pese al cambio de fisonomía, la estación conserve el mismo aire de paisaje desabrido y a la vez campechano, pórtico de una ciudad que reúne asuntos aparentemente tan incompatibles como la prosperidad y la niebla. Perfilada por el río, al cual le han salido tantos novios como puentes, circundada por la huerta y presidida por la sempiterna estatua de Indíbil y Mandonio, en los últimos años la cenicienta de Catalunya se ha ido sacudiendo complejos. Ni sus es cerradas, que siguen siendo motivo de burla, ni su rusticidad son hoy obstáculos para una ciudad cuyo índice de escolarización supera a la media catalana, y destaco la educación como factor de igualdad en un escenario que siempre ha sido encrucijada entre autóctonos y temporeros.

Desde hace siete años, los bancos de la Paeria son testigos del paso sereno de un hombre llamado Àngel Ros. Josep Pla, que insistía en que Catalunya era un país de cosas pequeñas y distancias cortas, aseguraba que no podía pasar por Lleida sin sentarse «una horeta» en esos bancos de piedra. «Em sento recolzat en la vetusta història de la ciutat perquè la Paeria és la petrificació de la historia humana de Lleida». También advertía que en Lleida la gente cada vez andaba más deprisa. Pero en la última década ha esprintado, demostrando que la política municipal, cuando no se corrompe, puede ser altamente eficaz. Ros es un caso singular en la política catalana. Cuando reemplazó al pionero Siurana fue presentado como un tecnócrata, un buen gestor que había abandonado un sueldazo como director de sistemas de Coca-Cola para dedicarse a la cosa pública. Pero entonces no se habló de carisma ni de nervio. No en vano es un buen fumador de pipa y, como proclamaba lord Lytton, «el hombre que la fuma piensa como un filósofo y actúa como un samaritano». Socialista de misa diaria, mostró su firmeza al prohibir el uso del burka en espacios públicos, dejando muy claras sus ideas acerca de la convivencia y el respeto por las libertades a cara descubierta. También su concepción de la mujer como ser humano, por encima de multiculturalismos y localismos. Hoy se habla de Lleida como del último feudo socialista. Y Ros está llamado a ser el remolcador de un buque a la deriva. Le avalan sus dos mayorías absolutas consecutivas, la transformación de la ciudad y su liberalismo friendly. Su estilo nada tiene que ver con la ortodoxia, sino que centra la izquierda alterando el guion socialdemócrata y creando un espacio transversal, sin artificios ideológicos. Se consolide o no como la gran esperanza del PSC, los socialistas deberán aclararnos de qué hablamos hoy cuando hablamos de socialismo.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

2 comentarios

  1. El regreso del fauno El regreso del fauno

    El socialismo está en decadencia aunque sea la política de nuestros corazones. Ya no es lo que debería ser y la credibilidad del sistema palidece y se derrumba. Tal vez un neosocialismo liderado por economistas pulcros y limpios de corrupción nos daría otra alternativa. Magnífica como siempre Joanna.

  2. jualito jualito

    Las ‘e’ en Lleida no son cerradas sino abiertas. Pero bueno, el autor se deja llevar por sus prejuicios, como unos aldeanos cerrados podrian tener ‘e’ abiertas…

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