Saltar al contenido →

Ser o parecer

1

Probablemente a Alberto Ruiz-Gallardón le hubiera gustado ser un personaje de Shakespeare, sin morir en el intento. O, mejor, una mezcla de unos cuantos de ellos: desde el furioso Otelo, al ambicioso Julio César, pasando por el decidido Romeo y el recto Hamlet, e incluso las poderosas brujas de Macbeth. Sus actuaciones como ministro de Justicia demuestran que bien conoce la máxima del bardo de Stratford-upon-Avon: “El mundo es un gran teatro, y los hombres y mujeres son actores”. El político que hace unos años concedía una entrevista a la revista Zero para darle el titular de que el PP hubiera tenido que regularizar a las parejas homosexuales, y que afirmaba que el voto gay no tenía por qué ser de izquierdas, el nieto del seductor malagueño Pepito Jiménez y del médico y cronista (y mano derecha de Juan March) El Tebib Arrumi, estudiante excepcional, melómano, amigo de los artistas progres, la voz que clamaba centrar el partido, se ha convertido hoy en el hueso duro del gobierno.

La principal diferencia entre el dramaturgo -de quien ahora se celebran 450 años de su nacimiento con un despliegue de actos y ediciones que se arrodillan ante su enormidad- y sus personajes radica en que este supo absorber casi todos los pliegues de la complejidad humana, incluso los que se esconden tras las máscaras. Pero jamás tomaba partido ni juzgaba, mientras sus protagonistas traicionaban su alma por la fascinación del poder, y naufragaban en la tormenta de sus pasiones.

Cuando en 2008 entrevisté al actual ministro de Justicia para La Vanguardia pude apreciar sus dotes de gran conversador así como sus gustos exquisitos. También su gallardía. Mucho se ha cotilleado en Madrid durante estos años acerca de sus versos sueltos. Pero de su rifirrafe con Miguel Sebastián, que cometió la ordinariez de sacarle trapillos privados en busca de rédito político, acaso salió más fortalecido. En el despacho del entonces alcalde, con afinada sensibilidad decorativa tras la faraónica reforma del palacio de Cibeles, reposaba encima de la mesilla una preciosa edición de Otelo de 1890.

De lo dramático, como su tour de force gubernamental con la reforma de la ley del aborto que produce rechazo incluso entre buena parte de sus votantes, ha pasado a lo ridículo con pasmoso hieratismo, sacándose de la manga una norma que exige “el deber de vestir y comportarse con decoro” a los funcionarios judiciales, so pena de pagar una multa de 600 euros. Los funcionarios han declarado sentirse tratados como chavales aleonados con bermudas y chanclas. Y se han ofendido, claro, y se han incorporado a la inabarcable lista de agraviados por las reformas de la justicia.

¿Será Gallardón un ejemplo de elegancia masculina, con sus enormes corbatas burdeos y sus Loden azul marino? Mientras la opinión pública clama contra el ministro justiciero, y la ciudadanía castiga sin tregua su popularidad, “el poder terrestre que más se aproxima a Dios”, como Shakespeare definiera a la justicia, da bandazos.

El candidato

En las antípodas del PP, el candidato europeo cambia de nombre: ahora es Cañete, adiós a Miguel Arias, el bon vivant que se plañía de que ya no hay camareros como los de antes, el que dijo: “El regadío hay que usarlo como a las mujeres, con mucho cuidado”, el que comía yogures caducados o el que cambió la denominación del jamón ibérico de origen y ahora nos endilgan cualquier cosa. Cañete, según Rajoy, representa el europeísmo patrio. Con el tiempo, ha mudado su altiva socarronería por una barba luxemburguesa. También ha conseguido atravesar tres décadas por la política, obedecer órdenes de antiguos alumnos, y eso sí, declarar con calma que él no ha robado. Escarmentados como estamos, parece que baste eso para pedir el voto.

Un interrogante

James Franco, el actor y director hipster, lector de poesía, escritor y, cómo no, modelo, pide perdón por haber intentado ligar por Instagram con una menor. No ocurrió nada. La joven, en sus cabales, no se podía creer que se tratara de él. Algunos lo han visto como una treta para promocionar su nuevo filme, Palo Alto, en el que interpreta al profesor de unos adolescentes perdidos. Si es así, habría que despedir a su director de marketing. Coincide el incidente con su expo New films stills en la neoyorquina Pace Gallery, una serie de autorretratos inspirados por Cindy Sherman. Incluso en la que aparece disfrazado de mujer no hay esperpento ni carcajada, sino una pátina espesa y oscura. Un interrogante.

Pisando alfombra

¡Cuánto temblor deben de producir las alfombras rojas entre quienes están obligados a pisarlas! Posar para las cámaras, que te radiografían, después de una mala noche o de una demasiado divertida, da la diferencia entre un buen y un mal actor. Catherine Zeta-Jones y Michael Douglas han vuelto a pisarla juntos, con la sonrisa helada de quien prevé ser la comidilla. Su vida personal ha trascendido demasiado, y no sé bien porqué. De la presunta bipolaridad de ella a la adicción al sexo de él, y las alarmas misóginas encendidas al aventurar el origen de su cáncer. “Cuando te detienes a pensar, el mundo es un lugar aterrador. Y eso sin tener en cuenta a la gente”, dice el Marlowe que ha resucitado Banville/Black.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.