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La otra vida interior

CIS:T.18-1958

Hay un momento en la vida de los deportistas en que confluyen dos aspectos cuya combinación resulta un tanto inquietante: una vez son padres, corren a posar en ropa interior. Se erigen en los mejores modelos de calzoncillos –¿se han fijado en el uso común del diminutivo?, quizás por ello acostumbremos a pronunciar la cursilada de braguitas como si bragas ,al igual que calzones, fuese una grosería– y se exhiben medio desnudos con autoridad y determinación. Desde el rey de la metrosexualidad, David Beckham, pasando por Cristiano, el hasta ahora pudoroso Iker Casillas, al que pronto veremos en bóxer mirando a un punto lejano para darle más misterio a la pose: los futbolistas estrella son por definición apolíticos y narcisistas. La marca para la que posa el portero del Oporto ha asegurado que Iker hablará pronto de sus preferencias en lencería: que si slip, algodón o licra, blanco, estampado, clásico o divertido. Nada de nimiedades, puede que incluso logre hacer pedagogía siguiendo aquella célebre frase de Dorothy Parker según la cual “la brevedad es el alma de la ropa interior”.

Estos días en el Victoria & Albert Museum hay largas colas para visitar la exposición Undressed: una breve historia de la ropa interior, que reflexiona sobre el uso de la lencería en Occidente desde el siglo XVIII hasta la actualidad. Es curioso que un tema tan cotidiano y aparentemente banal atraiga a tanto público en tiempos de desnudez a golpe de clic. En la muestra se abordan las razones más utilitarias al por qué los seres humanos cubrimos nuestras partes íntimas con pequeñas telas: del pudor a las rozaduras, la higiene o la metáfora de mantener los órganos sexuales reservados. Lo más curioso, no obstante, es que la muestra durará un año, hasta marzo del 2017, porque hoy en día forma parte de la cultura pop, no sólo como producto, sino también como sueño: me refiero al imaginario colectivo creado por los ángeles de Victoria’s Secret, a pesar de su raíz hortera y tira na, en los neor romanticismos afrancesado sola recuperación del corsé y sus anecdotarios. En 1778 la duquesa de Devonshire escribía a un amiga sobre ese invento diabólico y admitía una de las máximas de la moda: “El orgullo no siente dolor”.

Puntillas, transparencias, tamaños y colores informan acerca de nosotros y de la sociedad en la que vivimos. Hablan de lo que queremos ser: ya sea la pronunciada sexualización o el infantilismo de ciertas prendas. No hay nada más peligroso en la vida de una mujer que unos calzoncillos divertidos: cuando emergen con sus cazafantasmas, bobesponjas o minions, el erotismo se transforma en plastilina. Igual que puede ocurrirle a un hombre cuando ella se embute en un pijama afelpado de ositos. En ambos casos se niega lo que en verdad representa la ropa interior compartida: una conversación en voz baja sobre la vida íntima.

(La Vanguardia)

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