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Fuera de juego

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¿Cómo se sentiría usted si se supiera el mejor del mundo y lo proclamara a los cuatro vientos? Aceptemos que le han premiado más que a nadie en su ramo, que su virtuosismo le procura ganancias millonarias, que las marcas se pegan para que luzca su logotipo, que tiene una novia que, a la semana de parir, recupera la silueta posando para ¡Hola! y, como detalla el pie de foto, “sonríe tímidamente” –¿quién no querría tener a una novia que sonría tímidamente?– y embute a su bebé en una ranita de leopardo. Sí, es probable que si le ocurre todo esto, su mueca se le congele hasta parecer una máscara. Una máscara de felicidad, porque los días tienen multitud de recovecos, cargados de ese aire de tormenta contenida que se sienta en el comedor y no hay dios que lo eche. Tampoco está dispuesto a cuestionarse qué significa sentirse el mejor del mundo. El mejor es el mejor, y punto. Nunca fue una persona de grises. Ser frontal, eso es, de blanco o de negros, de evidencias, aunque algunas caduquen con el tiempo y se vea obligado a decir que son las cosas las que cambiaron, no su punto de vista sobre las cosas.

Lo que en verdad me pregunto es qué se supone que hay que hacer cuando uno dice ser la repanocha con patatas, un dios en la tierra, y lejos de la modestia que apacigua la borrachera de victoria, dispara una traca de orgullo propio. Pero ¿acaso ignora que sobre los otros cae como una lluvia de las que no mojan? Qué me va importar que usted se sepa el mejor, lo importante es que yo, que nosotros, lo creamos. Que sea capaz de admirarnos la estela de su talento en lugar de alejarse con su arrogancia hasta autoexpulsarse de la realidad, incluso de la humanidad, porque ya se ha situado al otro lado, en el de los excepcionalmente invencibles.

“Respeto las preferencias de todos, pero no veo a nadie mejor que yo. Ningún futbolista hace cosas que yo mismo no puedo hacer, pero veo que hago cosas que otros no pueden hacer. No hay un jugador más completo que yo. Soy el mejor jugador de la historia, tanto en los buenos como en los malos momentos. La gente puede preferir a Messi o a Neymar, pero nadie es más completo que yo”. Son las palabras de Cristiano Ronaldo, publicadas en la revista France Football tras conce­derle su quinto Balón de Oro, que viene a ser el Nobel de escritores, científicos o pacifistas, o el Pulitzer de los periodistas. Cualquiera de ellos que, tras recibir su galardón, proclamara semejante disparate se descalificaría a sí mismo, y no ya por ejercer de pésimo modelo para los chavales, por ególatra y sobrado, sino porque ¿qué paisaje, qué ansia, qué futuro le espera a alguien después de proclamarse el mejor de la historia, con apenas treinta años? No hay peor extrañamiento vital que el saberse insuperable. Sobre todo, cuando el fútbol, como casi todo lo humano, no existiría sin el sentido de equipo.

Publicado en La Vanguardia

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