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Una mujer libre

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Vivió en eterno combate –ella misma se autodenominó “castor de guerra”–, luchando por su felicidad y su libertad: “Lo único real es la vida, puesto que la muerte no se piensa”. Hace una semanas, se cumplieron 30 años de su desaparición, un 14 de abril de 1986, en la casa que habitara desde la muerte de Jean-Paul Sartre: el 11 bis de la calle Victor-Schoelcher de Montparnasse. Aquel año, España ingresaba en la Comunidad Económica Europea, los enfrentamientos raciales en la Sudáfrica del apartheid estaban a la orden del día y al presidente Reagan le iba a estallar el Irangate. La “hermana mayor” del feminismo tenía 82 años, y una neumonía se llevaba con ella a una de las pensadoras más sólidas y genuinas del siglo XX.

Simone de Beauvoir fue acusada de frialdad intelectual y de promiscuidad bisexual. De plegarse a las veleidades libertinas de su eterno amante, Jean-Paul Sartre, a pesar de su amor incondicional, libre y por encima de todo intelectual. Tuvo éxito en la vida, fue influyente, escribió una nueva biblia del feminismo, El segundo sexo, que continúa siendo el gran libro acerca de la emancipación de las mujeres. No obstante, se mostró severa, nada autocomplaciente y en su obra dominó una visión pesimista de las astucias femeninas. Quería que todas las mujeres fueran como ella, hasta el autoreproche final de haber sido demasiado crítica: “No he sido suficientemente sensible a los obstáculos con los que ellas tropezaban, he considerado globalmente a las mujeres incapaces de dar muestras de independencia”.

De Beauvoir tenía clarísimo que “el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”, y con los suyos supo resolverlo –y dar ejemplo–. Pero para ello es imprescindible tener claro que la mujer debe “no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse”. Ese día, escribe, “el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal”. De ahí su célebre (y magnífica) frase que afirma que “No se nace mujer: llega una a serlo”.
De Beauvoir y Sartre estrenaron el living apart together. Se trataban de usted y se amaron toda la vida. En Cartas al Castor, él se despide así: “La amo, la beso con toda la fuerza y ternura posible, pequeño gran encanto. Beso por todas partes su carita y sus mejillitas”. Uno de los puntos centrales de su “monta tanto, tanto monta” vitalintelectual-literario, un verdadero mito de nuestro tiempo, está en su radical igualdad. Se quisieron, pero los dos tuvieron relaciones paralelas, ambos escribieron, publicaron, vendieron miles de ejemplares de sus obras y se hicieron célebres; crearon opinión hablando de la lucha de clases o el colonialismo, y ninguno estuvo nunca por encima del otro, algo verdaderamente inusual, en la vida y las letras. Pero su pacto tuvo aristas. Ella sintió más de una vez celos de sus amantes, en especial cuando se enamoró de Dolores Vanetti en Nueva York. “Sufrir no es una debilidad, es el precio que hay que pagar por tener garantizada la libertad para uno mismo y el otro”.

A las mujeres nos sigue costando ganar premios importantes (de la talla del Goncourt, que ella recibió en 1954 por Los mandarines), crear opinión (vendió 20.000 ejemplares de El segundo sexo la semana en que llegó a las librerías francesas, y desde entonces lo han leído millones de personas), conseguir la deseada igualdad (que caracterizó su vida y por la que ella tanto luchó). Aunque quizá se equivocara al juzgar, como escribió, que la fuerza que nos construimos las mujeres debe servirnos de refugio.¿No sería mejor que fuese nuestra credencial para salir del refugio?

(La Vanguardia)

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