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Tiranos, amantes y niñas de papá

Ese gran tabú: las mujeres de los tiranos y sus historias de familia, porque algo no funciona si escribo «sus historias de amor». La periodista francesa Diane Ducret decidió hurgar en la llaga durante dos años, enfrentándose a muchas puertas cerradas dispuestas a sellar con el olvido la letra pequeña que acompañó las vidas privadas de los dictadores. Porque es indigesto e inquietante pensar que los mayores monstruos de la historia reposaron la cabeza en el hombro de su amada cuando caía la tarde. «Imaginar por ejemplo que Hitler fuera recibido en casa con un “¿todo bien, mi amor?”», cuenta Ducret, quien esboza en Femmes de dictateur el retrato inverso de aquellos líderes con guante de hierro cuya relación con las mujeres fue tan abyecta como la destrucción de sus países. Perversos como Hitler o Salazar, violadores como Mussolini o Stalin, algunas de sus esposas fueron víctimas, suicidas o locas, mientras que otras actuaron como sus mejores cómplices. Jiang Qing, la última esposa de Mao, formaba a jóvenes sumisas para que saciaran el frenesí sexual del líder. Y la iletrada Elena Ceausescu, hábil celestina, mandó que le falsificaran 74 títulos universitarios a fin de ostentar el cargo que tanto le complacía, madre de Rumanía. El éxito ha animado a Ducret a iniciar un segundo volumen, que incluirá una conversación con la mujer de Milosevic, así como retratos de las esposas de Bin Laden, Sadam Husein o Jomeini.

Hoy, con las revoluciones en Oriente Medio, la periodista tiene material de primera. Nunca se habían desenmascarado tantos dictadores en tan poco tiempo, aunque para algunos, como Aznar o Rachida Dati, sean amigos extravagantes. Dicen que la esposa de Gadafi estaba de compras en Viena cuando estalló la revuelta. La periodista Barbara Walters la ha descrito como una mujer alta e imponente, amante del lujo, que en una ocasión le espetó: «Si mi esposo fuera realmente un villano, ¿crees que seguiría casada con él?». Pero ha sido su hija, Aisha Gadafi, quien ha desafiado a las fuerzas aliadas. Hasta hace poco era embajadora de buena voluntad en las Naciones Unidas (las distinciones por parte de la ONU a hijas de dictadores o caciques son un feo asunto). El caso de Aisha es muy vistoso: apodada la Claudia Schiffer del desierto, solía lucir una larga melena rubia, ropa ceñida y kilos de rímel. Modelo y abogada, demostró sus simpatías por el IRA, defendió a Sadam Husein durante su juicio y no esconde su rencor por Occidente. Ahora, por amor al padre, se ha puesto un velo verde y en las ruinas de Bab el Azizia ha levantado su voz: «Me resisto ante esta casa resistente».

Sí, la comunidad internacional subestimó a Gadafi, olvidando que la soledad del dictador es un mito y que sus mujeres y familias son su auténtica guardia pretoriana, conocedoras de que para ver el fin hacen falta muchos ojos.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

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