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Gente ‘bian’, genios y díscolos

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Madrid es una cabalgata continua. No hay pueblo que se entregue al roscón y al chocolate caliente con mayor ahínco que los vecinos de Chamberí o Legazpi. Aquí los Reyes Magos no traen, si no que te echan unos regalitos. Así dicen los castizos. Las tradiciones hay que respetarlas, en eso está la gente cargada de razón, como decía hace poco el inmenso Rafael Sánchez Ferlosio en una entrevista a El País: “¡Cargarse de razón! Hay personas que ponen muy buena voluntad en cargarse de razón. Pero la expresión es lo genial. Es un castellano maravilloso”. El año terminó con un homenaje cálido al escritor, en su 90 cumpleaños. El Madrid esquinado tiene encanto. En la parroquia de San Carlos Borromeo de Entrevías, la de “los curas rojos”, se celebran las liturgias navideñas con los fieles sentados a la mesa. “No hay mayor tradición evangélica que la de congregarse alrededor de una mesa”, dice el cura Javier Baeza, que ha acogido, como cada día del año, a musulmanes, niños perdidos y chavales recuperados. La gente “bian”, que decía Umbral, encarga el roscón en las pastelerías Mallorca, Viena Capellanes, el Horno de San Onofre y, por supuesto, El Corte Inglés, hitos de la peregrinación de un Madrid cargado de razón, aunque no por ello menos kitsch.

Entrevisto a Agatha Ruíz de la Prada, que es una mujer cargada de razón, kitsch y marquesa de Castelldosríus, y le pregunto por el sentido de la aristocracia: “Son cosas de familia, como los políticos. Hace poco coincidí en una cena en la embajada americana, estaba con el esposo de Cayetana y viene una señora diciendo que el problema de Cayetana fue que se creyó que ser Duquesa de Alba era lo mejor del mundo. Y yo me di la vuelta y le conteste: Vamos a ver es que estoy bastante de acuerdo con ella: no hay nada mejor que ser Duquesa de Alba. A mí me han educado enseñándome que no hay nada mejor. Es algo que yo he mamado. Ser reina es más, pero es un coñazo. Cayetana era todo lo bueno y nada de lo malo. Era lo más. Hacía lo que se le daba la gana desde que se levantaba hasta que se acostaba”.

Agatha, al igual que la duquesa de Alba o la madre de Niña Pastori –gran personaje de humor descubierto por Bertín Osborne-, hace lo que le da la gana. También las aristócratas solteras y sin ánimo de casarse, que se abren paso en la corte. Ahí está María Zurita, prima del rey Felipe, empresaria y traductora, que ha engendrado a su hijo in vitro y siendo madre soltera, lo que plantea un bendito dilema de fondo acerca de la genética de sangre azul. En la entrevista a Agatha Ruiz de la Prada que se publicará en el próximo número de Fashion &Arts, cuenta su vida después del divorcio (con burka) de Pedro J. Ramírez, y regresa al estado de permanente asombro. “Si yo hubiera tenido muchísimo dinero, me habría comprado una finca espectacular, en Argentina, o un barcazo de vela. Él, no. Él siempre “yo me compraría un periódico”. El campo no le gusta, y no ha tocado un perro en su vida, le daban angustia, miedo y asco. Yo, en cambio, podría tener sesenta”, asegura.

Otro que se pone el mundo por montera es Antonio Banderas, que se ha hecho con Picasso y la mejor taberna malagueña a la par. Con su calva impostada para interpretar al artista, y su mirada cada vez más oriental, cuando posa junto a su novia holandesa pasea un aire entre Zidane y Norman Foster y una hiperactividad de revista: presenta colección cápsula de gafas de sol y carteras, tiene línea de perfumes, un proyecto escénico en el Teatro Alameda y acaba de comprar ‘El Pimpi’, uno de los locales más famosos y con más solera de Málaga. Además, estas semanas rueda la segunda temporada de la serie “Genius”, producida por National Geographic y Fox, y centrada en los primeros años parisinos del artista que marcaba la z como él. Banderas había querido ser Picasso con Carlos Saura pero el proyecto no prosperó. Uno de los episodios más insólitos de aquella época fue el affaire des statuettes. Géry Pieret, un protegido del poeta Guillaume Apollinaire -del que este año se conmemora el centenario de su muerte- robó en el Louvre una serie de estatuillas ibéricas, algunas de las cuales acabarían en manos de Picasso. Cuando la Mona Lisa desapareció del museo en 1911, Apollinaire y Picasso fueron los primeros sospechosos. Intentaron lanzar sus tesoros hurtados al Sena. El poeta acabó detenido, y el pintor declaró solemnemente ante la policía que no conocía a su amigo. Se libró de toda condena. Quizá sea de entonces aquel pensamiento picassiano tan repetido: “los buenos artistas copian, los grandes roban”. Genios y monstruos van juntos en el imaginario, igual que talento y delirio. La sociedad siempre se ha enfrentado al dilema de tener que soportar la verdad sobre sí misma. Y los niños lo saben. Por ello alargarán todo lo que puedan su fe en la magia, con y sin roscón de Reyes.

Publicado en La Vanguardia

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