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La vida con retrovisor

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La poeta Alejandra Pizarnik le dijo un día a su amiga Elizabeth Azcona Cranwell: “Las mujeres feas nunca tendremos suerte en el amor”. Acomplejada, había empezado a tomar Parobes para adelgazar. Eran anfetaminas. Sólo tenía 15 años, se suicidó con 36. Pocas autoras como la escritora brasileña Clarice Lispector supieron reflejar una sensibilidad tan cotidiana como profunda en la vida de las mujeres. Dejó escrito: “No tengo cualidades, sólo fragilidades”. Se sentían extrañas de sí mismas, o quizá ser ellas mismas fuera incompatible con vivir sin tormento. No pocas mujeres me han confesado sentirse impostoras allá donde estén, como si se hubieran infiltrado en un lugar vedado y para el que no están preparadas. En verdad son profesionales honestas, pero su autocrítica tiene dientes de pantera: muerde su autoestima, les rebaja la sonrisa, entorpece sus pies y las lleva a renunciar.

La bicha está adherida a los genes, como moho, y persigue a millones de mujeres en todas las latitudes. Ellas son las que más dicen “permiso”, “disculpa”, “perdón”, rindiendo una pleitesía que aún parece obligarlas a comportarse como “mujeres de verdad”. Marguerite Duras, con 70 años cumplidos, le confesaba a Bernard Pivot en Apostrophes que temía sentirse rechazada por la sociedad al haber contado aquella historia de amor a los 15 años con un millonario chino de 27 (El amante es una lectura o relectura muy recomendable para las vacaciones). Duras fue libre, como tantas que agitaron su talento y sus harapos. Las que murieron jóvenes conmueven por su fatalidad. Pero las que lograron envejecer tuvieron que soportar cómo el paso del tiempo las penalizaba, a diferencia de a los hombres, que se hacen interesantes, a diferencia incluso de la moda, que sigue agitando su orgía vintage, reinterpretando el pasado desde el presente.

“Como el buen vino”, dicen algunos galantes refiriéndose a mujeres para quienes los años caen como piedras. Muchas no pueden soportar las arrugas que les ha regalado la vida, y en su rejuvenecimiento alocado proyectan una soledad mal ventilada. Pero las edades femeninas deberían ser tan flexibles como su cerebro, sin dejar de asombrarse por sentirse adolescentes en un cuerpo más flácido. Ningún esfuerzo merece aniquilar las emociones ni vivir contra el miedo. “Claro que son inseguras las mujeres, igual que los esclavos, tras las injusticias que han sufrido. Aún así, la mujer es mucho más misteriosa que el hombre”, me razonaba en una entrevista para Cultura/s el poeta y crítico literario Juan Antonio Masoliver Ródenas.

Dicen que cuando dudas qué color elegir al vestirte, debes optar por el rojo. Yo más bien he sido de negro. Pero no hace falta vestirse de rojo sino buscarlo, como hemos hecho en este número invocando su fuego, su entusiasmo y su provocación, el rojo del labio mordido de aquellos años que siempre regresan. Como un homenaje a las mujeres que son ellas mismas. El rojo que nos enciende en una sombra azul.

(Magazine Fashion & Arts)

Publicado en Artículos

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