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La reputación sexual

Alexandria Ocasio-Cortez  © Reuters

El odio escalda la lengua hasta que no cabe en la boca. La engorda y cubre de saburra, que va haciéndose más pastosa a medida que los insultos echan raíces y se mezclan con sus bacterias, originando una halitosis reconcentrada. El estado de opinión se enfanga y sube el tono. Tertulianos, tuiteros y camorristas mediáticos viven por y para azotar verbalmente al contrario. No me refiero a las comprensibles críticas ante la gestión –y la presión– de una crisis sin precedentes, sino al acoso verbal que encadena ristras de improperios contra todos aquellos que no son ni piensan como ellos. Encuentran en la ira furibunda el sentido de sus vidas, y, así, van en peregrinación a soltar su lengua sucia frente al domicilio familiar de los Iglesias-Montero –tres meses ya de un escrache sin precedentes– o persiguen a la ministra de Trabajo, a quien tachan de “zorra” y “golfa de mierda” a un palmo de su cara. Durante el fin de semana pasado echaron de un bar a Juan Carlos Monedero al grito de “maricón de mierda” y “rojo” en la Andalucía de Lorca. A Iceta le han llamado “albóndiga”, “hijo de puta” o “gatita”. Arrimadas tampoco se salva del puterismo como gran parte de las políticas española que siguen siendo atacadas con fórmulas que creíamos anacronismos pero que siguen coleando.

No solo sucede aquí. En Estados Unidos, Alexandria Ocasio-Cortez ha denunciado las insultantes descalificaciones –“puta zorra” y “loca peligrosa”– que le dedicó el congresista republicano Ted Yoho, padre de familia numerosa y falso piadoso. AOC –así la llaman– ha añadido que no le resulta nuevo: de jovencita, cuando servía mesas para pagarse la universidad y le miraban el culo gratis, escuchó cosas peores. Porque a pesar de todos nuestros esfuerzos, de que el feminismo haya alcanzado el centro social, esa forma de desactivar a una mujer juzgando su reputación sexual sigue vigente. “Puta”. ¿Qué arrastra este insulto indomable, lanzado como moderna lapidación? Ocasio-Cortez ha insistido en que se trata de una lesividad antigua, machista y grosera hacia las mujeres con representación pública. Intriga su procedencia, cómo lograron avanzar entre una jauría caníbal, qué hombre las colocó en su puesto… Estas sospechas nunca desaparecen del todo: pretenden perforar su sensibilidad, maltratarlas con el lenguaje, descorazonarlas para que acaben claudicando.

Cada vez que a una mujer la llaman puta, zorra o golfa por el mero hecho de ser mujer, damos un paso atrás como sociedad que banaliza el esfuerzo y continúa creyendo que la vida es cuestión de cojones.

La Vanguardia, 29 de Julio 2020

Publicado en Artículos

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