Hoy la palabra mantra es diálogo y la tremendista, debacle, pero la que resuena en las calles es colorines, como los que tiñen los mapas pintarrajeados tanto en las escuelas de primaria como en periódicos y telediarios. El predominio de los tonos radiantes refleja la necesidad de luz. Colores extremos, vitaminados, que quieren ganar terreno. ¿Se han fijado en la gama de naranjas que insisten en representar confianza y transparencia? Desde el blanco con sonrisa mandarina de CiU hasta el ascendente naranjito de Ciudadanos, pasando por el guiño en degradé de Compromís. Un color exótico, llamativo y subestimado, una tonalidad que se convierte en la clave para gobernar desde Madrid hasta Murcia o La Rioja. Luego está el púrpura cardenalicio de Podemos, más escarlata que magenta -el tono corporativo de UPyD-, más poderoso que descalabrado. Por mucho que, un poco subido, se arrogue las victorias de Colau y Carmena, tratando de concertar en singular los frentes comunes, en Madrid se lleva el verde clorofila de Ahora Madrid. Según Eva Heller en su Piscología del color, “con el adjetivo verde puede darse a múltiples fenómenos de la civilización una pincelada ‘natural'”. No es extraño que cuando le preguntaron a Carmena a qué iba a dedicarse durante la jornada de reflexión respondiera que “a regar las plantas”. Agua y abono popular a la lista encabezada por la juez retirada han fortalecido a una ilusionante opción, que debe demostrar que el mosaico de colores que propone no es capricho de temporada. Moda urbana: refrescante, transgresora, colorida y sin aspiraciones a convertirse en clásica, aunque sea el principio y el fin de cualquier tendencia.
(La Vanguardia)
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