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Al rescate

DOUGLAS Aaron - Aspiration

Cuando el lenguaje económico entra en un salón de belleza, admites una vez más la existencia de unos extraños y universales vasos comunicantes que acortan la distancia entre el mundo exterior y el interior. Así ocurre con el término rescate, que hoy ocupa un lugar predominante en los mensajes del marketing cosmético. Piel y cabello, barridos por los estragos de la polución y el sol, precisan una reparación de emergencia, piden a gritos un renacer. La jerga de la seguridad siempre ha tenido efecto como reclamo publicitario: del tan manido SOS al “factor de protección total”. Hidratación, nutrición, reconstrucción del folículo… todo ello prometen las mascarillas y tratamientos que se venden con la etiqueta rescue. Fueron las arcas desplumadas de la crisis del euro quienes gritaron primero a pleno pulmón la palabra rescate. Resumía a la perfección la debacle, y además le añadía literatura al valor del vil metal.

El malestar social no tiene atajos. El consumo de antidepresivos sigue creciendo, y son muchos los que se plantean tomar una pastilla de por vida para poder dormir o para no deprimirse tanto. Apenas recuperados de la anemia global que adelgazó todos nuestros sueños de grandeza, se anuncian los vientos de un nuevo ciclón financiero. Y un ambiente de desconfianza se extiende de nuevo, provocando una ola generalizada de ansiedad: fueron más de siete años de vacas flacas y todavía no habían llegado las gordas.

Queremos que nos rescaten. Y no sólo los champús que devuelven elasticidad y brillo a nuestro pelo, también los políticos decentes y flexibles, los profesores vocacionales capaces de inculcar pasión y conocimientos, los médicos que antes de reñirnos escuchan, los conductores de taxi –o VTC– que preguntan si la temperatura está a tu gusto… Que nos rescaten del exceso de las pantallas y de tantas palabras vanas, del ruido visual –leer online se ha convertido en una montaña rusa de líneas entre anuncios coloridos–, de la burocracia estéril, de la saturación de repeticiones, del “lo miraremos con cariño”.

Pero no son sólo bancos y exfoliantes quienes exploran la diferencia entre ser rescatadores o rescatados. Mucho se alentó desde el cine de Hollywood la figura del salvador, en la mayoría de ocasiones un hombre capaz de matar polillas y rinocerontes, de reemplazar un presente mediocre por un futuro soleado. Pero ese ideal de pseudopríncipes que escalaban fachadas y balcones fue aniquilado una vez que generaciones enteras de mujeres despertaron de la ingenuidad romántica y supieron que sólo ellas podían salvarse a sí mismas. ¿Quién nos rescatará si no es nuestro propio abrazo?

Imagen: Aaron Douglas, ‘Aspiration’

Publicado en La Vanguardia

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