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Una carta

Querida Àngels: Desde hace unos días escribo un diario a medias. No es un diario íntimo, para la tranquilidad de mi familia. Fue una idea que Alex Rodríguez, subdirector de La Vanguardia, anotó en su cuaderno el pasado mes de abril, durante sus vacaciones de Semana Santa. Cuando me lo propuso, me mostró su libretita negra, igual que la mía, con su idea escrita a mano, y a pesar de complicarme la vida —y el verano— fui incapaz de decirle que no. La gente de pueblo somos agradecida y sabemos reconocer el valor de una travesía y la ingenuidad de un puerto (ay, la ruqueria).

He tomado una identidad prestada, también a medias. La mujer que escribe este diario llegó el 1 de agosto a un apartamento de verano en la bahía de Atlanterra, a cien metros de la playa, en aguas del Estrecho. Aún no ha sido madre. Ya sabes, mi hija, a pesar de sus ocho años, no toleraría que la metiera en esto. Así libero a la protagonista del peso de esta responsabilidad, para que pueda serpentear sin otro mapa que el de su libertad y un hermoso pedazo de vida por construir. Es un poco más joven que yo, pero tiene conciencia de aprendizaje, y la certeza de que las elecciones pueden moldearse y esculpirse. Ha dejado pasar en dos ocasiones al hombre de su vida y empieza a creer que la soledad es adictiva. Sigue enamorada del Sur porque admira la ausencia de límites, también las artimañas para huir del conflicto y cantar una nana con ese rajo gitano que quiebra el orden de las cosas. No le importa, como a nosotras, que el discurso zalamero, en lugar de clarificar las palabras, a veces las pervierta. Pero me gustan los personajes que se dejan atravesar por un aguijón y siguen insistiendo en la misma idea de sueño. No son caprichosos ni inconstantes, a pesar de una sensibilidad traicionera que, en el caso de mi protagonista, la conduce a idealizar el amor y a pedirle intensidad, además de banda sonora.

¿Recuerdas cuando nos encerrábamos en tu habitación y escuchábamos a Llach, a Billie Lady Day, más tarde a Chet Baker, con su trompeta deshaciéndose en miles de partículas luminosas que dejaban volar nuestra imaginación? Nos sigue gustando la música que cobija la melancolía, y eso quiero transmitírselo a esta mujer, que cree firmemente que los paisajes exteriores pueden coincidir con los interiores. ¿Little girl blue, de Janis Joplin? ¿Crees que le encajaría? Esta chica estresada, activa, un poco esnob, curiosa y llena de contradicciones, como nosotras, tiene una mirada periférica, que a menudo la sitúa en los márgenes de la vida. Por ejemplo, es de las que se preguntan por qué la gente tiende a mirarse desnuda en el espejo cuando está en un hotel, o por qué las parejas que no tienen nada que decirse siguen insistiendo en salir a cenar a solas.

Hace unos días, en la playa, conoció a un hombre que al principio la asustó. Gracias a él recuperó el libro de Italo Calvino, subrayado, que utiliza como una especie de I Ching durante estas vacaciones. Y resulta que el tipo había sido profesor en Harvard, en 1984, el mismo año que tú estudiaste allí, en la cátedra de la Charles Eliot Norton Poetry Lectures, cuando te persiguió aquel profesor obsesionado por la relación entre la literatura y la locura. ¿Recuerdas cómo era? Me iría bien para construir ese personaje. Cuando regreses de Nueva York continuaremos hablando de nuestra afición por las vidas literarias. Cuida’t molt, reina.

(La Vanguardia)

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