
El Estado-nación pelea por conseguir una financiación que le permita organizar su sociedad civil. Y es justo en esta transfiguración y en esta batalla para financiar Catalunya donde se aprecian mayores diferencias entre los partidos catalanes que concurren a las elecciones. El libro La cultura-mundo, respuesta a una sociedad desorientada es una lectura recomendable para los candidatos. El «hipercapitalismo tentacular» produce vértigo pues ha superado la ideología, la religión, incluso los valores éticos. Y desde ese nuevo limbo en que se halla la política, una de dos: o los economistas se encargan de diseñarla o los políticos, resignados ante el nuevo deal,gestionan con eficacia los requerimientos de la sociedad civil.
La desafección ciudadana pretende ser contestada: no se reeditará el tripartito ni habrá pactos renovadores, pero aún así se extiende la sombra del voto en blanco. Es admirable el esfuerzo de los candidatos para intentar contagiar ilusión cuando la arcas del Estado se han vaciado y el Estado del bienestar está seriamente amenazado.
¿Y la crisis? La mayoría de los candidatos parecen estar de acuerdo con Lipovetsky: la crisis sólo admite soluciones globales. Tan sólo el PP la utiliza en sus eslóganes de campaña, por la cuenta que le trae en Madrid. La palabra crisis parece demasiado gastada para ser utilizada como elemento troncal del discurso, al igual que convocar demonios de la incertidumbre, la deuda pública, la fragilidad del individuo, la soledad en la aldea global.
Edgar Morin afirma —en una entrevista en Madame Figaro— que una crisis presenta riesgo y suerte: riesgo de regresión, suerte de encontrar nuevas soluciones. «La humanidad no llega a devenir humanidad, tal vez sea esto la crisis». La campaña electoral se solapa con el iluminado navideño. No hay mejor imagen para encender la intención de voto.
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