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Pedro y el presidente

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Hay un matiz sustancial que el presidente Sánchez ha repetido durante sus ocho meses monclovitas y que radica en su desdoblamiento. No es lo mismo hablar en tanto que jefe de Gobierno que hacerlo como Pedro Sánchez (en la web, Pdro Snchz), así lo han aclarado él y sus portavoces con naturalidad: una cosa es el mandatario y otra es el hombre que fue. Resulta una forma gráfica de ejemplificar de qué manera el individuo piensa en rojo, mientras la máxima autoridad piensa en azul aunque se trate de la misma persona. Aquello que anhelaba como ciudadano –y hasta como jefe de la oposición– se desbarata nada más pisar la moqueta de palacio, demostrando que hay que saber vestir el uniforme profesional aun a costa de acallar el yo íntimo e ideológico, y constatando una vez más la brecha entre deseo y realidad.

Pepa Bueno, tras el anuncio de elecciones generales, recordaba en su radio que el presidente Sánchez nos ha acostumbrado al cambio de opiniones, excepto en su plan de retirada si no conseguía aprobar los presupuestos. Y estos fueron tumbados, a pesar de haber logrado cuadrar en un Excel el remiendo de unas cuantas costuras del Estado de malestar social. Probablemente muchos de los que estaban en el Congreso hubieran votado sí desde su yo personal, pero la estrategia de partido les imponía el no.

La comunicación política bien podría concurrir hoy a la categoría de mejor guion en unos premios de cine, veamos si no la pirotecnia de los voxeros para salir en la foto de la mani, la incomodidad postural de Ciudadanos a su lado o el “Adiós, Sánchez” –el felón– recién estrenado por el PP. Y ese Pablo Casado bordando el papel del niño de derechas que resucita a la España de los balcones –una imagen de No-Do, peineta y cascabel– podría optar a actor revelación. Los insultos y desprecios que emplea el líder del PP tan sólo encienden a los suyos, devastados por la insaciable corrupción, manchados de tanto “paquí, pallá, cada día te quiero más, paquí, paquí…”. Casado ha construido su personaje gracias a sucios monólogos de derribo siguiendo la estela de Trump, quien ha demostrado de sobra que, cuanto más histriónico y transgresor se muestra, más cala su mensaje por muchas fake news que engendre. En su caso, hacer sentir a los votantes que es el mismo como persona y líder, aunque la Cámara de Representantes de Estados Unidos lo desautorice con sensatez. La espectacularización de la política ha venido para quedarse. Ya lo advirtió sir Lawrence Olivier, igual de shakespeariano sobre las tablas que en la gran pantalla: “¿Qué es en el fondo actuar, sino mentir? ¿Y qué es actuar bien, sino mentir convenciendo?”. La historia del cine está saciada de historias de actores que, tras imbuirse en sus papeles, acabaron pagando onerosas facturas. Cuán benéfico, y económico, resultaría que nuestros representantes salieran de sus papeles y recordaran que la honestidad también va en el sueldo.

Publicado en La Vanguardia

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