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Tacones y cerebro

Christian-Louboutin-Black-Stiletto

La indumentaria en el mundo de los negocios no sigue las tendencias. A pesar de que los nuevos millonarios de Silicon Valley o Palo Alto sean tipos ataviados con camisas a cuadros y tejanos bajos de cintura que bien podrían pasar por vendedores de bicicletas, el código de vestimenta, en este ámbito, poco ha variado su estilo conservador. Y no me refiero a los zapatos Oxford, los puños almidonados o la espectacularidad de un reloj -nunca más grande que la hebilla del cinturón- sino a la composición final cuyo propósito es ofrecer una imagen que no compita con la cuenta de resultados. Varios casos se han sucedido ya de ejecutivas reprobadas, e incluso despedidas, por vestir demasiado sexy. “Uno no se podía concentrar”, declaraban. “Querían mostrar con más atención su cuerpo que su cerebro”. Escotes desinteresados, minifaldas brevísimas y labios perfilados como un corazón, a menudo protagonizan esa noticia chisposa que, a pesar de su carga discriminatoria, destaca más por su vistosidad que por su trasnochado puritanismo.

El ser humano requiere de protocolos. Constituyen un dique contra el error y la mala representación. Unas mínimas reglas ayudan a uniformizar, verbo que puede conjugarse como la acción de controlar la singularidad de cada uno y a la vez la de identificarle como parte de un todo. Pero es arriesgado que se señale a quien se salta las líneas del guión no escrito y, como ocurrió en un foro de inversores, elija -frente a la libertad de su armario- calzarse unos tacones de 15 cm. Eso sucedió hace unos días cuando Jorge Cortell, cabeza de una compañía de software médico, tuiteó una foto de una chica sobre unos stilettos infinitos. Junto a la foto, Cortell escribió: “Se supone que este evento es para los empresarios, capitalistas de éxito, pero estos tacones… (he visto varios como estos). WTF . #brainsnotrequired. Ya alertaron las feministas hace años que cerebro y tacones guardaban la misma relación que plumero y leones”.

El tuit encendió la red, acusado de sexista, pero también fue defendido por aquellos que insisten en que para elaborar un plan de negocio, ninguna mujer debe igualar su calzado al de Dita von Teese. No es un caso aislado, conozco a más de una a quien su jefe le ha pedido -bien, como suele decirse, con cariño- que no se ponga tacones para discutir cuentas de resultados. “Sólo cuando estemos con clientes” .

Más allá de la anacrónica moral que aún defiende con severidad que al cuerpo de la mujer no lo vista el diablo, pervive una tendencia ni clásica ni conservadora sino mojigata. “Una mujer con tacones de aguja es como un hombre con una camisa desabrochada hasta la clavícula”, leo en el artículo de The Wall Street Journal.

Después del incendio en la red, llegó la podología. Lo nunca visto: una sociedad obsesionada por la salud de los pies de las mujeres.

(La Vanguardia)

Publicado en Artículos

4 comentarios

  1. A true friend is someone who reaches for your hand and touches your heart.

  2. Mary Carmen López Camarillo Mary Carmen López Camarillo

    Yo creo que calificar a alguien por su apariencia o vestimenta es discriminación, ademas el que como mujer te arregles o “uses tacones” no quiere decir que eres menos inteligente o que quieres distraer físicamente por tu falta de capacidad intelectual.
    Como mujer pienso que la belleza física y un buen outfit es el mejor complemento de una gran inteligencia.

  3. Olivia Roque Olivia Roque

    En diferentes aspectos de la vida y no sólo en el mundo de los negocios, la forma de vestir no lo es todo, si bien es la primera impresión que damos eso no define cuán productivos e inteligentes podamos llegar a ser. Igualmente considero que a mucha gente se le hace una verdadera tortura ir con este tipo de ropa a trabajar y ello se ve repercutido en su eficiencia, en los resultados e incluso en el clima laboral.

  4. ¿No sería que la reunión la gente vestía sus uniformes grises, y lo único llamativo eran unos tacones?
    Creo que hay reuniones que son tan aburridas, como sus invitados van vestidos.
    Me recuerda el cuento del “Pequeño Príncipe” aquel sabio que se disfrazo elegante para que el público le pusiera atención, ya que la primera vez por vestir pobremente, nadie lo escuchó.

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