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El campo grita

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En el campo se vive más años. Se actualiza el dato de la esperanza de vida entre ciudad y pueblo justo cuando las protestas agrarias alertan de la erupción del malestar de la España interior, la que cada hora abandonan de media cinco personas en busca de lo que seguimos llamando “un futuro”. A pesar del tráfico y la contaminación, del elevado precio del alquiler, de la soledad urbana y de los tomates que saben a pescado, se radicaliza el éxodo que acompaña toda revolución tecnológica. No existen políticas capaces de levantar la vida en los pueblos callados que se han ido desmoronando tras un goteo permanente de pérdidas –ni misa de domingo dan en el mío–. Los AVE deficitarios han ido reemplazando a los trenes de cercanías en estaciones cuyo reloj lleva décadas parado.

La vida de pueblo es extraña. Los columpios quedan a tres pasos del cementerio. Entre sus habitantes se derrama una nostalgia de bullicio; cuando los chavales tienen edad, cogen el coche y huyen del desaliento de la tormenta de piedra que mata el cultivo. La han visto, en toda su negrura, clavada en la mirada del payés cuya cosecha ha sido devastada. No sólo los efectos del cambio climático ahondan la penuria. La bajada de los precios de la aceituna, de la uva, de la fruta, ha ido empobreciendo a las familias de los agricultores. Se preguntan si tienen los mismos controles y requisitos los productos importados que revientan los precios que los suyos. Sus protestas también incluyen el miedo a perder un lugar en el mundo, a acabar pagando los motores rotos de la transición ecológica. Van alejándose del poderoso crecimiento económico de las ciudades en detrimento de la España vaciada. Según certifica la última Encuesta de Población Activa, treinta provincias juntas de interior crean menos empleo que la capital. Pero ¿cómo se va a gobernar pensando en el campo y en los productos primarios? Se gobierna desde y para la ciudad, por ello los tractores avanzan hacia los ministerios dispuestos a conjurar el Brexit, los aranceles norteamericanos, los abusos de las cadenas de supermercados.

Thoreau prescribía con ansia el retorno a la naturaleza en su Walden (Errata Naturae): “Vivir deliberadamente; enfrentar sólo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar”. Hoy, regresar al campo se entiende como un fracaso, la claudicación ante el sistema, aunque también como la vuelta a la vida sencilla, mientras las ciudades, extraviadas en sí mismas, deberían ruralizarse, aprender de las dimensiones humanas que ennoblecen los pueblos.

Imagen: Cerca de Almansa, Bleda y Rosa.

Publicado en La Vanguardia

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