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Cerrado por paternidad

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“Me cogeré unos días”, se respondía hace apenas año y medio cuando a los señores importantes, como el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, les nacía un hijo y renunciaban “generosamente” a su permiso de un mes en aras de la responsabilidad de gobernar. También ocurría con las políticas madres: Soraya Sáenz de Santamaría o Susana Díaz no consumieron sus bajas ni las juntaron con los días de vacaciones para alargar el apego y procurar el anclaje a la nueva vida. Así nos habían pintado el panorama, hasta el extremo de convertir en inmoral lo esencial, porque todos sabemos que se puede cambiar de todo en la vida, de casa, chaqueta, pareja, trabajo, sexo, nombre, pero nadie puede cambiar de hijos, un vínculo eterno. En nuestra sociedad patriarcal, el machismo relegó al padre al papel de abastecedor, expulsándolo del núcleo familiar, mientras que afecto e intimidad correspondían a las mujeres.

El feminismo y el progreso favorecieron la construcción de un nuevo modelo paternal en el que ambos progenitores tenían los mismos derechos y responsabilidades. Y por ellos han luchado a brazo partido, también para ser equiparados en sus diferentes precipicios cuando se rompe la unión (y pienso tanto en las mujeres que en los años sesenta perdían la custodia por ser infieles como en los padres de los noventa que, tras separarse, debían cruzar el infierno). En el 2003 escribí un libro sobre la transformación de la masculinidad a partir de 1.300 diarios de hombres contemporáneos. “No tendrá éxito porque aquí apenas ha cambiado nada”, me auguraron mis mejores amigos con acierto. Entonces, la custodia compartida era una rareza, y me impactaron los testimonios de padres divorciados que tan sólo podían ver a sus hijos cada quince días. Hoy sabemos que cualquier política de igualdad cojea si no otorga los mismos derechos y obligaciones a los padres, pues la coeducación es un principio vital para conciliar en familia.

En nuestra cultura medida por las urgencias y los personalismos, parece inaudito que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, cumpla su baja paternal mientras ruge la marabunta, se convocan elecciones y se acusan en sus filas las fugas de talento. Acostumbrados a anteponer el mandato a la vida, algunos se hacen el harakiri en las tertulias; que salga volando Iglesias del pequeño mundo de la estimulación sensorial, la ternura y los cólicos del lactante para preparar la campaña. Y que Montero vuelva a casa a hacer las papillas. Dar un paso atrás de la primera fila para ejercer la paternidad activa y responsable, ¿es esa una forma de hiperliderazgo? Ojalá muchos de nuestros dirigentes interrumpieran sus rutinas profesionales al ser padres, sería un buen indicador de una sociedad menos miserable.

Imagen: Renato Guttuso ‘Ritratto di Rocco con suo figlio’

Publicado en La Vanguardia

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