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Highsmith, por una cerveza en Lleida

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En otoño de 1987, el mismo año en que Patricia Highsmith visitó Lleida, The New York Times le encargó un reportaje sobre el cementerio de Green-Wood, en Brooklyn (Nueva York). Construido en 1830, había sido el parque más grande de la ciudad antes de Central Park, un paraje nostálgico y señorial con umbríos jardines que se llenaban los días de fiesta, a pesar de que alojara los huesos de más de medio millón de huéspedes, algunos ilustres como los de Basquiat o Bernstein.

Ella se entregó a la tarea acompañada de una joven redactora que le puso al lado el periódico, Phyllis Nagy, que acaba de firmar el guión de Carol, la adaptación de la novela homónima de Highsmith, filmada por Todd Haynes y protagonizada por Cate Blanchett y Rooney Mara, que se estrenará el próximo mes en Estados Unidos.

En aquel reportaje que nunca se publicó, la autora de El diario de Edith –una de sus novelas más sutiles– abordó el paseo entre tumbas y mausoleos con una pluma macabra. “Escuchando a los muertos que hablan”, lo subtitulaba. En un momento incluso se empeña en acercarse al horno crematorio y mete la mano en él: “Está todavía caliente –le dice a su acompañante–. Casi puede oírse cómo los huesos crepitan dentro”.

Acaso pensaba en su propia muerte. Pero también en la sed de eternidad. Porque aquella texana iracunda que se vengaba de quien osaba toserle en sus novelas, que abandonaba a una amante detrás de otra, según su biógrafa Joan Schenkar, con perversión y mala baba, empezaba a ser un cuerpo frágil con un puñado de células al revés.

Aquel día de abril de 1987 en Lleida encendía y apagaba cigarrillos ante los periodistas que la entrevistábamos. Por testarudeces del destino, daba una conferencia en el Institut d’Estudis Ilerdencs de la mano de Miquel Pueyo, y en aquella ciudad aún muy embarazada de periferia se hallaba la más célebre autora de novela negra que había aceptado la invitación por el cariño que le tenía a su editor, Jorge Herralde, y por el deseo de beber cerveza San Miguel. Así pues, se dejó alojar en el Condes y pasear por la ciudad con tejanos y mirada torva. En verdad, sólo recuerdo dos cosas: que a pesar de la fama que tenía de huraña y perversa, una fiera capaz de marcar para siempre a una principianta, no me humilló. Y que arrastraba el hastío hasta en las repuestas. Sergio Vila-Sanjuán, que firma la crónica del 27 de abril en La Vanguardia, se refiere a ella como “una mujer algo amedrentadora” y “una inquietante dama solitaria”. La escritora le confiesa: “He sido profundamente infeliz”, y añade que nunca pensó en el suicidio, a diferencia de sus personajes. Alguien que declaraba con la frente bien alta que “lo mórbido, lo cruel, lo anormal me fascina” imponía respeto.

Highsmisth entendió en Green-Wood la importancia de la plástica del final: “Irse con estilo, con tanta dignidad y elegancia como sea posible”, escribió. Moriría ocho años después. Ahora se cumplen veinte, y Anagrama ha reeditado buena parte de su obra. Un aniversario que coincide con su regreso a la gran pantalla con Carol, su segunda novela, publicada en 1952 como El precio de la sal, firmada por una tal Claire Morgan. Fue un hito literario, y no por el lesbianismo de sus protagonistas, sino porque al fin una relación entre dos mujeres se narraba con esperanza y felicidad. Patricia Highsmith tardaría treinta años en ver su nombre en la portada de la retitulada Carol.

La amargura que revistió su vida no empequeñece su obra. Sólo encontraba la paz rodeada de gatos, bebiendo vodka y escribiendo.

Tijeras del reino / Alber Elbaz

“Abruptamente”, dice la prensa francesa. Así terminó “un mito” como Alber Elbaz, el creador que después de 14 años abandona uno de los salones más sublimes de la moda, creado en 1889 por la exquisita Jeanne Lanvin, que inmortalizó el corte al bies. Desavenencias entre la propietaria taiwanesa de la marca y el creador, agotado por la presión de un negocio disparatado, han puesto el fin a la relación. Aunque la vacante en Dior acelera la imaginación. Elbaz puede aspirar a cualquier trono.

Todo naturalidad / David Muñoz y Cristina Pedroche

A él le gusta que le llamen Dabiz, mientras que ella hace proselitismo de Vallecas siempre que puede. Se han casado en la intimidad, e incluso la biblia social, Hola, ha recogido el momento desprovisto de boato: en tejanos y zapatillas, tal como se dieron el sí. ¿Por qué causa tanta atracción esta pareja? Acaso porque el chef estrellado de la cresta y la desacomplejada presentadora se mueven en esa gama que va de la naturalidad al bochorno y acaba en el morbo.

La chica Bond / Monica Bellucci

No sólo es la primera (esplendorosa) cincuentona que enamora al macho alfa de 007; la italiana, con un vestido de terciopelo escotado en la espalda, acaparó todas las miradas y flashes en la première londinense de la última entrega de Bond, Spectre. ¿Su secreto? “Disfrutar de los placeres de la vida, si tengo que dar algún consejo es que hay que comer bien, beber bien, tener buen sexo y reírse mucho, el resto viene por sí solo”. El cine también entiende de mujeres reales.

(La Vanguardia)

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