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Un planazo

Has elegido detenidamente un traje de tweed espigado en blanco y negro, has besado a tus hijas, has comprobado dos veces que las llaves se encuentran bajo el forro del bolso-caos, y ya a punto, todo listo, sobreviene la “cosa”: esa profunda desidia por asaltar la calle, coger un taxi, acudir a la cita, tener que hablar del secesionismo o de los hombros de la Reina Letizia, sin olvidar el debido apunte ingenioso que justifique tu presencia en la mesa. Mi nuevo método anti-estrés funciona así: cuando has logrado mirarte por última vez al espejo y decirte “¡salgo!”, te entran ganas de ir al baño. En esa intimidad, y anticipando los adoquines de la calle, paladeas la tentación de una noche de película con manta de cachemira y chocolate negro. Te vas convenciendo a palmos, es un pacto contigo misma, aunque te avergüences de ello tu silla será ocupada por alguien con la suficiente saliva para esponjar la cháchara. No importa: a pesar de haberte maquillado en vano, a pesar de tener que desmaquillarte en vano, atesoras un saco de horas futuras que te enriquece.

Cierto es que, a menudo, cuando te cancelan una cita, te dan una auténtica alegría. “Tentativas” denominan las secretarias cinco estrellas a las posibles reuniones de sus jefes para intentar cuadrar sus agendas. Ocurre que hacemos planes cuando tenemos un día optimista y resolutivo, y queremos extender ese ánimo proyectándonos ligeros en el futuro inmediato. Sabemos que del roce con los otros siempre obtenemos un pliegue de vida, aunque sea anodina, pero verse las caras empieza a considerarse una carga. Sherry Turkle, directora de la Iniciativa MIT sobre Tecnología y Ser y autora de “Reclaiming Conversation” (Penguin), afirma que “reunirse puede ser estresante, mientras nuestras relaciones online o a través de mensajes de texto son ordenadas: podemos ocultar lo que queremos esconder y sortear a las personas cuando las cosas se ponen incómodas”. Se produce una extraña sensación de control alimentada por el teléfono, hasta el extremo de que dentro de su burbuja nos sentimos mucho más confortables que fuera, en el mundo real, donde además de comunicarte puedes oler, tocar y mirar a los ojos a tu interlocutor. Aún y así, recolocar agendas es un sudoku que a menudo nos atormenta, hacer y deshacer, aplazar y anular…¿Por qué siempre se pospone la misma reunión, o la cita con fulanito? No hace falta recurrir a Freud para resolver que la procrastinación significa que en verdad quisieras borrar ese asunto de tu cabeza. Así, el dulce alivio de la cancelación viene a ser como un día sin colegio, liberados de esos lastres que nos colgamos voluntariamente siguiendo la inercia, esa ladrona de vida.

Publicado en La Vanguardia

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